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La “Escuelita Antirracista”, una iniciativa para combatir el racismo desde el aula

La vanguardia.- El proyecto busca reflexionar en torno a los “microracismos” en la escuela y crear un espacio de denuncia y escucha para los alumnos racializados

La “Escuelita Antirracista” es un proyecto implementado de manera conjunta por el Espacio de Inmigrantes y el Sindicato Popular De Vendedores Ambulantes, con el apoyo de otros colectivos migrantes. La propuesta consiste en un taller pensado para niños y adolescentes para abordar el racismo de manera práctica en escuelas, entidades, grupos de scouts e incluso también para educadores. Durante este año, han brindado alrededor de 25 ediciones.

La “escuelita” pretende sensibilizar a los alumnos para que puedan problematizar tanto los privilegios como los estigmas que pueden venir asociados al origen étnico y el color de piel. El objetivo es “que los niños y adolescentes reflexionen, detecten prácticas, actitudes y lenguajes racistas para que puedan denunciarlos y que no los permitan o faciliten. Que empiecen a deconstruir prejuicios, rumores y falsedades que se construyen sobre las personas racializadas”.

Para ello, se intenta recorrer las diversas formas que puede asumir el racismo a partir de las experiencias personales que comparten personas migrantes y racializadas con los alumnos. “Consideramos que el racismo no se tiene que describir a través de conceptos teóricos, porque la gente no se siente interpelada, se piensa que el racista es el otro. La vivencia y experiencia que tenemos del racismo es mucho más amplia que una definición académica”, explica Ulises, portavoz del Espacio de Inmigrantes.

Un país racista sin racistas

“Vivimos en un país racista pero sin racistas, donde nadie asume su práctica racista. Pareciera que quien recibe la violencia es un paranoico. Por eso hace falta un trabajo de pedagogía social que permita visibilizar los diferentes tipos de violencia”, afirma Ulises del Espacio de Inmigrantes.

Según un informe del Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia, en 2015 un 8,80% del alumnado era de origen extranjero. Un estudio sobre la convivencia escolar publicado en 2010 por el Observatorio de Convivencia Escolar, reveló cómo la pertenencia a ciertos grupos étnicos puede operar como una barrera para la integración dentro del aula.

Frente a la pregunta ‘¿Hasta qué punto te gustaría tener como compañero o compañera de trabajo en el centro a alguien perteneciente a cada uno de los siguientes grupos?’, un 67,1% de los alumnos respondieron “poco” o “nada” cuando se trataba del pueblo gitano, un 64,3% respecto a marroquíes y 56,5% al pueblo judío. Además, se detectó que un 7.8% del alumnado justifica las acciones discriminatorias o incluso violentas contra determinadas minorías culturales.

En el último informe del Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia también se intentó rastrear formas de racismo y prejuicios indirectos, como puede ser el caso de oponerse a la implementación de políticas de acción afirmativa para minorías raciales.

En 2016, si bien se observaron tendencias favorables a la convivencia, todavía un 40,8% de los españoles entrevistados consideraba que la presencia de hijos de inmigrantes deteriora la calidad de la educación. Además, se reveló que los encuestados siguen viendo al inmigrante como detractor de recursos, ya que 60,6% considera que se les da más ayudas escolares a los inmigrantes que a los españoles, donde emerge la cuestión de que “a ellos les dan más que a mí”.

No es otra forma más de bullying

La “escuelita antirracista” no sólo busca darle entidad y cuestionar aquellos “microracismos” o prácticas sutiles y simbólicas de discriminación en función de la raza, sino también insistir en la diferenciación entre el racismo y bullying, para poder ubicar al primero como una forma particular de violencia, que debe ser abordada de manera específica.

“Cuando se los iguala, se invisibiliza y minimiza el racismo. Pero a diferencia del bullying, el racismo no sólo se da entre pares. Además, mientras que aquel niño al que se molesta por llevar gafas o braquetsalgún día puede quitárselos, el que es discriminado por su color de piel lo va a llevar toda la vida, y le determina la imagen de sí mismo”, explica Ulises del Espacio de Inmigrantes.

Más allá de los manuales: racismo con voz y cuerpo

Diego Ravelo nació en Venezuela hace 18 años y hace 17 que vive en España junto a su familia. Escuchar los testimonios le permitió entender que el racismo no necesariamente se cristaliza a gran escala o en un odio explícito a la gente de color, sino que “a veces es más sutil, un simple gesto, un pensamiento sobre lo que eres tú que está en lo cotidiano, en el día a día”.

