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La putita de la clase

El Mundo.- Quizá fue el ambiente y la confianza, uno de esos momentos en los que te relajas y te quitas la careta, no mides, y por un momento sacas quién eres. Sin darte cuenta, te retratas en un comentario al que no le das la más mínima importancia. Nos estábamos tomando algo, una caña o un gin-tonic, quizá, vete a saber si era un café. Ella hablaba de su hijo adolescente, de lo guapo que estaba creciendo, «se está poniendo buenísimo». Contaba ufana que el niño, porque era eso, un crío, tenía loquitas a las niñas del colegio. «La otra noche salió y se enrolló con tres». Tan orgullosa ella, también habló de una novieta, «la oficial». Una niña también, que no gustaba nada a la madre del gallito: «Espero que no duren mucho, tiene pinta de putita».

En la ESO sigue habiendo putitas, igual que las había en la EGBy en el BUP. Este fin de semana, mi compañero Enrique Fueris recogía lo siguiente en esta información sobre violencia de género: «En la escuela ellas son putas y ellos son cracks por los mismos motivos». Ahora, igual que hace 30 años, a las mujeres no se nos permite ser libres en nuestro descubrimiento sexual. Mientras lo de ellos es hedonismo, lo nuestro es ligereza de cascos, porque hay que ser muy pendón para querer probar lo que es un beso con lengua. Así se crían ellos, sabiéndose dueños de sus cuerpos y sus placeres. Y nosotras, con la culpa siempre latente.

Según esa misma información de Enrique Fueris, los expertos inciden en la educación para frenar las agresiones a la mujer. La educación, ese lugar común al que todos recurrimos cuando teorizamos pero, a la hora de la verdad, nos llevamos las manos a la cabeza cuando intentan introducir «ideología de género» en las escuelas. Creemos en la igualdad, claro, pero a mi niño que no le hablen de feminismo en clase. Está mal que las llamen putitas (aunque, oye, tampoco es para tanto), pero que a mi hijo no lo adoctrinen esas feminazis. Tanto miedo damos las mujeres, que preferimos algo peor que un retroceso: que todo siga igual. Aunque hay algo de lo que siguen sin darse cuenta: es demasiado fácil convertirse en la putita de la clase. Quizá un día, por un descuido, por la confianza o porque te dejaste llevar y por un momento no escuchaste la culpa, ese pendón eres tú. O peor, quizá esa putita es tu hija.

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