Acabar con el racismo para combatir el calentamiento global
El País.- Tres activistas climáticos africanos exigen en uno de los eventos de la Semana del Clima en Nueva York ponerle fin a la opresión racial para atajar, desde las propias comunidades, los problemas medioambientales que aqueja el continente
Samuel Anuga nunca pensó que el cambio climático fuera a tener efectos directos en la salud mental de los ghaneses. Desde que vio cómo muchos desarrollan depresiones, estrés y algunos hasta intentan acabar con su vida tras la pérdida de cosechas o la destrucción de sus casas y granjas tras inusuales lluvias, decidió dedicarse al activismo. Nez Ibequa en Nigeria quiso poner fin a la violencia entre campesinos que migran y pelean por las mismas tierras. Y desde hace unos años, la obsesión de Rudo Piri es que las comunidades de Zimbabue sean las que lideren la transición ecológica; que la belleza natural de su país vuelva a parecerse a sus recuerdos de infancia.
Para estos tres activistas africanos, los problemas están señalados desde hace tiempo. Y las soluciones también: acabar con el genocidio de los pueblos indígenas y la opresión racial para atajar los problemas medioambientales del continente. “Lo que podemos hacer en África es muy diferente de lo que se puede hacer en Occidente”, explicaba la keniana Janet Kabue, también activista medioambiental y moderadora del acto virtual Voces Africanas, celebrado este domingo en el marco de la Semana del Clima en Nueva York. “La sistemática explotación de África ha provocado una pérdida brutal de vidas y la destrucción del continente. Las sobras de lo robado se quedan aquí y contaminan. Igual que el agua y el aire próximo a las minas. La destrucción de nuestras vidas es el último precio que estamos pagando por vuestra comodidad […] Pero conocemos nuestras tierras y sabemos qué es lo mejor para nosotros”, sentenciaba con los ojos firmes inquebrantables.
El acto, organizado por Every SustainingAllLife.org (SAL) y United To End Racism (UER) se convirtió en una sala de escucha y un escenario perfecto para crear sinergias y compartir experiencias entre las cerca de 200 personas que se asomaron al Zoom. “Es una reunión de amigos con ideas y ganas de mejorar el planeta en el que vivimos, de rescatar a la Madre Tierra”, decía Kabue antes de dar paso a los tres invitados.
Samuel Anuga, Ghana. “Cuidar el medio ambiente es cuidar la salud mental”
Ghana conoce bien los estragos del cambio climático. Este país situado en la zona occidental de África ha sido testigo del incremento paulatino del nivel del mar, de inusuales lluvias torrenciales y sequías prolongadas. Estos cambios han forzado a miles de agricultores y ganaderos a adaptarse. Un proceso a veces muy complejo. Es por ello por lo que desde hace siete años Samuel Anuga, investigador experto en agricultura, se dedica a facilitar la transición y a empoderar a los que labran la tierra.
“Muchos veían cómo se inundaban sus casas o perdían sus granjas”, cuenta por videoconferencia. “Y nos empezamos a dar cuenta de que estas situaciones traumáticas derivan en problemas de ansiedad, estrés, depresión e incluso tendencias suicidas. Los agricultores no pueden cargar con el peso de no tener ningún sueldo que llevar a casa”. Desde entonces, se dedica a enseñarles a proteger el medio en el que viven y trata de recuperar métodos tradicionales de cosecha, fertilizantes ecológicos y fomenta los cultivos en función de los cambios vividos.
Anuga asegura que los agricultores han acogido el programa con mucho optimismo y que gracias a él han ido tejiendo fuertes redes de apoyo. El problema principal es la falta de fondos estatales e implicación del Gobierno: “Estos conocimientos no son solo necesarios en Ghana. Pero sin apoyo es difícil llegar al resto de países africanos en situaciones similares”. Mientras, el ghanés confía en la acción ciudadana. “Sí está en nuestras manos reducir las emisiones y achicar el problema”, concluye.
Nez Ibequa, Nigeria. “Esta es la receta del hambre”
El calentamiento es la primera ficha de dominó. Después de esta caen el resto. Nez Ibequa lleva años presenciándolo en su país natal, Nigeria. Las altas temperaturas provocan 500 hectáreas menos de terrenos cultivables por año. Los agricultores que viven de ellas se ven obligados a migrar o a establecer sus cultivos en otros terrenos que ya tenían propietario. Y este es el caldo de cultivo para un ambiente de crispación y conflicto entre campesinos que cada vez es más preocupante. “En el ambiente hay tanto miedo y tanto odio… ”, lamenta Ibequa a través de un comunicado. Ella, como varios otros participantes, no pudo asistir virtualmente por la inestable conexión a internet en sus residencias.
Los conflictos entre agricultores se suman a la inflación en los productos. “Como cada vez hay menos cosechas, la producción es mucho menor y los precios están por las nubes”, critica la nigeriana. Una bolsa de arroz, aseguraba, cuesta hoy cinco veces lo que costaba hace unos años: “Esta es la receta del hambre”.
La activista encuentra en la educación la única forma de mitigar estos estragos. Visita colegios y se reúne con los agricultores para explicar conceptos básicos vinculados a la ecología y el cambio climático y las consecuencias de este en el medio ambiente. “Tenemos que evitar que emigren, que se maten por tierras… Y a los más pequeños hay que enseñarles que cada persona tiene un cometido para curar el mundo”, cuenta.
Rudo Piri, Zimbabue. “La mayoría de familias se ven obligadas a vender su ganado. Ya no pueden criarlos”
Recuerda su infancia rodeada de árboles. Enumera algunos de los rincones por los que jugaba, las sabrosas frutas que recogía a mano, los champiñones que recolectaba durante la temporada de lluvias y el sonido del río, que cargaba un agua abundante y transparente. Sin embargo, la activista zimbabuense Rudo Piri ya no reconoce estos escenarios. “Los ciclos del agua ahora son impredecibles”, lamenta. «Estamos sufriendo fuertes cambios en nuestro país en muy poco tiempo».
Asegura además que a raíz de la expansión de terratenientes y colonos, las comunidades locales se han tenido que reorganizar y reubicar en tierras con dueño o sin ninguna propiedad para el cultivo ni pasto para sus ganados. “La mayoría de familias se ven obligadas a venderlo. Ya no pueden criarlos. Nos quedamos con la peor parte y es difícil sacarle partido”, cuenta triste. No confía en las políticas del Gobierno ni en las promesas extranjeras: “Por eso animo a que sea la gente de mi comunidad quienes aprendan a diversificar el cultivo, plantar árboles, crear espacios verdes y utilizar la energía solar. Mi proyecto es que lo hagamos juntos”, narra.