El abuelo superviviente de Mauthausen recupera la voz
El Mundo.- La actriz Inma González evoca sobre las tablas las vivencias de Manuel Díaz Barranco en el campo de concentración nazi.
«Yo me enteré de la historia de mi abuelo con 25 años», confiesa Inma González (San Pedro de Alcántara, Málaga, 1978), protagonista y la mitad de Mauthausen, la voz de mi abuelo junto a la directora y dramaturga Pilar G. Almansa (Córdoba, 1976). «Mi madre me dio las grabaciones de una entrevista que le hicieron unos estudiantes de periodismo en Francia después de que falleciera y entonces nació el deseo de darle forma» a la historia de su abuelo, Manuel Díaz Barranco, superviviente español del campo de concentración nazi de Mauthausen, en el que murieron unas 300.000 personas.
La propia González interpreta a Manuel en este conmovedor monólogo, que cuenta cómo un chaval de 15 años huyó de la sublevación Franquista nadando desde La Línea de la Concepción a Gibraltar para después recorrer España con el ejército republicano. Después llega el exilio y la dura estancia en el campo de refugiados francés de Argelés, cómo fue apresado por los nazis y su llegada a Mauthausen el 30 de noviembre de 1940. Allí relata de manera calmada y sencilla, incluso desde la alegría, el frío de Austria, la comida llena de gusanos, los recuentos, los partidos de fútbol, el horror del campo de exterminio de Gusen, cómo sacaron los negativos de Francisco Boix, las muertes, las ejecuciones o la primera vez que vio a su futura mujer.
«La dramaturgia ha rescatado muy bien el tono en el que él cuenta su historia. Porque después de hablar de una atrocidad, lograba darle la vuelta a la anécdota y sacarte una sonrisa», afirma González. «Esta obra no es una comedia, lo que ocurre es que no está contada desde el drama. Manuel era un guasón que le tomaba el pelo incluso a los nazis», señala en este sentido Almansa.
Una vez estudiada la entrevista y el testimonio de El Lenteja, como sus compañeros le llamaban, tanto González como Almansa comenzaron por explorar las posibilidades del espacio escénico, que ambas firman. «El teatro juega con lo simbólico, lo metafórico, lo metonímico y esos son los elementos con los que trabajamos», señala la dramaturga sobre este pequeño montaje del teatro off, que se representa todos los domingos de marzo y los sábados de abril en Nave 73 (calle Palos de la frontera, 5). Y una vez configurada la arquitectura narrativa, Almansa fue escribiendo el texto, día a día, a pie de ensayo.
De este modo, un montón de zapatos, una escalera o unas guirnaldas de luces, con las que González interactúa, sirven para recordar a los desaparecidos y asesinados por el nazismo, el trabajo en las canteras o las alambradas del campo. «Cuando el espectador se emociona es porque al ver los zapatos su imaginación está yendo a otro lugar. Los elementos entran en juego para generar imágenes evocadoras», añade González, que siempre tuvo claro que ella sería la voz a su abuelo. «Nosotras, desde el trabajo, nunca le dimos importancia al hecho de que yo fuera una mujer, pero tampoco se esconde: ha sido muy natural. Creo que ha sido un acierto y el público tampoco le da importancia», cuenta la actriz. «Al final es la historia de un ser humano que sobrevive al horror y eso es más interesante que el género», añade Almansa.
A falta de homenajes o siquiera una conversación a nivel nacional sobre los exiliados españoles y los pocos supervivientes del horror nazi que aún quedan con vida, González afirma: «No hay reparación real. No se ha llamado a las cosas por su nombre, los españoles que salieron de los campos de concentración fueron acogidos por los franceses y muchos hicieron su vida allí. Mi familia por parte de madre está allí. Es muy triste porque se usa a nivel político, pero en el fondo no se está haciendo nada real con este tema». Y pone un ejemplo revelador: «En Mauthausen, en el memorial a las víctimas de diferentes nacionalidades, el monumento español fue sufragado por particulares y está en territorio pagado por los franceses».
TODOS LOS PÚBLICOS
Más allá de esta necesaria mirada al pasado, ambas coinciden en que su obra está calando en el presente. «Originalmente iba dirigida a un público adolescente, pero creo que ha llegado a todo tipo de espectadores», señala González. Almansa continúa diciendo: «Para mí lo más importante que hace Mauthausen es prevenir de alguna manera. No sé si es más importante no olvidar, no olvidar para prevenir o colocar a la gente en lo cotidiano de un campo de concentración, pero el resultado es que hay una ampliación de la empatía para que el que está muy lejos nos importe tanto como el que está cerca».
Y ante el ascenso de discursos extremistas y la aparente imposibilidad de dialogar entre unos y otros, González concluye: «Tanto de un lado como de otro volvemos otra vez al enfrentamiento. Me parece importante dar voz a estos protagonistas anónimos por la capacidad que tuvieron muchos de perdonar y contar lo que vivieron sin odio y sin generar más odio». Mas aun cuando la guerra, como dice Manuel en el monólogo, la hacen unos pocos desde arriba. Y luego son los de abajo los que la sufren y los que luchan, muchos sin saber muy bien el porqué.
Nave 73 estrenó Mauthausen, la voz de mi abuelo el pasado mes de noviembre y desde entonces ha sido vista por cerca de 2.500 espectadores. La obra ha entrado en la lista de candidatas a los premios Max en dos categorías, mejor espectáculo revelación y mejor autoría revelación. Las entradas cuestan 12 euros de manera anticipada y 14 euros en taquilla.