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Adolescentes pegados al móvil: la pandemia dispara la adicción a las tecnologías

El Confidencial.- La Comunidad ha tratado en el 2020 a 4.456 personas, un 50% más de jóvenes que hace dos años

De media, el adolescente promedio pasa de tres a cuatro horas al día haciendo una sola cosa: deslizar la pantalla de su móvil. Se trata de un gesto simple que esconde muchas cosas detrás. El psicólogo Ricardo Rodríguez lo sabe bien. Es el coordinador técnico de la Unidad de Intervención de Adicciones (UniAdic) y explica que, al principio, los jóvenes lo hacen para asegurarse de que no se están perdiendo de nada, de que están al día con las últimas novedades de su círculo de amistades, de que no se han quedado atrás: que no están solos, en definitiva. Es solo el comienzo.

Después llega la ansiedad. Muchos, cuando dejan el móvil, empiezan pronto a sentir la imperiosa necesidad de volver a coger el dispositivo y refrescar la aplicación. Es la llegada de la patología. A partir de este momento, consumirán sin parar horas y horas de su tiempo de ocio (probablemente, también de su tiempo de estudio) enfrascados en la aplicación sin ser tan siquiera conscientes de que están desarrollando un problema, de que hay mundo ahí fuera. Ya no habrá vuelta atrás.

Los likes ocupan cada vez más tiempo de la vida de los jóvenes. La Comunidad de Madrid atendió en el 2020 a 4.465 personas, un 50% más que en el 2018, cuando se abrieron las puertas del primer Centro de Adicciones Tecnológicas. De esas más de 4.500 personas atendidas, más de 1.600 son adolescentes con edades comprendidas entre 12 y 17 años que hacen un uso inadecuado, abusivo o dependiente de las tecnologías. Esto significa que los adolescentes no son, desde luego, la única capa de la población afectada por estos problemas, aunque sí es un público especialmente vulnerable y que está especialmente afectado por ellos.

60 familias esperando

“Es la primera vez que tenemos lista de espera en el centro”, afirma la directora del Servicio de Atención en Adicciones Tecnológicas de la Comunidad de Madrid, Devi Uranga. Según sus cuentas, un promedio de 60 familias están esperando poder tener acceso a tratamiento contra la adicción de sus hijos.

El número de personas que reciben terapia en el centro ha aumentado exponencialmente desde el inicio de la pandemia. Tiene sentido: el confinamiento recluyó a los jóvenes en casa y los condenó a tener sus interacciones sociales y su tiempo de ocio siempre con una pantalla de por medio. Después, cuando el coronavirus dio un respiro y se abrieron las puertas de las casas, muchos no supieron salir.

A pesar de esto, las nuevas tecnologías todavía son algo nuevo y a los padres les cuesta identificar si su hijo puede ser adicto. “Los videojuegos pueden llegar a ser muy adictivos”, explica Uranga. Esto, explican los expertos, pasa realmente con cualquier objeto que ofrezca grandes recompensas a bajo esfuerzo. Los desarrolladores de videojuegos, claro, lo saben.

“Los niños no tienen el apoyo que necesitan porque sus padres no se criaron en las redes”, asegura López

Los adolescentes que se están educando en este momento son una generación de “huérfanos digitales”. Así la describe la profesora e investigadora de TIC Camino López. “Los niños no tienen el apoyo que necesitan porque sus padres no se criaron en las redes”, asegura López, que ha detectado un aumento de casos de ciberbullying y acoso escolar virtual desde que pasaron los peores meses de la pandemia.

Uno de los principales signos de alerta es el tiempo de consumo de las tecnológicas en entretenimiento. Un joven, dicen los expertos, no debería pasar más de dos horas al día frente a la videoconsola, por ejemplo. Además, los padres deberían estar atentos a cualquier señal que muestre que sus hijos están dejando actividades escolares o sociales para pegarse a la pantalla.

“Los padres llegan y nos dicen que sus hijos pasan mucho tiempo en las pantallas y que no saben cómo ponerles límites. Para cuando lo hace, estos ya no están dispuestos a renunciar a su tiempo de entretenimiento. Si no se ataja pronto, esto puede llegar a causar malestar en el seno de la familia”, explica Uranga. Todos los expertos coinciden en que lo más importante es que los padres se informen con talleres y lecturas para que esto no siga pasando. “Ninguna adicción se da porque sí, siempre hay otro tipo de carencias en la vida de estos jóvenes”, explica la directora del centro. En su experiencia, se ha encontrado recientemente con muchos casos que llegan porque han sufrido bullying, desarraigo de su país o problemas familiares y han encontrado en las pantallas un refugio.

“En estos casos la respuesta no es privarlos de las pantallas, sino comunicar de forma clara los límites que existen para poder utilizarlas”, aconseja Uranga. El perfil de las personas que son remitidas al centro es muy variado. Sin embargo, a nivel general la mayoría son mujeres que sufren una dependencia hacia las redes sociales, mientras que en el caso de los hombres suele estar asociado a los videojuegos.

El acompañamiento consiste en asistir a grupos terapéuticos e individuales en donde las personas víctimas de esta adicción aprenden a gestionar la ansiedad y sus emociones. “Muchos padecen una especie de mono digital. A nivel neurológico, el efecto de la adicción a las pantallas es el mismo que si fueras alcohólico, drogadicto o adicto al azúcar”, explica Uranga.

El centro también trabaja con centros educativos de la Comunidad de Madrid como parte de la labor de prevención. “Llevar los talleres a los propios centros ha posibilitado acceder de manera menos coercitiva a la población adolescente”, afirman desde la Consejería de Asuntos Sociales.

Dado el incremento del número de jóvenes que sufren una adicción a las pantallas en la Comunidad de Madrid, el Gobierno regional quiere concienciar a los jóvenes sobre los peligros que entraña el abuso de las nuevas tecnologías. Dentro de esta estrategia, el próximo martes 30 de noviembre se celebran las jornadas Las redes sociales y los jóvenes: peligros y oportunidades, en donde se va a analizar cómo influyen las nuevas tecnologías en la forma de sentir de los adolescentes.

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