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Alarma ante el aumento de personas que se quedan sin hogar

La Vanguardia.-Los perfiles de ciudadanos al raso se multiplican: cada vez más jóvenes, migrantes, mujeres…

“La situación habitacional es desesperada, superalarmante, tenemos un montón de chicos sin hogar; los centros de menores están dejando a jóvenes en la calle, porque llegan a la mayoría de edad y se han agotado todas las prórrogas, los permisos de residencia no han podido ser expedidos, está siendo muy difícil que les den cita para tomarles las huellas digitales… El panorama de los extutelados es un desastre, los centros de acogida nos contactan para decirnos que uno tras otro al cumplir los 18 van directos a la calle. Estoy muy preocupada”. El análisis de Griselda Bereciartu, de la Fundació BarcelonActua (BAC), resume una parte del problema del sinhogarismo, el protagonizado por personas cada vez de menor edad y procedentes de otros países, muchas sin papeles y con escasísimas posibilidades de conseguir un trabajo.

Las calles, las plazas, los portales de Barcelona alojan a alrededor de mil personas –un total de 996, según los datos de junio del Ayuntamiento, y 1.239, según el recuento realizado el 14 de mayo por la Fundació Arrels– con perfiles cada vez más heterogéneos. Al sintecho crónico, un hombre extremadamente frágil con adicciones y/o enfermedades mentales, se han ido sumando ciudadanos llegados de todo el mundo, principalmente de países latinoamericanos, de Europa, el Magreb y del África subsahariana. El coronavirus ha reducido drásticamente las ya pocas oportunidades que estos colectivos tenían antes.

Un informe publicado recientemente por Arrels constata que la edad media de los sintecho ha bajado de los 44 a los 41 años del 2016 al 2019; el 13% tienen entre 16 y 25 años frente al 8% del 2016. De este grupo, el 95% son migrantes y un 56% ha vivido en un centro de acogida de menores. Globalmente, tres de cada cuatro hombres y mujeres que duermen al raso han nacido fuera de España, ocho puntos más que en el 2016, según la investigación de dicha fundación.

“La ley de Extranjería condena a muchos a sobrevivir sin documentación y sin trabajo, esto es absurdo y tiene un altísimo coste social; en Catalunya hay unas 150.000 personas sin papeles”, considera Bereciartu, una opinión que comparten muchas organizaciones y el propio Ayuntamiento.

La mayoría pernoctan en los distritos de Sants-Montjuïc, Eixample, Sant Martí y Ciutat Vella. Este último concentra numerosas entidades que los apoyan, como la misma Arrels, el hospital de campaña de Santa Anna, el comedor de las Calcutas y el de BAC… “Sí, después del confinamiento seguimos viendo a muchas personas en riesgo de acabar en la calle y aunque es difícil dar cifras y tener una visión global mi impresión es que tenemos y tendremos a más gente sin hogar. Hay zonas donde la situación se desborda, las Misioneras de la Caridad, las Calcutas , están muy preocupadas, siguen repartiendo 400 comidas calientes cada mañana y hay días que no hay para todos”, apunta Peio Sánchez, párroco de Santa Anna.

Esta iglesia ha habilitado en el claustro un comedor para servir almuerzo a 100 usuarios, una cifra que de momento no aumentará para poder garantizar la distancia de seguridad entre los comensales. “En estos momentos solo aceptamos a los sinhogar. Estamos empezando a ofrecer los martes y jueves el servicio de ducha y lavandería y en septiembre abriremos un piso para cuatro jóvenes migrantes que durante un año se formarán como vigilantes gracias a un convenio con la asociación de empresas de seguridad”, añade Sánchez.

Los voluntarios de Santa Anna son testigos de la evolución de la situación. En sus visitas a vecinos sin recursos constatan que no son pocos los que pronto no podrán pagar el recibo de sus infraviviendas, de habitaciones realquiladas y por tanto sin contrato. De hecho, confirma el padre Peio, ya se han encontrado con dos casos de “familias con niños que han tenido que dormir algún día en la calle”. “Una mujer de origen peruano sin papeles, con dos hijos de seis y ocho años, perdió el trabajo de limpiadora y tuvo que marchar de casa, donde sufría malos tratos por parte de su pareja. El confinamiento también ha destapado situaciones de violencia machista”, añade.

La Fundació Assís y también BAC han puesto en marcha o lo harán próximamente equipamientos exclusivamente para mujeres que lo han perdido todo. “No solo nos preocupan los que ya sobreviven a la intemperie o en espacios inseguros sino también los que están en riesgo de estarlo. Hemos tenido un boom de llamadas de gente que se quedaba en la calle en el área metropolitana pidiendo plaza en algún alojamiento”, señala Jesús Ruiz, director De Assís, precisando que su centro de Sarrià está al límite, atendiendo a diario a 120 mujeres y hombres.

Fuentes municipales coinciden en que la Covid “ha aumentado el sinhogarismo, la tendencia es muy preocupante. Es necesario parar la caída para evitar la cronificación de los que se quedan sin hogar a causa del coronavirus”.

Los datos recopilados por los equipos de calle del Ayuntamiento contabilizaron en febrero 1.077 sin techo; 909 en abril, con todos los dispositivos de emergencia a pleno rendimiento, y 996 en junio. Actualmente, hay unos 400 ciudadanos alojados en dichos equipamientos, lo que junto a los casi mil que subsisten al raso suman cerca 1.400 personas, 300 más que en febrero.

En estos momentos siguen abiertos cinco de esos dispositivos, que suman 560 plazas; los dos de la Fira, con 450 ocupadas en un 50%, cerrarán en septiembre y los otros tres a finales de diciembre.

El Ayuntamiento está reformulando su sistema de albergues, los tres que eran de primera acogida han interrumpido nuevas admisiones y reducido su capacidad debido a la Covid. “Se ha visto que este modelo es obsoleto, debe promoverse el alojamiento en habitaciones individuales, en microapartamentos…”, añaden las mismas fuentes municipales asumiendo que el futuro inmediato será complicado ante lo que reclaman más complicidad con otras administraciones para abrir infraestructuras también fuera de la capital.

Davide Andreoli pasó una larga etapa, ocho de sus 43 años, durmiendo sobre el cemento, en la zona del paseo Picasso. En el 2019 consiguió un piso a través de Arrels y para devolver la ayuda se ha volcado en el voluntariado. Es uno de los encargados de la lavandería de esta fundación y mantiene contacto con decenas de personas que siguen sin poder cobijarse. “Lo peor está por llegar, todos podemos acabar en la calle”, pronostica.

Cerca de Arrels, en la Rambla sobrecoge la imagen de varios hombres descansando día y noche en el suelo de la entrada del Liceu. Músicos, cantantes y público se dan de bruces con la pobreza.

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