Relata que la “escuelita” no sólo fue una herramienta para identificar esas prácticas racistas “más sutiles” o simbólicas, sino una propuesta para repensar aquellas con las que él mismo carga. “Tenía asumido un racismo indirecto. Llevo toda la vida aquí, hablo perfectamente catalán, pero muchas veces no hablo en catalán delante de gente de aquí por el miedo de qué pensarán. También he intentado quitarme el miedo de usar palabras latinoamericanas que se usan en mi casa, pero que hasta el momento no las usaba… entender que no son palabras locas ni inventadas”

Lo más impactante para él fue poder desprender el concepto de los libros para poder situarlo en personas reales. “Fue un golpe en la cara ver lo que realmente es, porque en la escuela no se trata nada parecido, se trata de una forma descriptiva, sin alma, sin ponerle cuerpo. Simplemente te dicen que no hay que ser racista porque es de mala persona”, explica Ravelo.

La “Escuelita Antirracista” es un proyecto implementado de manera conjunta por el Espacio de Inmigrantes y el Sindicato Popular De Vendedores Ambulantes, con el apoyo de otros colectivos migrantes. La propuesta consiste en un taller pensado para niños y adolescentes para abordar el racismo de manera práctica en escuelas, entidades, grupos de scouts e incluso también para educadores. Durante este año, han brindado alrededor de 25 ediciones.

La “escuelita” pretende sensibilizar a los alumnos para que puedan problematizar tanto los privilegios como los estigmas que pueden venir asociados al origen étnico y el color de piel. El objetivo es “que los niños y adolescentes reflexionen, detecten prácticas, actitudes y lenguajes racistas para que puedan denunciarlos y que no los permitan o faciliten. Que empiecen a deconstruir prejuicios, rumores y falsedades que se construyen sobre las personas racializadas”.

 

 

Para ello, se intenta recorrer las diversas formas que puede asumir el racismo a partir de las experiencias personales que comparten personas migrantes y racializadas con los alumnos. “Consideramos que el racismo no se tiene que describir a través de conceptos teóricos, porque la gente no se siente interpelada, se piensa que el racista es el otro. La vivencia y experiencia que tenemos del racismo es mucho más amplia que una definición académica”, explica Ulises, portavoz del Espacio de Inmigrantes.

Un país racista sin racistas

“Vivimos en un país racista pero sin racistas, donde nadie asume su práctica racista. Pareciera que quien recibe la violencia es un paranoico. Por eso hace falta un trabajo de pedagogía social que permita visibilizar los diferentes tipos de violencia”, afirma Ulises del Espacio de Inmigrantes.

Según un informe del Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia, en 2015 un 8,80% del alumnado era de origen extranjero. Un estudio sobre la convivencia escolar publicado en 2010 por el Observatorio de Convivencia Escolar, reveló cómo la pertenencia a ciertos grupos étnicos puede operar como una barrera para la integración dentro del aula.

Frente a la pregunta ‘¿Hasta qué punto te gustaría tener como compañero o compañera de trabajo en el centro a alguien perteneciente a cada uno de los siguientes grupos?’, un 67,1% de los alumnos respondieron “poco” o “nada” cuando se trataba del pueblo gitano, un 64,3% respecto a marroquíes y 56,5% al pueblo judío. Además, se detectó que un 7.8% del alumnado justifica las acciones discriminatorias o incluso violentas contra determinadas minorías culturales.

 

 

En el último informe del Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia también se intentó rastrear formas de racismo y prejuicios indirectos, como puede ser el caso de oponerse a la implementación de políticas de acción afirmativa para minorías raciales.

En 2016, si bien se observaron tendencias favorables a la convivencia, todavía un 40,8% de los españoles entrevistados consideraba que la presencia de hijos de inmigrantes deteriora la calidad de la educación. Además, se reveló que los encuestados siguen viendo al inmigrante como detractor de recursos, ya que 60,6% considera que se les da más ayudas escolares a los inmigrantes que a los españoles, donde emerge la cuestión de que “a ellos les dan más que a mí”.

No es otra forma más de bullying

La “escuelita antirracista” no sólo busca darle entidad y cuestionar aquellos “microracismos” o prácticas sutiles y simbólicas de discriminación en función de la raza, sino también insistir en la diferenciación entre el racismo y bullying, para poder ubicar al primero como una forma particular de violencia, que debe ser abordada de manera específica.

