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Acoso escolar: «Tengo un caso de un niño de cuatro años con un brazo roto»

La Voz de Galicia.- El «bullying» no tiene edad y los especialistas alertan del riesgo de no ponerle freno cuando se desarrolla antes de la pubertad, una de las etapas más críticas

«No juguéis con ella que tiene un virus». Este es uno de los comentarios que la hija de Mar, de nueve años, escuchaba en el patio de su colegio del área de A Coruña. Se lo confesaron, remarca, dos compañeras. La ansiedad diagnosticada por una psiquiatra del Hospital Marítimo de Oza y por otras dos terapeutas es consecuencia de lo que parece un caso de bullying. Se quedó casi calva. Ella misma se arrancó el pelo.

El acoso, denunciado por sus progenitores ante el centro y en Educación, se ha atajado con un cambio de escuela esta misma semana.

Los 9 años pueden parecer una edad prematura, pero la preadolescencia es una de las etapas de más riesgo. «Se está detectando a edades aún más tempranas», reconoce Manuel Fernández Blanco, psicólogo clínico de la unidad de Salud Mental del hospital materno-infantil de A Coruña. «Entre los nueve y los diez años comienzan a conocerse a sí mismos, lo que es el grupo social y el reconocimiento. Es entonces cuando buscan la manera de destacar para ser el líder», detalla la psicóloga sanitaria Leticia Sambade, que trabaja para la asociación Dismacor, de padres de niños y personas con discapacidades.

El acosador precoz

El abuso puede ser aún más precoz. «Tengo un niño de cuatro años con el brazo roto en el que se ha activado el protocolo de acoso», destaca Aida Blanco Arias, abogada y presidenta de la asociación AminoAbuso y Maltrato Infantil No Galicia. «Ayudamos a niños de todas las edades, con todo tipo de barbaridades», desliza la letrada, especializada en derecho infantil. Para que los abusos sean acoso, tienen que ser «cotidianos y sistemáticos», apunta Fernández Blanco, que añade: «El bullying, y el ciberbylling, no son algo excepcional y producen efectos devastadores. Nos llegan muchos casos a consulta. A veces, es la propia institución educativa la que los silencia. Les resta importancia».

«El acoso escolar suele ser grupal. Necesita de una colaboración, aunque sea muda. A veces, por temor a pasar a ser del bando de los acosados», explica Fernández Blanco. «El acosador tiene buena antena, elige a las personas más débiles, con alguna diferencia», remarca el psicólogo clínico del Chuac, que también hace una distinción según el sexo: «Es muy sutil, sobre todo entre las niñas». «Ellas tienden a aislar, ellos a agredir. Ambos buscan someter, hundir al otro», coincide Sambade.

«Cuando se detecta, los padres tienen que ponerlo en conocimiento del centro para que actúe», alerta la psicóloga sanitaria. Aquí suele aparecer otro obstáculo. «No puedes hacer que una víctima se enfrente al agresor en un cara a cara. Tampoco someterla a un tercer grado. La mayoría de los protocolos que conozco, cada colegio desarrolla el suyo en base al de la Xunta, se activan mal, tarde o no se aplican. No asumir que hay un problema es un doble daño», denuncia Aida Blanco.

 

«En el 99 % de los casos es el acosado el que se cambia de colegio, en los públicos y en los privados», insiste la abogada. Un hecho que, aunque brinda la oportunidad de volver a empezar, cuestionan los tres. «Es una revictimización», define Aida Blanco. «Lo que necesita el acosado es recibir soporte emocional, sentir que no es culpa suya», opina Sambade.

Ansiedad, peor rendimiento escolar o rehuir rutinas, las alertas del fenómeno

«Hay que estar muy atentos a señales muy débiles», avisa la psicóloga Leticia Sambade. «Lo primero es una retracción en sus costumbres habituales. Evitan ir a clases extraescolares, el contacto con el resto de los niños fuera del colegio. La baja autoestima, la ansiedad y una caída en el rendimiento escolar son otros síntomas. Pérdidas de peso, de pelo, dolores de cabeza…», enumera.

Cuando el bullying afecta al físico, «ha pasado a un nivel de gravedad alto», valora la psicóloga de Dismacor, que reivindica facilitar información en los centros desde que son pequeños, para que «sepan identificar el acoso». «El principal obstáculo no es el miedo. No hablan porque verbalizarlo les devuelve una imagen infravalorada de sí mismos. Se ven degradados», aclara Fernández Blanco. «El acosador también debe recibir ayuda. No deja de ser un niño o adolescente. Pero eso no quita que reciba la sanción que se le debe imponer», concluye.

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