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«Así ayudé a los compañeros de Arancha a superar su suicidio tras sufrir acoso escolar

Fuente: El Mundo
Fecha: 01/03/2017

Era mayo. Casi fin de curso en un instituto madrileño alejado del centro. Se olía el verano. Era mayo y era viernes, jornada presuntamente alegre en los colegios;estudiantes con la vista puesta en el fin de semana, adolescentes que sueñan lo venidero. El futuro desapareció aquel día para Arancha, que tenía 16 años y aquel 22 de mayo de 2015 se lanzó desde el sexto piso de la escalera del edificio de su casa. Olía a verano en el IES Ciudad de Jaén, en Usera, pero la primavera de Arancha apestaba a miedo porque hacía tiempo que era víctima de acoso escolar.

Era viernes, era mayo y era temprano cuando José Antonio Luengo, especialista en psicología educativa y vicesecretario del Colegio de Psicólogos de Madrid, recibió una llamada de alerta: le necesitaban en el colegio. Poco tiempo pasó entre el suicidio de Arancha y la petición de ayuda urgente. Por delante, una jornada sin libros pero de dolor repleta; sin salir a la pizarra, sin controles, sin exámenes. Por delante, escalar la montaña de la desazón intentando que, al llegar a la cima, se respire mejor.

«La mañana en la que Arancha murió, la orientadora del instituto llamó a su familia en cuanto vio que no acudía a clase. Estaba preocupada así que llamó y, por eso, se enteran. Me avisan acto seguido y antes de las 09:00 de la mañana estoy allí. La intervención de un psicológo en este tipo de situaciones ha de ser discreta, humilde y colaborativa». Así empieza a rememorar Luengo, con una palabra impresa: «Prudencia, prudencia, prudencia».

«¿Qué plan trazamos?», preguntó, sin retórica, este psicólogo que, a día de hoy, forma parte del Equipo de Apoyo contra el Acoso Escolar de la Comunidad de Madrid, en marcha, casualidad o no, desde mayo de 2016. «La prioridad número uno era que los compañeros de clase de Arancha supieran que había fallecido, transmitirles el hecho, pero no el cómo», matiza. «En aquella primera comunicación no introducimos claves sobre lo sucedido, sólo que Arancha había muerto».

Una información en seco para comenzar un duelo colectivo, el de un grupo de niños de 15 años que, aquel viernes, perdió a uno de sus miembros. «Nosotros no podíamos decirles que Arancha se había suicidado porque no lo sabíamos en aquel momento, se estaba investigando y, aunque lo hubiéramos sabido, tampoco lo habríamos expuesto», advierte. Prudencia, prudencia, prudencia.

La mañana avanza con velocidad inusitada pese a ser viernes y se decide focalizar en los compañeros de Arancha, y no en el centro al completo. Al resto, se le informará el lunes porque «no va a dar tiempo a hacerlo bien». Segunda pregunta no retórica de la mañana: «¿Quién lo cuenta?».

«Mi recomendación fue que lo contasen quienes cuidan a estos chicos diariamente: sus profesores. A esa reunión, que se lleva a cabo en la biblioteca del centro, asisto como apoyo. Están presentes el tutor, la jefatura de estudios, el departamento de orientación y el de dirección. Les doy algunas indicaciones, como que las frases han de ser sencillas y claras: ‘Chicos, queremos que sepáis que vuestra compañera Arancha ha fallecido'».

Las reacciones, dice Luengo, fueron «las razonables» pero no por ello fáciles: «Los adolescentes son bombas de relojería y, en cuanto se les dijo lo que había pasado, aquello fue una explosión de emociones, como si se cayera un jarrón lleno de agua; el líquido que se expande es la emoción, y las piezas rotas… los chicos. Unos lloraban en el suelo desconsoladamente, otros se iban a un rincón, otros permanecían en la silla, tapándose la cara con las manos, algunos sacaban la rabia… ‘Arancha, nuestra amiga…’.

«No se debe contener nada»

Durante 20 minutos, el grupo se desplegó en dolor – «se deja que se expresen y liberen las emociones, no se debe contener nada»- hasta conseguir «unirse nuevamente, físicamente, como si se hubieran recogido sus pedazos en una zona común. El grupo comienza a sentirse como un único organismo«. También acude el Samur, «por si se necesitara su atención médica, pero no hizo falta». Tras una hora, «el grupo empieza a hablar. Unos con ira, otros con desconsuelo, otros con pena pero hablan, hablamos, y permitimos que el proceso se alargue porque la expresividad canaliza resultados positivos. El peor momento lo han vivido juntos y con sus profesores, que son los que les cuidan diariamente».

Hacia estos profesores y el resto de la comunidad educativa del IES Ciudad de Jaén dedicó Luengo las primeras frases de su entrevista con este diario: «Del resultado de todo el análisis de la situación, que no era el prioritario pero también se hace, extraje que el centro había ido desarrollando acciones pautadas, prescritas en los procedimientos ordinarios respecto a posibles situaciones de acoso, y había conseguido resultados. Diré tres: se consiguió disolver el contacto entre acosador y acosada, se desarrollaron acciones para que el grupo se volcara emocionalmente con Arancha y sé que esto se consiguió porque estaba allí cuando los chicos supieron que había muerto, y se trabajó con Arancha en el departamento de orientación. Si hubiera un libro blanco sobre cómo proceder, se hablaría de esto», apunta.

Durante el inicio del duelo, se detectó a los fuertes, para «pedirles que ayudaran ayudando a sus compañeros». «Siempre hay alumnos y profesores más fuertes, ellos mismos lo manifiestan, el que abraza, no digo que esté mejor que el que es abrazado pero, en ese momento, ve la necesidad de abrazar y sabe que es lo que debe hacer. Abrazar también ayuda al que abraza, porque siente que su abrazo sirve para algo«, describe este psicólogo que, arriba, también está abrazando a una adolescente, durante un taller sobre acoso.

La intervención de Luengo y su equipo en el IES Ciudad de Jaén duró dos semanas, durante las cuales algunos alumnos, y también algunos profesores, requirieron atención psicológica personalizada. También duró dos semanas el «rincón del recuerdo»: «Se da protagonismo a los compañeros, porque esto les ayudará a sentirse útiles, se les pide que configuren un espacio en el hall del centro donde cada clase pudiera recordar a Arancha con dibujos, con redacciones, con velas, objetos, flores…».

Los chicos, recuerda Luengo, insistían «en los porqués», pero se dio la «instrucción de no entrar ahí». «Es un terreno baldío, lleva a la especulación y a la rabia y esto no ayuda a la reorganización del centro. Hay que llegar a la mayor tranquilidad posible y no debemos dejar que se queden ahí porque con la pena se puede trabajar pero con la ira no».

 

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