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La epidemia de laboratorio que salvó a 8.000 judíos del exterminio nazi

El Confidencial.- Una epidemia que se desató en los guetos de Polonia salvó a miles de personas de la muerte… ¿Cómo fue posible?

«En una ocasión un trabajador polaco deportado a Alemania obtuvo un permiso de 14 días para visitar a su familia dentro del Gobierno General. Si no hubiera retornado a Alemania en la fecha establecida, habría sido perseguido por la Gestapo y en caso de no dar con él, toda su familia sería arrestada y después enviada a un campo de concentración. Sólo una causa justificada, un certificado médico por enfermedad, podía evitar las terribles medidas. Tanto el médico como el paciente corrían un enorme peligro si se encontraba la más mínima irregularidad en el documento».

Hay un escenario peor que una pandemia: que se produzca durante una guerra. Existe otro aún más terrible, que la guerra incluya a la maquinaria más eficiente de exterminio de la historia: la Solución Final. Si alguien cree que justificar ahora sus movimientos es un fastidio, no sigan leyendo.

El párrafo que abre este artículo fue escrito por los médicos polacos E. S. Lazowski y S. Matulewicz y publicado en 1980 en la revista ‘U.S Navy Medicine’ de EEUU. Pertenece concretamente al último texto del Volumen 71 del 4 de abril. Una publicación para especialistas. Básicamente, los médicos polacos describían el estado de la situación epidemiológica con la que lidiaron en el Gobierno General -la Gran Alemania de Hitler que incluía Polonia- durante la Segunda Guerra Mundial.

En detalle: una serie de acciones que realizaron durante la ocupación del Tercer Reich en relación con el tifus: una epidemia que se desató en los guetos en los que los nazis confinaron a los judíos. Ahora que con el coronavirus todo el mundo es experto en test reactivos, antígenos, anticuerpos, vacunas y demás, se podrá entender fácilmente lo que en su momento era una revelación asombrosa. Los audaces médicos polacos salvaron la vida a más de 8.000 judíos gracias al tifus. No es tan simple claro.

Los piojosos del Reich

Piojos. La reacción inmediata: rascarse la cabeza. Un insecto parásito muy desagradable que se expande rápidamente colonizando nuevos húespedes. No son peligrosos. Pero hay una clase de piojo que no está entre nuestros cabellos, sino en el cuerpo. Es tan similar morfológicamente que incluso un científico podría confundirlos. La gran diferencia reside en que transmiten una bacteria de la denominada familia Ricktesia que causa una enfermedad endémica y letal: el tifus, una pesadilla para los médicos durante el siglo pasado. Lo asevera el escritor e historiador estadounidense Arthur Allen, que de momento no es importante en esta historia.

Hacia 1942, las infames condiciones en las que los nazis confinaron a los judíos en los guetos de Polonia, facilitaron que se propagaran los piojos, los del cuerpo y con ellos, el temido tifus. Preocupaba al Reich: diezmaba a los esclavizados judíos -mano de obra- y podía extenderse entre sus tropas. Según los médicos polacos, Lazowski y Matulewicz, el tifus se había erradicado de Alemania hacía 25 años, pero había reaparecido gracias a los nazis.

Atención: el tifus no estuvo ni cerca de lograr superar en mortalidad a la Solución Final, pero como obviamente no seguía ningún patrón asimilable a la teoría racial aria de los nazis, infectaba a cualquiera. El detalle podría haber pasado desapercibido. No fue así. Una esclusa se abrió, por separado, en las mentes de los dos audaces científicos polacos: precisamente una característica básica de la bacteria facilitaba que pudiera salvar vidas. Busquen «paradoja» en la RAE.

Pues bien, antes incluso de que los nazis desataran el cataclismo bélico, un instituto polaco, el ‘Weigl’, había desarrollado una vacuna contra el tifus. Puñetazo en el estómago. ¿Si ya había vacuna cuál era el problema? ¿Nos salvaremos todos del covid-19 cuando den con ella? Arthur Allen, cuya investigación ya había ilustrado este artículo, lo detalla en su obra ‘The fantastic laboratory of Dr Weigl’. El súbtítulo es aún más sugerente: ‘How two brave scientists battled Typhus and sabotaged the nazis’: ‘Cómo dos científicos combatieron el tifus y sabotearon a los nazis’. El matiz ahora sí es importante.

Para empezar, el instituto polaco debía su nombre al Dr. Rudolf Weigl, quién había desarrollado una vacuna contra el tifus tras la Primera Guerra Mundial. No era definitiva, por decirlo de alguna forma. El propio Weigl contrajo la enfermedad a partir de su propio remedio. No obstante, su sistema inmunológico pudo eliminar la bacteria y se curó. No es la idea que tenemos de una vacuna segura. A lo mejor estamos siendo ahora muy optimistas.

