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La discapacidad no se toma vacaciones

Ni perpleja ni espantada. Tampoco extrañada. Era cuestión de tiempo. No hay espacio para los niños con ciertas discapacidades en las escuelas de verano

El verano airea nuestras carencias. Después de un curso de marea alta, el mar se repliega, y la baja mar deja al descubierto todo aquello que se fue arrojando al agua sin ninguna consideración. Esperando, tal vez, que se resuelva por sí solo, a costa del esfuerzo y la buena voluntad de otros. Como casi siempre ocurre con la discapacidad. Pero igual que el mar saca a flote la basura, el verano hace aflorar problemas que no se están atajando realmente durante todo el año. Postergar no soluciona nada. Los padres se hartan. Denuncian hastiados de tanto postureo. Unas veces social y otras veces político.

Cuando a principios de julio saltó a los medios de comunicación el caso de la niña Inés, que fue expulsada de un campamento de verano por la queja de un grupo de padres, no me extrañó en absoluto. Soy madre y escucho a otras madres en la puerta de los colegios. Sé muy bien que a alguna gente le estorba la discapacidad de los compañeros de sus hijos. La ven como un lastre para la trayectoria y buena progresión de sus hijos perfectos. No. No se espanten. Esas personas jamás lo reconocerían en público. Comentarios, actitudes… La escuela puede ser inclusiva. Los maestros trabajan en muchos frentes. Propician esa normalización en clase, también en los recreos, pero si esos valores no se practican en casa, si de verdad no se inculca a los hijos que la diferencia forma parte de nuestras vidas, seguirán ocurriendo casos como los de Inés, y de tantos otros niños, como estamos viendo este año en la prensa.

No, no ha venido un siroco a esparcir casos por doquier. Esta cascada de niños discriminados por su discapacidad, que vamos conociendo cada semana, es la consecuencia natural de ese postureo social y político, que legisla sin proveer de dotación económica suficiente. Si la inclusión no nace de una convicción profunda de la sociedad, seguirá habiendo discriminación. Cuando no se destinan los recursos necesarios para que la inclusión sea efectiva, no dejará de haber discriminación. Cuando se enarbola la bandera de la discapacidad para conseguir sellos de calidad, premios, reconocimientos u obtener votos del electorado estamos jugando con los derechos humanos de un diez por ciento de la población para el que las leyes se quedan en papel mojado casi siempre.

Si se fijan, la mayoría de los casos se producen una vez que los niños están inscritos en los campus. En los formularios de inscripción se contempla la discapacidad. Los padres marcan la casilla. Explican y se aseguran de que sus hijos estarán atendidos, pero cuando llega el momento de la verdad, vienen las trabas. ¿De qué me suena? ¿Qué está ocurriendo?

Muchos de estos campamentos, promovidos por la administración, tiran a la baja en los concursos públicos. La concesión del servicio se la lleva el mejor postor. Bajos presupuestos, menos monitores, atención justa para niños normotípicos. En cuanto hay que dedicar más tiempo, mayor atención o una atención más especializada, no salen las cuentas. El niño es invitado a marcharse o directamente solo hay plaza para uno, como en el caso de Mallorca, donde se advertía que las plazas para niños con discapacidad estaban limitadas.

Pero la discapacidad no descansa en verano. Las familias están perdiendo el miedo a denunciar estas situaciones. El problema se está visibilizando. Solo es la punta del iceberg. Y surgirán más casos si se sigue menospreciando la discapacidad, en casa, en la escuela, en la política. La discapacidad no tiene vacaciones. No se la lleva la marea.

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