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Así viven los miles de niños refugiados que viajan solos por toda Europa

Fuente: EL Confidencial
Fecha: 20/03/2017

Ashkan odia la nieve. Los copos blancos le recuerdan a las jornadas interminables que estuvo esperando a la intemperie en la frontera de Irán con Turquía. De los cuatro meses que pasó en ruta, esos días fueron los más duros, refugiado en cobertizos de animales con miedo a que los traficantes le dejasen abandonado a temperaturas bajo cero. Sin conocer el camino de ida, y sin posibilidad de camino de vuelta.

Con sólo 15 años, Ashkan (-nombre cambiado-) abandonó su pequeño pueblo al oeste de Afganistán con lo puesto y un par de mudas de ropa para cambiarse. Iba en compañía de su hermano, también menor. A pesar de ser sólo un adolescente, su aspecto y su mirada es la de quien ha visto más de lo que debería a su edad. Como la vez que, hacinados en una furgoneta, vio caer a un niño en marcha. El conductor no se detuvo a pesar de los gritos y lamentos del grupo, y le vio poco a poco hacerse pequeño en la carretera, sin saber si estaba vivo o muerto.

 

Una foto de Ashkan en la actualidad, un año después de dejar Afganistán (Foto: cedida)
Una foto de Ashkan en la actualidad, un año después de dejar Afganistán (Foto: cedida)

Pese a los riesgos, el panorama que dejó en Afganistán no era mejor. Su madre había muerto de un ataque al corazón un año antes y una bomba acabó con la vida de su padre cuando él era un niño. No le recuerda. “Huí de Afganistán porque los talibanes querían reclutarme, y ya no me quedaba nada allí”, cuenta desde el centro en el que se encuentra desde hace seis meses en Croacia. Allí pasa los días jugando al fútbol y aprendiendo inglés y croata por su cuenta. Quiere quedarse en el país porque le gusta la gente, pero han rechazado su petición de asilo. Ahora está completamente solo; su hermano se escapó a Alemania, con secuelas psicológicas tras la odisea que vivieron.

Como Ashkan, uno de cada cuatro menores que piden asilo en Europa huyendo de guerras o catástrofes están solos, según Eurostat. La cifra ha subido drástica y dramáticamente y sólo en 2015 se cuadriplicó. Enviados por sus familias, separados en el camino o emprendiendo la ruta por decisión propia, miles de menores cruzan fronteras afrontando todo tipo de riesgos y convirtiéndose en el blanco más fácil para los traficantes de personas. Por eso, muchos de ellos desaparecen, incluso cuando parece que han superado lo peor y cruzan las puertas de Europa.

 

 

La partida: huir de la guerra

“La situación ahora mismo es alarmante. Siempre han venido menores desde la primavera árabe, pero ahora se está sumando muchos países y conflictos y se está desbordando”, asegura Federica Toscano de la ONG Missing Children Europe. Los mitad de todos estos niños sin compañía en Europa son afganos, una tendencia distinta al general de las migraciones forzosas, encabezadas por los sirios, que suelen ir en familia. “Los afganos están en una situación económica mucho más complicada y a menudo venden sus tierras o utilizan todos sus ahorros y los de la familia extensa en mandar a uno de sus hijos a Europa”, explica Michela Ranieri experta en derechos de la infancia de Save The Children. “Invierten todo lo que tienen en el hijos que piensan que tendrá más posibilidades de llegar porque creen que se adaptará mejor que ellos, es su última esperanza. Y es una decisión muy difícil”, añade Toscano. Las ONG han detectado además que los menores que se arriesgan son cada vez más pequeños: “Ya estamos viendo de entre seis a nueve años”, asegura Ranieri , “y muchos tardan hasta dos años en llegar”.

Las familias invierten todo lo que tienen en el hijo tiene más posibilidades de llegar porque creen que se adaptará mejor que ellos

En Melilla es habitual ver a grupos de entre 20 y 60 niños, viviendo al raso cerca del puerto. Buscan el momento preciso para “pasar el riski”, como ellos llaman a colarse como polizones en alguna embarcación rumbo a la Península sin ser vistos por la Policía o los perros de vigilancia que rondan la zona. Algunos esnifan pegamento durante el tiempo que viven en la calle, sin escolarizar, sin vestimenta ni alimento ni cuidados adecuados. En España, ACNUR estima que hay 2.000 menores solos, la mayoría marroquíes, subsaharianos o de Bangladesh y huyen de la miseria, el hambre o la trata de personas, respectivamente.