“Cuando se los iguala, se invisibiliza y minimiza el racismo. Pero a diferencia del bullying, el racismo no sólo se da entre pares. Además, mientras que aquel niño al que se molesta por llevar gafas o braquetsalgún día puede quitárselos, el que es discriminado por su color de piel lo va a llevar toda la vida, y le determina la imagen de sí mismo”, explica Ulises del Espacio de Inmigrantes.

 

 

Más allá de los manuales: racismo con voz y cuerpo

Diego Ravelo nació en Venezuela hace 18 años y hace 17 que vive en España junto a su familia. Escuchar los testimonios le permitió entender que el racismo no necesariamente se cristaliza a gran escala o en un odio explícito a la gente de color, sino que “a veces es más sutil, un simple gesto, un pensamiento sobre lo que eres tú que está en lo cotidiano, en el día a día”.

Relata que la “escuelita” no sólo fue una herramienta para identificar esas prácticas racistas “más sutiles” o simbólicas, sino una propuesta para repensar aquellas con las que él mismo carga. “Tenía asumido un racismo indirecto. Llevo toda la vida aquí, hablo perfectamente catalán, pero muchas veces no hablo en catalán delante de gente de aquí por el miedo de qué pensarán. También he intentado quitarme el miedo de usar palabras latinoamericanas que se usan en mi casa, pero que hasta el momento no las usaba… entender que no son palabras locas ni inventadas”

Lo más impactante para él fue poder desprender el concepto de los libros para poder situarlo en personas reales. “Fue un golpe en la cara ver lo que realmente es, porque en la escuela no se trata nada parecido, se trata de una forma descriptiva, sin alma, sin ponerle cuerpo. Simplemente te dicen que no hay que ser racista porque es de mala persona”, explica Ravelo.

 

 

 

Muna Daví Cardona, una alumna de 16 años del Institut Verdaguer coincide: “Nunca nos dan este tipo de charlas”. Por eso es que les propuso a su tutora y a la coordinadora pedagógica organizar el taller. Su apreciación pareciera revelar una deuda de todo el sistema educativo español. El estudio del Observatorio de Convivencia Escolar antes mencionado, indica que un 69,7% del alumnado consultado considera que se realizan “poco” o “nada” actividades sobre el racismo y el daño que produce.

A esta alumna del Institut Verdaguer de Barcelona la movilizó la inquietud de poder entender la situación que atraviesan los colectivos migrantes, pero no a través de cómo se los retrata desde la opinión pública sino, en cambio, desde sus propias voces. Por eso, se acercó a la tienda Top Manta, del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes. “Frente a todos los prejuicios que hay en torno a los manteros, yo quería acercarme para entender su situación realmente. Hay muchas cosas que no son verdad”, explica.

Para ella, era importante poder trasladar ese contraste que encontró entre los prejuicios y las personas que conoció, al aula de su Instituto. “Me pareció muy interesante, sobre todo para mis compañeros racializados, porque creo que pudieron sentirse identificados. Todos podemos ser racistas en parte. No lo pensamos y es verdad, creo que tenemos que ir con mucho cuidado con lo que hacemos y decimos”, dice.

Generar espacios de escucha

Los testimonios compartidos en el taller abren un espacio de intercambio y habilitan a que también los niños y adolescentes racializados puedan poner en palabra las experiencias que ellos mismos pueden haber atravesado.

En el aula de 1ero de bachillerato del Institut Verdaguer los alumnos de 15 y 16 años escuchan de forma intermitente. Por momentos, se dispersan y murmuran. Pero la pregunta “¿a alguno de ustedes alguna vez le pasó algo parecido?” los interpela. En seguida, empiezan a circular relatos que hablan de situaciones donde se sintieron sospechosos o vigilados sólo por su color de piel. En el metro, en la calle, en tiendas.

“Me sorprendió, no pensaba que ellos también lo habían experimentado. Ellos son más bien tímidos a la hora de participar pero al final pudieron hablar de cómo a veces sufren este tipo de discriminación”, afirma Lidia Segura, tutora de bachillerato y profesora de inglés del curso. “Está bien poder hacer esa reflexión, porque de alguna manera tenemos incorporadas esas actitudes sin darnos cuenta, nos dejamos llevar por tópicos y los interiorizamos”, remarca.

En este sentido, el proyecto no sólo busca sensibilizar a la población de aquí sobre la existencia de estas prácticas, sino también brindar herramientas que refuercen y fortalezcan a la población racializada, “generar un espacio de seguridad para que puedan ser escuchados”.

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