La vida con diez años y TDAH: de sufrir bullying a proteger a una niña en su nuevo ‘cole’ gracias a los caballos

Fecha: 06/02/2018
Fuente: Cuatro

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos”. En el mundo de Lucas, hay un casco rosa, una silla de montar, un fuerte olor a establo. En el mundo de Lucas, hay silencio, bullying, incertidumbre.

Nada más pisar la arena del Recinto Hípico Venta la Rubia, saludo a Marta. Me presenta a su hijo Lucas, de solo 10 años. Hace lo mismo con su hermana, María, amante del mundo ecuestre, y su sobrina, Elena. No veo nada especial a primera vista. Un niño sostiene unos cromos de Star Wars y se los da a su madre para ponerse a jugar con su prima.
Estamos llegando a la cuadra cuando los dos pequeños y María se desvían para vestirse adecuadamente. Marta y yo empezamos a hablar de su hijo. Me dice que tiene TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), un trastorno complicado por sus muchas variantes según cada persona que lo padece. “Lo ves aquí con los caballos y es diferente. No tiene nada que ver con cómo es en casa”. Me cuenta que esa felicidad que ahora le acompaña ha habido (y hay) que ganársela. Al principio no fue nada fácil.

La historia empieza a los cuatro años, con la preocupación de una madre que apenas ha escuchado la voz de su hijo. Desde esa edad hasta los siete, Lucas, muy limitadamente, lee. Escribir es una tortura, por lo que su aprendizaje es inviable. Su caligrafía es ilegible. Su producción verbal también se ve resentida y casi no habla. La relación con sus compañeros es muy difícil y lo ven como un bicho raro. Para más inri, moja la cama. A veces le pasa estando despierto. Cuando el colegio le dice a Marta que debe repetir segundo de primaria, toma una decisión: busca ayuda externa, cambia de centro y se muda. Además, desesperada, se lanza a estudiar Psicología por la UNED.
En el nuevo colegio, como por arte de magia, Lucas deja de hacerse pis encima. No más cambios de sábanas. La ayuda de la psicóloga empieza a dar sus frutos. Desvela que en su antigua clase le llamaban ‘cerdo’ o ‘marrano’ y que le encerraron en el baño cuando se orinó en los pantalones. Solo después, interpretan este acto. Era la única forma que tenía de llamar la atención, pues le resultaba imposible generar un solo vocablo. Es a esa edad, con ocho años, cuando Lucas empieza a montar a caballo, aunque ya había practicado años atrás con algún pony. Le hacen algunas pruebas y le diagnostican el TDAH. Por este motivo, se le aplica una adaptación curricular que le haga más accesibles las lecciones. Con ellas, ha mejorado mucho.

Nos interrumpen María y los dos jóvenes jinetes, ya ataviados, que llegan a la vez que los equinos. Son tres preciosos caballos blancos. No me había percatado de que Lucas viste un casco rosa. “Un día dejó de ponérselo. Le dijeron que el rosa era de niñas. Le contesté que tenía que hacer lo que él quisiera sin importarle el resto. Ahora siempre lo lleva”. Vamos a la zona de prácticas y van realizando los primeros ejercicios. Este año está bajo la tutela de Jorge López, director de la Escuela Hípica JLPL en la Venta la Rubia, que controla hasta el número de parpadeos de sus animales. Concibe la relación con el corcel como “un medio de superación personal, en donde los valores como el esfuerzo, la actitud positiva, la proactividad… son fundamentales para ser un buen jinete”. Esos principios los ha ido adquiriendo Lucas al galope y ha mejorado notablemente. Ahora se puede ver a Lucas mucho más abierto y feliz, más perseverante y aplicado.

Recientemente, el chico ha acogido a una niña de clase en su grupo de amigos a la que habían apartado. De forma consciente ha sido capaz de actuar ante algo parecido a lo que él mismo había sufrido. Su logopeda, Laura Cano, directora de Lingua, también ha visto una gran mejoría. “Leía silabeando. Ahora lee por mecánica, pero cuando une todas las palabras del texto no es capaz de extraer la información. Por ejemplo: el árbol tiene tres manzanas rojas y una manzana amarilla. ¿Cuántas manzanas tiene el árbol? No lo sabe”.
El nivel de su caligrafía va dependiendo de la época del año, pero lo que es constante son las horas de empeño de Marta, que a veces permanece hasta cinco horas haciendo los deberes a su lado. La respuesta válida no es suficiente, hacerle entender es la meta. Sin embargo, su cerebro sí domina otra actividad que dejó impresionada a su madre. Lucas es capaz de montar el Halcón Milenario de Lego en menos de una semana. Sus padres, incluso, se lo dan en dosis para que no lo haga del tirón. “Tengo una amiga que lleva 3 años intentando montarlo… y nada”, explica su logopeda. Una aptitud notable que se contrarresta con su poca habilidad para comunicarse. Solo encima del caballo es el momento de Lucas, cuando su sonrisa habla por él. Ahí es donde se expresa y todos le entienden.

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