Crecer sin aire

Según Arthur Allen, los polacos no sólo pretendían sabotear a los nazis, querían erradicar la epidemia, un detalle que se ha obviado a menudo, una vez que la historia se hizo célebre y se diseminó en cientos de diarios y en ediciones digitales de medio mundo. Trabajaban a dos bandas. Recordemos, sin embargo, que la primera noticia de toda la operación provenía del último artículo de una revista para especialistas, ‘U.S Navy Medicine’, que no competía precisamente con ‘Playboy‘, un mensual, por otra parte, que contenía excelentes reportajes entre sus páginas.

A cada uno lo suyo. ‘Jedem das Seine’. El lema a la entrada del campo de Buchenwald no es célebre como el ‘Arbeit Macht Frei’ de la mayoría de los campos de concentración nazis como Auschwitz, Sachsenhausen… Buchenwald, no era un campo de exterminio, lo que no quiere decir que no fuera uno de tortura y muerte, como todos los demás.

Anna Frank, después de permanecer encerrada entre 1942 y marzo de 1944 en el denominado ‘Anexo Secreto’ con sus padres, Herman y Auguste van Pels, su hijo Peter y Fritz Pfefferr, a mil millones de años luz de lo que podría denominarse ahora confinamiento, recaló al final en Bergen Belsen. Pocos días antes de la liberación murió allí a causa del tifus. Una vida entera reducida a la metamorfosis de la infancia a la adolescencia sin que el aire rozara su cara. Sobrevivir en esos tiempos superaba en incertidumbre incluso al propio azar.

Proteus X

Encierro, enfermedad, contagio, muerte. Los polacos fueron rápidos. La historia del trabajador polaco que abre este artículo es real. Fue el primer ‘experimento’ de Lazowski y Matulewicz. PAra que pasara por enfermo de tifus le inyectaron una bacteria ‘muerta’ que no servía como vacuna pero sí para provocar el positivo en los tests nazis de detección. Tras pasar por enfermo de tifus fue exonerado de sus labores, es decir, quedó limpio para el sistema. Proteus X y OX-19. Así lo lograron. La clave era ‘Proteus X’, el anticuerpo detectado en la orina que revelaba la presencia del tifus.

Partían del método Weil-Felix, por los médicos Edmund Weil, polaco -no confundir con Rudolf Weigl- y Arthur Félix, checo, que habían determinado que en la orina de los enfermos infectados con tifus se hallaba el anticuerpo que denominaron ‘Proteus X’. Una vez que Lazowski y Matulewicz pudieron comprobar con el primer judío polaco que el engaño funcionaba, desviando a la implacable administración nazi, lo aplicaron con una extrema cautela para imitar un brote natural. ‘Infectaban’ a judíos y no judíos para inducir concretamente la reacción de ‘Proteus X’ y tenían en cuenta las estaciones del año en las que el piojo era más proclive a colonizar a los huéspedes: nada podía delatar lo que en realidad era un engaño que generaba falsos positivos en el test Weil-Félix, el que usaban los nazis.

Desde 1916, la reacción de Weil-Félix se ha mantenido como una prueba diagnóstica simple y útil para el tifus epidémico y es una evidencia diagnóstica válida en presencia de síntomas clínicos. Durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes utilizaron la prueba como una confirmación de la fiebre tifoidea«. Síntomas clínicos. Para que todo fuera más creíble, los médicos derivaban a los falsos positivos que tuvieran fiebre o cualquier otro síntoma a otros médicos. Ambos factores daban más credibilidad al diagnóstico. La descripción del test por parte de los médicos polacos concluye de la siguiente forma: «La reacción Weil-Félix sigue siendo común y en uso – escrito en 1980- como test porque es simple y barato. Existen otros métodos de detección más fiables, pero cuestan más trabajo y son más caros».

Después del breve e impactante artículo que mostró el astuto plan, Lazowski, que lo describió como «nuestra guerra privada inmunológica«, publicó sus memorias explicando su lucha contra el Tercer Reich y la fiebre tifoidea. Es imposible averiguar a cuántos salvaron de la deportación por medio de la cuarentena que se impuso en ciertas áreas debido a los falsos positivos. Se suele citar la cifra de 8.000. Se replica incluso en este artículo. En cualquier caso, la simple concepción del plan era brillante y ambos médicos arriesgaron sus vidas. Una pandemia sin una guerra de exterminio es un chiste de Gila.

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