Unos menores migrantes en el centro de detención de Libia. (Foto: cedida por Unicef)
Unos menores migrantes en el centro de detención de Libia. (Foto: cedida por Unicef)

Los menores extranjeros que viajan solos suelen emprender la ruta con gente del mismo pueblo o región, en grupos que los traficantes organizan hacia el sueño europeo y se van juntando con otros por el camino. Lo hacen a la aventura, porque muchos, como Ashkan, ni siquiera saben lo que es el asilo hasta que llegan a Europa. En su caso fue el primo de su padre, con el que vivían, el que pagó por su viaje ante el riesgo inminente que corrían de ser secuestrados por los talibanes. Cada vez que cruzaban una frontera, guiados por uno de los contrabandistas, Ashkan y su hermano se ponía en contacto con su tío para garantizarle que seguían vivos, y él pagaba una parte de lo acordado.

Un niño en movimiento es un niño en peligro; están a merced de la explotación, abusos, violación, robos, cruzan desiertos solos…

Otras veces, los menores empiezan el camino con sus familiares, pero los pierden por el camino. “Puede ser porque la familia se haya visto obligada a dejarles atrás, o porque los traficantes encuentran una manera de hacer dinero, poniéndoles por ejemplo en barcos separados y luego pidiendo más cantidad para devolvérselos. Otras, directamente los secuestran para explotarlos”, añade Toscano. “Un niño en movimiento es un niño en peligro, y más si está solo porque no tiene nadie que pueda defenderle, están a merced de la explotación, abusos, violación, robos, cruzan desiertos solos, sin agua ni alimentos”, comparte Sara Collantes, experta en infancia de UNICEF.

A menudo también van adquiriendo deudas o les roban el dinero que llevan encima, por lo que tienen que ir haciendo paradas de meses o semanas para trabajar, lo que se conoce como “pago sobre la marcha”, en condiciones infrahumanas.

La ruta determina el contexto y condiciones a las que se enfrentarán los menores. Y cuanto más largo es el viaje, más peligroso. La que cruza el Mediterráneo para llegar a Italia es la más utilizada, y también la más mortífera. Según datos de Unicef, en los primeros cinco meses de 2016, el 92% de los menores que cruzaron el mar, iban solos. La que une Turquía con Grecia ha reducido su afluencia considerablemente debido al cierre de las fronteras en los Balcanes. Las fronteras suelen ser los sitios más difíciles; muchos se quedan varados, a menudo a la intemperie y caen en manos de contrabandistas para sortear los controles, donde también se enfrentan a la violencia policial o a los sobornos. También es ahí donde más niños desaparecen.

La llegada: un menor desaparece cada hora

Eslovenia era la etapa final de la ruta del grupo de Ashkan. Su tío pagó entonces la última parte del trato. Sin embargo, su calvario no había acabado. Ya en Europa, recibió el peor trato de todas las fronteras que cruzó: «La policía empezó a apalearnos al llegar, pasé mucho miedo», explica. Allí le hicieron firmar unos papeles para registrar su llegada y le enviaron a Croacia, al centro donde ahora se encuentra con familias y otros grupos vulnerables.

Muchos menores evitan ese trámite. Temen ser deportados después de toda la travesía o quedarse varados por el sistema de protección en los países de llegada, como Croacia, Italia, Grecia o también España, ya que quieren continuar su ruta hacia el norte, donde a menudo tienen familiares o saben que el sistema de protección es mejor y está menos saturado.

Una niña descasa en un centro para refugiados en Idomeni. (Foto: cedida por Unicef)
Una niña descasa en un centro para refugiados en Idomeni. (Foto: cedida por Unicef)

Simplemente se encabullen, se fugan intentando dejar el menor rastro posible, como hizo el hermano de Ashkan. En Hungría el 90% desaparece a las horas de llegar a los centros y en Eslovenia el 80. En Suecia, con mejores sistemas, desaparece igualmente el equivalente a dos clases cada mes. Normalmente son los mismos guardas de los centros de recepción los que dan parte de la desaparición, y en menor medida, las familias cuando no reciben noticias. Sin embargo, esta información no es compartida entre los distintos países de la UE por lo que no puede saberse realmente cuántos niños han caído en redes de explotación, mendigan en las calles, o simplemente cuales están sanos y salvos pero en otros lugares. En total, la Europol estima que 10.000 niños solos han desaparecido en territorio europeo. Uno cada hora.

En España se estima que hay 2.000 menores solos, la mayoría marroquís, subsaharianos o de Bangladesh

“El proceso para conseguir ser refugiado puede durar un año y no quieren esperar tanto, prefieren irse por su cuenta”, explica Toscano. Cerca de 96.000 menores no acompañados pidieron asilo en 2015. El trámite de solicitud de asilo depende mucho de los países de origen, y de destino. Algunos, como Siria tienen cierta preferencia, aunque al final lo que más cuenta es el caso personal. En cuanto a los receptores, Suecia es uno de los más rápidos.

