El cómic que muestra la represión a los homosexuales durante el franquismo
El País.- ‘El Violeta’ narra una historia ficticia inspirada en los testimonios de algunos de los detenidos
Antoni Ruiz conoce bien la oscuridad. Hasta los 17 años vivió encerrado en su secreto y, cuando destapó sus intimidades, fue enviado a prisión por “invertido”. “Quería ser yo mismo, así que lo conté en casa. Mi madre consultó con su hermana y esta con una monja, que me denunció”. Ruiz tiene ahora 60 años y preside la Asociación de expresos sociales. El guionista Juan Sepúlveda se topó con su historia mientras veía un documental en los años noventa. Junto a Antonio Santos Mercero y la ilustradora Marina Cochet ha creado El Violeta(Editorial Drakul), una novela gráfica que rescata la represión que sufrieron los homosexuales durante el franquismo.
La sociedad de aquellos años era muy conservadora. Existían unas arraigadas costumbres católicas y el canon de la familia tradicional se convirtió en una imposición. La homosexualidad se consideraba un delito por el que fueron castigados miles de personas. Franco reinterpretó en los cincuenta la Ley de Vagos y Maleantes, aprobada durante la II República para tratar con dureza los comportamientos antisociales de vagabundos y proxenetas. El dictador decidió sustituirla en 1970 por la Ley de Peligrosidad Social, que invitaba a reprimir con dureza la homosexualidad. Ruiz sufrió aquella norma en sus propias carnes. Durante meses, sin juicio alguno, divagó por distintas cárceles: la Modelo de Valencia, la de Carabanchel y otra en Badajoz.
“Convivía con ladrones y asesinos, pero yo solo era un niño”, rememora Ruiz, que pertenecía a una familia humilde y republicana. Un sacerdote intercedió por él. Lo dejaron en libertad el día que cumplía los 18 años. Todavía tendría que sufrir un año de destierro de su Chirivella natal. “Lo hacían para que no tuviera contacto con las personas que conocía, por si eso curaba mi homosexualidad”. Durante su presidio le sacaban cada noche para que denunciara a otros como él. Nunca lo hizo y eso le costó algunas palizas. Otros corrieron peor suerte y fueron confinados en Tefía, en Fuerteventura, un campo de concentración exclusivo para homosexuales donde picaban piedra con la intención de ser “reeducados”. Su último superviviente, Octavio García, murió en julio, pero antes compartió sus testimonios, que también forman parte del cómic.
Ruiz subraya que ser homosexual durante el franquismo no solo significaba represión, también era sinónimo de exclusión, ya que los antecedentes penales les impedían encontrar trabajo. Ni siquiera la Constitución garantizó los derechos del colectivo. La homosexualidad no se despenalizó hasta 1979. Tres años más tarde se aprobó la Ley de Escándalo Público. “Los homosexuales podíamos ser detenidos por ir cogidos de la mano por la calle”, indica Ruiz. La derogación total de la Ley de Peligrosidad Social no se produjo hasta 1995. “Parte de El Violeta está inspirada en mi vida, aunque en la obra el protagonista se casa con una mujer para que no le pase nada, algo que yo nunca hice porque significaba destrozar dos vidas”.
En el cómic, Bruno es un joven de 18 años que vive en la España en blanco y negro de los cincuenta. Frecuenta lugares clandestinos de Valencia, como el cine Ruzafa, donde cae en una trampa tendida por la policía. “Contamos la represión de los homosexuales a través de la historia de amor entre dos jóvenes, uno que sufre cárcel por mantenerse fiel a su identidad y otro que prefiere ocultar su inclinación sexual a costa de su felicidad”, indica Santos Mercero, uno de los guionistas. La suerte de los detenidos también dependía de su estatus social. “Durante el reinado de Alfonso XIII se establecían multas que solo podían permitirse los ricos. Los homosexuales pobres iban a la cárcel. Esa distinción también la hacía el franquismo”, destaca Sepúlveda.
El nombre del libro no es casual. Parte de la “redada de violetas” que realizaba la policía del régimen. En ellas obligaba a los homosexuales a denunciar a otros como ellos. “El cómic plasma cómo la policía de Valencia conocía los lugares donde se reunían y cómo se les chantajeaba. También ilustra la actitud de la Brigada Criminal y la hipocresía de muchos agentes que, a pesar de ser homosexuales, los perseguían y se ensañaban”, reconoce Sepúlveda. Algunos de los dibujos están inspirados en fotos. Otros escenarios y personajes están creados a partir de la imaginación de Cochet, la ilustradora. Sus trazos son concienzudamente realistas: “Cabe poca poesía visual en la narración. Se relata una constante lucha de emociones y eso requiere muchas viñetas. El objetivo es sumergir al lector lo máximo posible”.