¿Y si la cueva de Altamira la pintó una mujer?
El Público.- El grupo de arqueólogas Past Women reinterpreta la prehistoria desde la perspectiva de género y pone en cuestión los roles tradicionales. Hoy todavía en la mayoría de los museos sobre la evolución humana la presencia de la mujer es residual y poco valorada. Estas expertas quieren visibilizar su función social y su papel en la historia.
¿Las mujeres de la prehistoria solo se dedicaban a cuidar a los hijos? ¿No participaban en la caza y recolección de alimentos? ¿Su labor se reducía a las actividades domésticas? ¿Protagonizaron la creación de las pinturas rupestres? ¿Y si la cueva de Altamira la pintó una mujer? Todas estas cuestiones planteadas aquí son todavía hoy una incógnita. Los registros arqueológicos no nos permiten certificar con precisión el reparto de roles de género que tradicionalmente se han atribuido a las sociedades primitivas.
Sin embargo, los museos sobre evolución humana aún mantienen clichés arcaicos y reservan a la mujer un papel subalterno, cuando no prácticamente inexistente. El que más mujeres representa es el del Almería, con un 33% de presencia femenina. En otros, como el de Oviedo, apenas llega al 12%. Y en la sala de Prehistoria del Museo Arqueológico Nacional hay un 25% de hembras. Eso sí: en este caso, todas en labores activas, porque lo habitual es que aparezcan como meras figuras decorativas sin hacer absolutamente nada.
«La división sexual del trabajo es una construcción cultural», asevera Margarita Sánchez Romero, profesora titular del departamento de Prehistoria y Arqueología, de la Universidad de Granada, y una de las especialistas que trabajan en red en la plataforma digital Past Women. «No es una cuestión biológica. Y cada sociedad la construye de manera distinta. No podemos hacer una narrativa según la cual en todas partes durante 50.000 años todo pasó igual. Hay que estudiar sociedad por sociedad».
Past Women intenta poner en pie una mirada distinta sobre la prehistoria. Y pretende romper con la idea de que la desigualdad es algo intrínseco a la especie humana. «Se estereotipa a las mujeres. Siempre que hablamos de ellas aludimos a la venus, que es un término horrible, porque las vincula con la sexualidad y la reproducción», subraya Sánchez Romero. Y ese es un ámbito reduccionista, que invisibiliza muchas otras actividades realizadas por la mujer. ¿Por qué sucede esto? Porque la historia la han contado los hombres siempre y proyectan en el pasado los prejuicios de hoy.
«No sabemos cómo sucedieron las cosas. Desde el presente se ha usado a las mujeres del pasado para justificar visiones de ahora. ¿La desigualdad entre hombres y mujeres ha existido desde la prehistoria? No lo sabemos. Hay sociedades en las que podemos vislumbrar diferencias de clase, pero no las vemos en cuestión de género», reflexiona la experta. «Por ejemplo, hemos descubierto ajuares ricos en hombres y mujeres. O pruebas de buena alimentación en los dos».
Carmen Rísquez es catedrática de Prehistoria de la Universidad de Jaén. Sus investigaciones se centran en las sociedades ibéricas. «Yo no hablaría de desigualdades, sino de diferencias. ¿Hay diferencias entre hombres y mujeres? Sí. ¿Eso significa desigualdad? No». Y pone un ejemplo concreto derivado del estudio de los enterramientos. Gracias a la bioarqueología, hoy es posible identificar el género de los restos humanos, que en época ibérica se incineraban. Y se ha desmontado la creencia de que todos los ajuares con armas pertenecían al hombre. «Con la bioarqueología, se ha podido certificar que muchas de esas tumbas eran de mujeres. Es decir, que eran tan importantes como los hombres».
Es el caso de la Dama de Baza, en cuyo ajuar se localizaron cuatro panoplias completas de armas. La presencia de armas no identifica que estemos ante una mujer guerrera, sino que tiene un sentido simbólico y de reconocimiento social. «Estas mujeres tenían un papel importante en la conformación del linaje», detalla.
Carmen Rísquez ha participado en la excavación de Puente Tablas (Jaén), donde han estudiado registros arqueológicos relacionados con las actividades de mantenimiento o domésticas. «Dentro de las casas han aparecido pesas de telar y fusayolas para hilar. La producción de tejidos era muy importante y otorgaba prestigio y poder. Quiere decir que las mujeres también forman parte de la esfera económica», señala Rísquez.
«Hay que resituar todas esas actividades humanas. A las mujeres se les ha visto como agentes pasivos, pero han sido muy activas en sus sociedades. La mirada de género ha venido a enriquecer a nuestra disciplina arqueológica», precisa. En el santuario de la Cueva de la Lobera, o en Despeñaperros, hay más ejemplos sobre la posición de la mujer, que desactiva clichés. En esos yacimientos se han encontrado muchos exvotos de bronce asociados tanto a hombres como a mujeres. El cuchillo afalcatado lo llevan ambos. Y hasta hace poco se interpretaba que el de la mujer se usaba para hilar, cuando, en realidad, es la misma pieza. «Hay diferencias, pero no constatamos desigualdad en el sentido en que lo entendemos hoy», declara la catedrática de la Universidad de Jaén.
Este grupo de arqueólogas quiere redimensionar el papel de la mujer en la prehistoria. Poner en valor actividades que han sido orilladas en la interpretación del pasado porque estaba condicionada por una lectura patriarcal. «A la mujer se le ha vinculado a las actividades de mantenimiento con un sentido bastante peyorativo. Y es cierto que han estado relacionadas con las labores de cuidado. Pero muchas de esas actividades están cargadas de conocimiento, tecnología o innovación. Y nos pueden contar muchas cosas de las sociedades del pasado. Esa información la estamos perdiendo porque la obviamos sistemáticamente», lamenta.