Tampoco los lugares de acogida mientras se resuelve su situación invitan a quedarse, ya que a menudo se trata de tiendas de campaña, centros militares o deportivos: “Como son menores, para protegerles les tienen a veces en comisarías porque no hay espacios para tenerles bajo tutela o los que hay nos son adecuados, como pasa en Grecia donde a menudo duermen en el suelo o en Serbia, donde están entre basura”, cuenta Ranieri. Por eso, para Save the Children, mejorar estos lugares y la información que se les da es fundamental para evitar que escapen: “Que quieran quedarse en el sitio donde han llegado, que confíen en el sistema, aunque para eso primero hay que mejorarlo”, añade.

También influye que en ocasiones acumulan deudas o han dejado atrás familias con dificultades económicas. Una necesidad que les pone, de nuevo, en bandeja de plata ante los contrabandistas que les ofrecen un trabajo que no pueden tener de manera legal en Europa o directamente caen en redes de explotación o prostitución. “Son la perfecta víctima porque nadie les busca, la Policía apenas hace esfuerzos y la información que se tiene de los menores a veces es muy poca y no se comparte”, añade Toscano.

Un niño en un capo de refugiados de Macedonia. (Foto: cedida por Unicef)
Un niño en un capo de refugiados de Macedonia. (Foto: cedida por Unicef)

El asentamiento: un hogar lejos de casa

Ashkan todavía sueña que su madre le llama por las noches: “Cuando me despierto no hay nadie cerca y me siento muy solo”, se lamenta. Empezar de nuevo una vida no suele ser fácil, arrastrando traumas y problemas psicológicos de sus países de origen o del camino que dejan atrás, en un nuevo país con una lengua y cultura totalmente diferentes. Si no tienen nadie que cuide de ellos, son tutelados por la institución competente, en el caso de España, cada comunidad autónoma.

Limbo legal: algunos adolescentes tienen documentación de menor pero el Estado los considera adultos

En 2014, 3.6602 menores de edad extranjeros no acompañados fueron tutelados por el Estado, casi un 30% más que un año antes. Sólo 25 menoressolicitaron refugio en nuestro país en 2015. De ellos únicamente se les concedió a siete adolescentes sirios que llegaron en septiembre del año pasado a Motril y están bajo la tutela de la Junta de Andalucía.Hasta los 18 años no pueden empezar a trabajar, a diferencia de los jóvenes españoles, que pueden hacerlo a partir de los 16.

Además en el caso español suelen encontrarse con un problema añadido que les coloca en un difícil limbo legal. Cuando se trata de adolescentes, muchos son sometidos a pruebas de identificación de edad a petición de la Fiscalía, incluso si portan documentación. Estas pruebas, que normalmente analizan la mandíbula o el carpo, han demostrado ser poco fiables, y se dan casos de niños que tienen una documentación que acredita su minoría de edad pero son considerados como mayores de 18 por estas pruebas. El resultado de esta anomalía es que no son amparados por el sistema de protección por ser mayores para el Estado, pero tampoco pueden trabajar por tener documentación de menor. Eso cuando no son directamente expulsados a los países de los que huían.

El recorrido que tienen los niños en Europa y el que sería deseable para Save the Children
El recorrido que tienen los niños en Europa y el que sería deseable para Save the Children

Las soluciones: rutas seguras

Desde las diversas ONG estudian varias fórmulas para disminuir el número de menores que llegan solos a Europa y, por ende, a los que desaparecen. La primera, establecer rutas seguras para que no tengan que recurrir a los traficantes de personas y visados humanitarios que les permitan viajar, por ejemplo, en avión, lo que también abarataría el precio de venir hasta el sueño europeo e impediría que acumulen deudas por las que caen en la explotación. “Humanitariamente también hay que acabar con las devoluciones en caliente, que no permiten saber siquiera si se trata de menores; tiene que primar la protección de la infancia por encima de las políticas migratorias”, explica Ranieri.

 

 

Un niño cruza la frontera con Macedonia. (Foto: cedida por Unicef)
Un niño cruza la frontera con Macedonia. (Foto: cedida por Unicef)

Por otro lado, consideran que hacen falta asentamientos más preparados en Europa para que los menores confíen en el sistema y no tengan la necesidad de huir, desde donde sean recolocados en otros países, una de las tareas pendientes de España. Pero sobre todo, creen que es importante que a nivel social cambie la mentalidad y se dejen de ver números por delante de las historias humanas: “Muchos políticos, incluso de estas áreas, te dicen que los menores no acompañados ya no se consideran niños porque el viaje les ha convertido en adultos y hay que tratarlos así”, denuncia Toscano.

Aunque Ashkan sí tiene mirada de adulto, ni siquiera ha ido al colegio. Es lo primero que quiere hacer si le dejan asentarse en Croacia, donde ha apelado el rechazo a su asilo: “Espero poder quedarme y aprender, porque no hay nada más que pueda hacer, no tengo donde ir”.

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