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Atiendo por teléfono a menores en riesgo: la mitad de denuncias por acoso son de niños entre 11 y 13 años

Fuente: EL País
Fecha: 24/04/2017

Nuestros teléfonos nunca se toman un respiro: al cabo del día, suenan más de mil veces. Al otro lado, hay menores en apuros. La mayoría de veces, tan solo necesitan un poco de orientación. Pero, en otras ocasiones, sus llamadas de auxilio te hielan:

«No puedo más… ya no lo soporto… quiero morirme… ¡Me he cortado las venas!», nos dijo en una ocasión una chica de 16 años encerrada en los baños de su instituto.

En aquella ocasión tuvimos que actuar con la máxima rapidez. Por un lado, tratamos de tranquilizar a la chica y le ofrecimos pautas de emergencia para cortar la hemorragia. Por otro, hablamos con el colegio y tramitamos la intervención del equipo de Urgencias.

Mientras actuaban los médicos, la menor nos contó que sufría acoso escolar desde dos años antes por parte de un grupo de diez personas. Aquella mañana, otra chica le había obligado a chupar la suela de su zapato, lo que hizo estallar a la víctima. Por suerte, todo se resolvió a tiempo, los profesores tomaron nota y la chica recibió tratamiento médico y psicológico.

En aquella ocasión, la llamada de auxilio provino de una chica de 16 años. Pero casi la mitad de las denuncias que recibimos por acoso escolar afectan a niños de entre 11 y 13 años. Al ser tan pequeños, a veces no están preparados para lidiar con esta situación y tienen miedo de contárselo a sus padres, por lo que acaban responsabilizándose de su propia situación.

Aunque a priori el teléfono pueda no parecer el medio de comunicación más cálido, nuestra misión es que los menores lo sientan así. Y debemos conseguirlo a través de la voz, y rápido, lo que nos obliga a cuidar cada detalle.

Conviene, por tanto, que las preguntas que les hacemos sean abiertas, que sepamos manejar los silencios, que evitemos que se sientan cuestionados, que les hagamos entender que no están solos y que mantengamos a raya nuestras propias emociones.

Porque las llamadas más urgentes, como digo, sobrecogen.

Entre otras muchas llamadas de diversas temáticas y distinta gravedad, recuerdo la llamada de un niño de unos nueve años, quien, con una voz tremendamente madura para su edad, me contó que sufría maltrato físico por parte de su madre.

Que la madre sea la agresora no es algo común, ya que el padre es el agresor en el 90% de los casos de violencia familiar que nos llegan. En muchos casos, detrás de estas situaciones hay una realidad horrible: que los padres agredan a sus hijos para dañar a las madres.

En resumen, tenemos tres niveles de actuación. En el primero se realiza una orientación psicológica, buscamos la solución con el menor y nos apoyamos en su entorno cuando es posible. En el segundo recurrimos a la derivación, y con el apoyo de los Departamentos Social y Jurídico derivamos el caso a un recurso externo. En el tercero, cuando se da un caso de riesgo grave y el menor no cuenta con ningún apoyo o no puede acudir por sí solo al recurso que necesita, el caso se traslada a Fuerzas y Cuerpos de Seguridad u otros organismos de Protección del menor.

En total, llevo seis años contestando al teléfono de la Fundación de Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo (ANAR), una fundación sin ánimo de lucro que recibe financiación pública y privada. Y en este tiempo, he aprendido a leer entre líneas. Muchas veces, los jóvenes no son capaces de nombrar su problema en la primera llamada.

Pueden comenzar hablando de dificultades familiares y terminar exponiendo una situación de maltrato familiar. Si comentan que tienen problemas sentimentales, podrían estar sufriendo violencia de género, que es un asunto por el que cada vez recibimos más llamadas. O si mencionan sentirse muy tristes, hay que vigilar el riesgo de autolesiones.

El 82% de las personas que llaman por autolesiones son chicas. Es un porcentaje más alto que el habitual, aunque también es verdad que recibimos muchas más llamadas procedentes de chicas: los chicos presentan más dificultades e inhibiciones para pedir ayuda.

Los chicos, en ocasiones, nos llaman con tono de broma para tantear el terreno. O nos hablan del problema que tiene un amigo, cuando en realidad son ellos quienes lo están sufriendo.

En esos casos, aunque la llamada parezca menos urgente, debemos mostrarnos igual de cálidos, para que sepan que pueden confiar en nosotros.

Además del teléfono, también atendemos a los jóvenes por email. Este medio posibilita el contacto de aquellas personas que prefieren esta vía de comunicación y el año pasado atendimos así 1.752 consultas.

Y también contamos con una línea telefónica para que nos llamen los adultos si conocen a algún menor en problemas. Aunque recibimos menos llamadas en esta línea exclusiva para adultos, por ahí nos llegan la mayoría de casos de violencia de género: en el 62% de los casos, fueron las madres quienes se pusieron en contacto con nosotros.

Los menores de edad tan solo llamaron directamente en el 21% de las situaciones. Y muchas veces no saben poner palabras al problema del que son víctimas. En ese caso, a nosotros nos toca ayudarles a identificar la situación y a que sepan que no son las únicas que pasan por eso.

Después de algunas llamadas, es inevitable que sintamos un nudo en el estómago. Entonces, quienes atendemos el teléfono podemos apoyarnos en nuestros compañeros. Las más de 200 personas que, al cabo del año, atendemos las llamadas, somos psicólogos, así que nos contenemos emocionalmente entre nosotros cuando nos llega una situación extrema.

A través de nuestras diferentes líneas de atención tenemos la posibilidad de conocer, orientar e intervenir ante los problemas que afectan y preocupan a la sociedad en relación a los menores. Obviamente, la gente solo nos llama cuando tiene problemas.

En ocasiones, una vez resuelto su problema, los jóvenes nos llaman de nuevo para darnos las gracias. Es lo que ocurrió con la chica de 16 años cuyas palabras se recogen al principio de este artículo y que se había encerrado en el baño de su instituto. Ese agradecimiento compensa cualquier mal trago.

Gracias a la psicología sabemos que los vínculos que desarrollan los menores durante su infancia determinan en buena medida sus relaciones futuras. Es muy probable que, en el caso de haber sufrido violencia, los chicos desarrollen inseguridad relacional o normalicen el uso de la violencia como mecanismo para resolver conflictos.

Y gracias a nuestra labor telefónica, que funciona durante 24 horas y es totalmente confidencial, sabemos que la violencia contra los menores no suele ser un fenómeno aislado: la mitad de quienes llaman denunciando ser víctimas de violencia, lo son a diario.

Por eso es tan importante que prestemos más atención a los problemas de nuestros menores. Y por eso confío en que la sociedad, en general, nos involucremos aún con más intensidad en la detección de sus problemas a tiempo y por adoptar las medidas necesarias para resolverlos.

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