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La dura lucha librada por los centros de discapacidad

Los usuarios siguen sin poder salir a la calle y será necesario que pasen 28 días desde el último positivo para que la residencia sea declarada «libre de covid».

Campeones. Con este adjetivo describe el personal de las residencias que atienden a la discapacidad a sus chicos -como les llaman cariñosamente-. «El cambio de rutina ha sido muy difícil, también echan en falta el contacto físico. Estábamos muy acostumbrados a los abrazos. Pero, en general, se han portado como campeones«, detalla Francisco Pitarch, responsable de residencia en el centro Camp-Cadi, donde desde el inicio de la pandemia se han producido 30 casos positivos entre los residentes -dos de ellos han fallecido- y una veintena entre los trabajadores.

«Ha sido muy duro», reconoce la directora Elena Díez, quién recuerda que tras detectarse el primer contagiado, «todo se desbordó». Fue a finales de marzo, cuando además los trabajadores sufrieron la falta de equipos de protección. «Teníamos algunos, pero no sabíamos cuándo podríamos conseguir más», especifica. Ahora ya solo tienen a siete residentes en aislamiento y algunos de los trabajadores se han reincorporado. El resto se recupera en sus viviendas.

Con la mejora de la situación, se plantean reducir progresivamente las medidas de aislamiento social y de reclusión, aunque de manera «prudente y con incertidumbre». «Ahora pueden salir a la zona ajardinada pero sin juntarse», explica Díez. La siguiente fase será que los usuarios puedan ir al gimnasio a hacer los ejercicios de fisioterapia en vez de en sus módulos. Un paso hacia la normalidad, que todavía no tiene fecha.

El centro Ciudad Residencial Sonsoles, de Atades, también ha sido duramente golpeado por el coronavirus. Alrededor del 35% de los usuarios han padecido esta enfermedad y un 1% de los empleados. «Como es un complejo grande, con las autorizaciones correspondientes, pudimos crear un pequeño hospital, al que trasladamos a los casos positivos», explica el director Agustín Garcés. Señala que ha sido «duro», pero que lo importante era «mantener la calma».

En las últimas semanas han percibido un «decrecimiento enorme» de casos, pero «no podemos bajar la guardia». Todavía hay chicos que se están recuperando o que están a la espera del test. Destaca que esta experiencia ha servido para «aprender unos de otros» y ser «más cercanos». Respecto a sus chicos, señala Annais Belio, personal de atención directa, «la mayor dificultad es que no comprenden que no les abracemos o besemos como antes».

Cambios de costumbre a las que poco a poco se irán habituando. «Hemos sido muy pesados. Todo el día insistiéndoles que no se toquen, que intenten mantener las distancias… Ellos han colaborado mucho», reconoce Patricia Muro, encargada del taller del Centro Residencial Santo Ángel, de Atades. Hasta ahora, señala, ha sido sencillo hacerles entender la magnitud del problema «con la televisión y viendo que nadie paseaba por la calle». «En el centro hay 76 personas, 15 muy vulnerables y 13 mayores -perfectamente identificados-, pero el resto se preguntan por qué no pueden salir a pasear puesto que ya ha comenzado la desescalada», lamenta Cynta Cayetano, directora del centro, uno de los que no han registrado ningún caso de covid-19. Como hasta ahora, en las 35 residencias con personas con discapacidad seguirán luchando y sonriendo porque cada día más, es un día menos.

«Cuando hablamos por internet intentamos que nos vean contentos»

«Lo hemos pasado muy mal. Esto es durísimo». Así describe Teresita Almagro, presidenta de la asociación de familiares del centro Camp Cadi, cómo han vivido las últimas semanas, desde que se detectara el primer caso de coronavirus en el centro en el que reside su hija, de 46 años. «Al principio era yo quien hablaba cada día con el personal del centro y se los trasladaba al resto de las familias. Después ya se organizó un grupo con todos y, además, nos mandaban informes diarios para comunicarnos cómo iba evolucionando. Fue una forma de no colapsarles de llamadas, que bastante tenían», reconoce.

Para ellos, conocer desde hace tantos años el centro donde cuidan de sus hijos ha sido algo vital para afrontar los días más complicados. «Nos ha dado ánimos porque sabemos cómo trabajan. Se merecen el reconocimiento máximo», subraya.

Incide en que «si ha habido errores», no se les puede exigir nada porque «han hecho lo que creían mejor para todos». «Era una situación complicada que a todos nos pilló sin saber y sin estar preparados», reconoce. La falta de material fue uno de los principales problemas, pero ahora, según destaca, parece que se ha solucionado. «Vemos que la situación ha mejorado, se está suavizando», asegura esperanzada.

Durante estos días, aunque no han podido tener contacto físico con sus hijos, hermanos o sobrinos, sí que han llevado a cabo videollamadas. «Son muy emotivas e intentamos que siempre nos vean contentos», explica. Al mismo tiempo, detalla que a ellos no se les ve preocupados y «eso es lo importante». Las familias también comentan estas vidoconferencias y recalcan «que se les ve bien», casi como cualquier día normal.

Habitualmente, muchos usuarios de este centro regresan a sus viviendas los fines de semana o similares, una actividad a la que estaban acostumbrados y que, debido a la crisis sanitaria, no pueden hacer. «Siempre que tienen que volver están contentos y eso a las familias nos da mucha confianza», puntualiza Almagro.

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