Proyectar en el pasado patrones del presente de forma mecánica nos conduce a lecturas probablemente erróneas. Es el caso de las pinturas rupestres. «Toda la vida se ha dicho que quienes las hacían eran los hombres. Nadie se ha imaginado lo contrario. Y ahora estamos descubriendo, gracias al análisis de las huellas dactilares y palmares, que es una creación de la comunidad. Y que participan adolescentes, hombres y mujeres», asegura Sánchez Romero.
En la Cueva Fuente del Trucho, en Aragón, se han encontrado manos de bebés junto a las pinturas. «Y eso abre el campo. Siempre imaginamos al señor cazador pintando los bisontes de Altamira. Pero hay más modelos. Y esa es nuestra intención: desmitificar determinadas actividades que se vinculan únicamente con lo masculino y se ponen al frente del discurso histórico».
La pregunta se cae, entonces, por su propio peso. ¿Las sociedades prehistóricas eran más igualitarias? La respuesta no es fácil. La profesora Sánchez Romero se inclina a pensar que sí. «En el paleolítico es probable que no existieran diferencias de poder», teoriza. Y cita a investigaciones de María Ángeles Querol, según las cuales sin los comportamientos solidarios la especie humana se habría extinguido ya de la faz de la Tierra. «La supervivencia del más fuerte no es real. Lo que nos hace más fuertes son las prácticas de cuidado y la solidaridad», remacha Sánchez Romero.
La etnoarqueóloga Almudena Hernando ha cimentado una hipótesis muy sugerente sobre la construcción de la identidad y el surgimiento de las desigualdades de género. En las sociedades primitivas prevalecía la identidad relacional de sus miembros. La condición imprescindible es el sentido de pertenencia a un grupo humano. A medida que va modelándose la división del trabajo, aparece la individualidad. «Los hombres se sienten distintos, aparecen los jefes, la riqueza y el poder. Entonces empiezan a dar más importancia a la individualidad y se olviden de que sin el grupo no podrían sentirse seguros. ¿Qué hacen? Impedir que las mujeres accedan al poder y desarrollen su individualidad. Ellas se quedan en la identidad relacional y se limitan a darles apoyo emocional. Por eso, ellos han desarrollado el discurso de la importancia del yo, teniendo garantizado el vínculo gracias a las mujeres».
Hernando, que no forma parte de Past Women, trabaja con grupos indígenas en el Amazonas, Guatemala o Etiopía. Ha estudiado sus modelos de organización social y ha llegado a la conclusión de que siempre hay una división sexual del trabajo. «Hasta en el hombre de Neandertal ya hay evidencias», señala. «Pero eso no implica necesariamente relaciones de poder. Al principio, no había jefes. Eran identidades meramente relacionales. Y las mujeres también eran cazadoras recolectoras. El poder empieza con la división del trabajo». Y hay otro rasgo diferencial clave. Los hombres siempre protagonizan actividades con más riesgo y movilidad. ¿Por qué? Porque el riesgo y la movilidad son fuente de amenazas para las crías. «La especie humana tiene la descendencia más frágil de todo el mundo animal durante el primer año de vida. Y eso debió provocar que los hombres asumieran la movilidad y el riesgo».
Eso no quiere decir, en modo alguno, que las mujeres no participaran en las labores comunitarias. En el Amazonas, por ejemplo, las hembras también iban a cazar monos, aunque quienes se subían a los árboles eran los machos. «Las mujeres siempre han participado en las actividades económicas”, anota Almudena Hernando, autora de La fantasía de la individualidad. La cuestión es que son los hombres quienes construyen el relato y, por tanto, otorgan importancia a las actividades que ellos han protagonizado en la historia, relacionadas con la riqueza y el poder. «La arqueología se ha olvidado de buscar lo que han hecho las mujeres y que, sin embargo, es fundamental para sostener al grupo».
Un momento fundamental para las relaciones de poder entre hombres y mujeres fue la aparición de la escritura. Ahí el factor de la movilidad pierde su valor. «Si sabes leer y escribir, tu mundo es tan grande como tus lecturas», reflexiona Hernando. «Y ahí comienza la historia. ¿Y qué pasa? Se impide a la mujer que se individualice. ¿Con qué mecanismo? Impidiéndole que aprenda a leer y a escribir». Pero es una resistencia inútil. La mujer empieza a leer y se individualiza. «Se rompe la lógica histórica», argumenta. Pero ojo: la mujer construye su identidad de forma distinta a la del hombre. Se individualiza pero no abandona su identidad relacional. «Nosotras juntamos las dos identidades. Sabemos cultivar los vínculos afectivos y, al tiempo, desarrollamos la razón y la individualidad. Los hombres no saben cultivar lo emocional, aunque los jóvenes sí lo están ahora desarrollando».
La igualdad vendrá, sostiene Almudena Hernando, cuando los hombres aprendan a compatibilizar las dos identidades. No es fácil, aduce. El modelo patriarcal ejerce una enorme presión, no solo contra las mujeres, sino también sobre los hombres. «Te castigará si quieres dedicarle tiempo a tu familia en lugar de dedicárselo al poder, el éxito y la riqueza. Por eso, es importante recuperar la importancia de todas esas actividades en la arqueología. Porque legitimará un presente diferente».