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Así salvó el director del Louvre su museo de los nazis

El Cofindencial.- Jacques Jaujard ordenó trasladar las piezas de arte a las partes más remotas de Francia nueve meses antes de que llegaran a París

El Louvre ha vivivdo revoluciones, levantamientos, incendios y abandono. Pero lo más notable es que sobrevivió a la ocupación nazi de París, durante la cual sus piezas más preciosas tuvieron que ser escondidas. Su resistencia persistente y feroz, además de ‘La Mona Lisa’, su joya de la corona, han hecho del Louvre no solo un museo extraordinario, sino algo más grande.

A fines de la década de 1930, el personal del museo vio una amenaza que eclipsaría a toda la historia anterior del edificio: la Segunda Guerra Mundial. Mientras que el Louvre se había cerrado durante parte de la Primera Guerra Mundial, los franceses sabían que los avances en la guerra moderna, además de los dedos pegajosos de los alemanes cuando se trataba de arte, hicieron que la colección fuera muy vulnerable.

En 1938 los conservadores del Louvre ya habían recibido máscaras de gas, y para 1939 los empleados recibieron la orden del director de los museos nacionales, Jacques Jaujard, de «trasladar las piezas de arte a las partes más remotas de Francia», nueve meses antes de que llegaran los nazis a París, explica a ‘New York Post’ James Gardner, autor de ‘El Louvre’.

El Louvre escondido por toda Francia

«Tuvieron que improvisar, porque nunca antes se había intentado nada a tan gran escala, y el Louvre fue, y sigue siendo, probablemente el museo más grande del mundo», señala Gardner.

Los empleados del museo solicitaron la ayuda de los trabajadores de los grandes almacenes cercanos para ayudar a envolver y enviar obras maestras como la épica ‘Libertad guiando al pueblo’ de Eugène Delacroix y la estatua griega ‘Venus de Milo’ a granjas, fábricas e incluso museos más pequeños en las zonas rurales.

Los ingenieros idearon una intrincada serie de montacargas y tablones para mover la monumental estatua de mármol de más de cinco metros ‘Victoria alada de Samotracia’ al centro de Francia. La Ópera de París prestó sus camiones utilizados para transportar sus escenografías para transportar algunos de los lienzos más grandes del Louvre, como ‘Las bodas de Caná’ de Veronese.

Y luego estaba ‘La Gioconda’, el retrato de Da Vinci que era la preciada posesión del museo. «En ese momento, ‘La Mona Lisa’ era la pintura más famosa del mundo. Y había muchas razones para temer que los alemanes quisieran poner sus manos en eso», explica el autor del libro. Como resultado, el cuadro –acolchado con terciopelo exuberante– se movería seis veces durante el curso de la guerra, zigzagueando por el campo y permaneciendo en varias abadías, castillos e incluso un pequeño museo en el sur. ‘La Gioconda’ dejó el Louvre en una ambulancia 10 días antes de que llegaran los alemanes. Sus escapes posteriores serían en una furgoneta blindada con temperatura controlada.

Cuando los alemanes se apoderaron de París, el Louvre había dispersado todas sus 3.600 pinturas, junto con miles de esculturas y objetos de arte, por toda Francia. Varios miembros del personal también se exiliaron, acompañaron estos trabajos y los restauraron mientras estaban escondidos. Sorprendentemente, el Louvre permaneció abierto, a pesar de sus miserables exhibiciones.

No había mucho que ver, pero los alemanes querían dar la impresión de poder hacer negocio como siempre», apunta Gardner. Y se las arreglaron para hacerse algunas obras, incluida la ‘Inmaculada Concepción’ de Murillo, que enviaron a España como un regalo para el dictador Francisco Franco, quien esperaban que les ayudara en la guerra.

Al principio, los alemanes parecían lo suficientemente felices como para saquear las colecciones privadas de judíos que huyeron de Francia o fueron enviados a campos de concentración. Pero hacia el final de la guerra, le ordenaron a Jaujard que enviara la colección del Louvre a París, presumiblemente para luego poder transportarla a Alemania.

«Jaujard logró evitar esa amenaza al decir que necesitaban mantener el arte oculto porque sino los malvados británicos vendrían con sus aviones a por las obras», concluye Gardner.

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