Por qué se excluyó a las mujeres del programa Apollo

La Vanguardia.- Un grupo de 13 féminas pasó las pruebas como sus compañeros hombre, y sin embargo jamás fueron escogidas para volar al espacio

Toda la cobertura informativa de la llegada del Apollo 11

El verano de aquel 1961 estaba llegando a su fin cuando 19 mujerespilotos de avión se disponían a viajar a Albuquerque, en Nuevo México (EE.UU.) para enfrentarse a una última tandas de pruebas, algunas estrambóticas pero todas de extrema dureza, con las que demostrar que eran tan capaces como sus compañeros masculinos de volar a la Luna y así reivindicar que también querían tener un papel destacado en la carrera espacial.

 La mayoría habían sido reclutadas a través de una organización de mujeres piloto, Ninety-nines; aunque algunas se habían presentado voluntarias tras ver un anuncio en el diario. Todas participaban en un programa no oficial, de financiación privada, de entrenamiento de astronautas femeninas para viajar al espacio. Las apodaron, aunque años después, ‘Mercury 13’, en referencia al programa de entrenamiento masculino,’ Mercury 7’. Aunque ellas nunca formaron un grupo y muchas ni si quiera se conocieron jamás.

Y aquel verano, sin embargo, de forma repentina, a pesar de que incluso algunas habían renunciado a sus trabajos para poder participar en esa tercera y última fase de exámenes, el programa se canceló y dio al traste con su sueño de convertirse en las primeras mujeres que viajaban al espacio. Ese honor se lo acabaría llevando dos años más tarde la rusa Valentina Tereshkova, que orbitó 48 veces la Tierra. Y luego, tuvieron que pasar más de 20 años para que la Nasa decidiera incorporar finalmente mujeres. ¿Por qué?

A comienzos de la década de los 60, y tan solo tres años después de su creación, la Nasa estaba inmersa en el proceso de reclutamiento y entrenamiento de astronautas para viajar al espacio. La Agencia consideraba que los mejores candidatos podían ser pilotos o tal vez miembros de expediciones de extrema crudeza, como a la Antártida o al Ártico. Pero el entonces presidente de los EE.UU., Dwight David Einsenhower creía que los pilotos militares eran los candidatos ideales, lo que acabó marcando los criterios de preselección. Y como aquella no era una profesión a la que pudieran optar las mujeres en aquella época, no podían formar parte del ejército, de facto, quedaron excluidas.

Eso provocó quejas y protestas y en los 60 hubo grupos de mujeres que presionaron en la Casa Blanca y en el Congreso para que la Nasa sí incluyera a féminas en el programa de astronautas. Incluso se publicó un artículo en la entonces influyente revista Life publicitando a las mujeres y criticando a la Nasa.

En ese contexto, el médico e investigador de la Agencia americana, William Randolph Lovelace, quien se había encargado de llevar a cabo las pruebas físicas y los exámenes médicos pertinentes para seleccionar a los primeros siete astronautas del programa espacial de la Nasa, el Mercury seven, sí consideraba que las mujeres debían ir al espacio y más aún tras observar el interés que mostraban los rusos por entrenar a cosmonautas femeninas.

Así es que en febrero de 1960 Lovelace dedidió empezar a reclutar y luego entrenar a chicas. Estaba interesado en saber cómo reaccionarían los cuerpos femeninos en el espacio, puesto que en los 60 se consideraba aún que ambos géneros tenían composiciones biológicas distintas. Primero decidió invitar a Geraldyn Jerri Cobb, una piloto con suma pericia, a unirse al proyecto. Sería la primera que participaría en el entonces secreto “Programa para la mujer en el espacio”, que nada tenía que ver con la Nasa y que estaba financiado en buena medida por el mismo Lovelace.

En la clínica de Lovelace, Cobb se sometió a todo tipo de pruebas: desde que le echaran agua congelada en el oído para simular vértigo y ver cuánto tiempo tardaba en recuperarse, hasta introducirle un tubo de goma por la boca hasta el estómago para analizar sus ácidos gástricos; o aislarla en una cámara con agua y en oscuridad total. Cobb superó las tres fases del programa e incluso superó a los astronautas masculinos en algunas de las pruebas. Convencida de la necesidad de que las mujeres también tuvieran la oportunidad de ir al espacio, luego ayudó a Lovelace a reclutar a más chicas para ese programa piloto de entrenamiento.

Cobb y Lovelace revisaron el expediente de unas 700 mujeres piloto, todas ellas con más de 1000 horas de vuelo. Y finalmente seleccionaron a 25 mujeres para integrar ese programa de investigación. Como no sabía a qué se iban a enfrentar los astronautas una vez en el espacio, les hicieron pruebas de todo tipo, desde unos rayos-X hasta descargas eléctricas en el antebrazo para probar los reflejos del nervio cubital, o hacerlas pasar horas en una bicicleta estática para evaluar su respiración. Trece mujeres fueron las que pasaron esas pruebas. La más mayor tenía 41 años y ocho hijos; la más joven, 23 años. E incluso había dos gemelas.

 

 

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