Ancianos LGTBI: abrir camino incluso en la vejez, en libertad y sin discriminación
Heraldo de Aragón.- En España, la generación de ancianos gais, lesbianas, trans, bisexuales e intersexuales padece una «soledad dolorosa», necesidades económicas y una mayor incidencia de problemas de salud mental
Sufrieron la represión y la persecución en el franquismo, la democracia les facilitó salir del armario, pero rápidamente llegó el estigma del sida: al alcanzar la senectud, que debería ser un periodo de sosiego, los mayores LGTBI afrontan graves dificultades y continúan en la lucha por abrir camino hacia una vejez en libertad y sin discriminación.
En España, la generación de ancianos gais, lesbianas, trans, bisexuales e intersexuales padece una «soledad dolorosa», necesidades económicas y una mayor incidencia de problemas de salud mental y adicciones que la media como consecuencia de haber sufrido una vida de rechazo permanente.
Estos mayores acusan la discriminación y el olvido del propio colectivo LGTBI debido a su edad y sus coetáneos heterosexuales los rechazan por su orientación sexual o identidad de género, lo que hace que muchos vuelvan al armario al ingresar en una residencia de mayores.
Ellos, que llevan décadas pagando el precio de la visibilidad, vuelven a echarse a la espalda un nuevo reto: la reivindicación del respeto y la dignidad de los cuidados al final de la vida, ser una vez más referentes y enseñar a las generaciones jóvenes qué significa envejecer para un gay, una lesbiana o una persona trans.
El proceso de envejecimiento es distinto para una persona heterosexual que para una del colectivo LGTBI, que representa el 10 % de la población mundial.
«Es una generación muy machacada. Hay mucha gente sin familia, tienen un amplio historial de discriminación», explica el doctor en Sociología Mateo Sancho.
Sancho, autor del ‘Estudio comparativo del impacto de la homosexualidad en el proceso de envejecimiento del hombre gay en Nueva York y Madrid’, indica que en este colectivo, con un amplio historial de discriminación, prevalecen el autorrechazo, las depresiones y mayor abuso de sustancias y alcohol como mecanismo de evasión: «Muchos sufren un cansancio discriminatorio tan fuerte que al llegar a la vejez se derrumban».
El presidente de la Fundación 26 de Diciembre, Federico Armenteros, destaca que es un colectivo con un gran déficit emocional y de salud mental, que ha sido dañado incluso por el Estado -con leyes que castigaban con cárcel la homosexualidad-.
«No hemos tenido una infancia, una adolescencia, una juventud. Estábamos en un mundo donde nos excluían, no hemos podido vivir afectos y amores en público, sino en la oscuridad, odiados, ocultos. Todo eso ha generado un gran daño emocional, psiquiátrico, de salud mental», asevera.
Muchos tuvieron que abandonar sus pueblos y sus familias les dieron de lado, así que huyeron a grandes ciudades; ahora ancianos, no tienen lugar al que volver.
«Cuando trabajas con los mayores te das cuenta de que hay sobre todo una soledad dolorosa porque nos han metido en la cabeza que no tienes derecho a nada, que por tus vicios y por ser como eres estás abocado a que nadie te quiera», relata Armenteros.
«Están enfadados con el mundo porque no se creen con derechos, porque nadie les ha cuidado, porque no se sienten ciudadanos. Eso deja una secuela», continúa, por eso es tan importante que los profesionales sociosanitarios estén especializados y den una atención específica y adaptada.
En la dictadura y aun entrada la democracia, la discriminación hizo que las personas LGTBI -sobre todo los hombres homosexuales- desarrollaran un modelo de relación promiscuo: «Era una huida hacia delante en una sociedad que sólo te permitía los encuentros a oscuras, rápidos y no vinculantes».
Eran los menos los que pudieron establecer relaciones sentimentales estables, y los pocos que consiguieron tener una vida social gay «perdieron a muchos en el camino» por el sida, que estigmatizó injustamente al colectivo.
La educación franquista, dirigida por la Iglesia, era represiva y la homofobia, la transfobia y el machismo están interiorizados en el propio colectivo, que rechaza la pluma y la forma de vida gay en muchos casos, y vive su sexualidad con mucho tormento, matiza el sociólogo Mateo Sancho.
Algunos estuvieron en la cárcel por la ley de peligrosidad social, otros abandonaron su trabajo de forma prematura para huir de un ambiente laboral hostil -lo que ha repercutido en sus pensiones-. Otros han salido del armario pasados los sesenta y muchos no han dado ese paso.
Sin redes familiares, muchos se ven abocados a ir a una residencia, donde los compañeros no aceptan la diversidad y el personal no suele estar formado para ello -muchas son religiosas-, lo que les lleva a volver a esconder su orientación sexual para protegerse.
«Piensan que somos un peligro, que vamos a estar desnudos todo el día, que les vamos a meter mano», lamenta Armenteros. Huyendo de esta situación, hay quien vive solo y, debido al deterioro cognitivo o al abuso de sustancias, termina en la calle o se suicida.
Hay mucha enfermedad somática, la soledad es la gran enfermedad endémica, dice Sancho. Es una generación que ha sufrido su propia identidad.
A diferencia de los hombres y de las personas trans -éstas no podían esconderse- las lesbianas tejieron redes sociales y afectivas más sólidas con sus «amigas», amparadas en la invisibilidad.
La activista Rosa Arauzo subraya que son mayoría las que no han salido del armario. Por miedo al señalamiento y el rechazo, no se han hecho visibles y se han limitado a la esfera privada.
«La gente que me interesa está conmigo, a lo mejor lo saben dos o tres amigas y el resto, no, y mi familia menos. Has aprendido a normalizar tu entorno privado -algo totalmente ligado al patriarcado-, a disimular, a protegerte, así sufres menos la homofobia», conviene Arauzo.
«¿A cuántas mujeres mayores ves en los sitios de ambiente? A ninguna o a dos. Son más los hombres, aunque también son pocos. (…) Entre amigas ha sido más normal la convivencia, tú puedes irte a una residencia sin decir que esa amiga es tu mujer, para los hombres es más complicado», reconoce.
La activista, de 76 años, lamenta que en el colectivo LGTBI hay «edadismo«, que no existe una lucha por los mayores. En ese sentido, Armenteros argumenta que se ha asociado a los gais a la juventud, la festividad y el despilfarro.
Sancho incide en que esta generación necesita cuidados específicos que tengan en cuenta su vulnerabilidad y su historial de discriminación, que dejen de considerar su sexualidad conflictiva y ofrezcan un entorno seguro porque «dejar de ser activo sexualmente no neutraliza tu identidad».
La Fundación 26 de Diciembre trabaja para poner en marcha una residencia de ancianos inclusiva, un lugar seguro en el que, por fin, poder descansar mentalmente.
«La comunidad homosexual no tiene referentes ancianos, es importante saber que ese camino está siendo transitado. Todavía los homosexuales llegamos a la vejez sin saber qué significa eso para nosotros. Debemos ayudarlos para que conste en acta lo que significa envejecer. Sus historias no pueden morir con ellos, es un detalle que tenemos que tener una generación que ha abierto camino en todo lo demás y lo abre también en la vejez, discriminada por el propio colectivo», insiste Sancho.