Auschwitz se ha convertido en un parque de atracciones para la generación selfie

Fuente: Voz Populi
Fecha: 05/06/2018

Autorretratos forzados, risas, falta de respeto, masificación, pérdida de identidad,… lo que queda del mayor centro de exterminio de la historia del nazismo se ha convertido en una especie de Disneylandia para adultos y adolescentes iletrados más preocupados por aparecer en Instagram que por empaparse de nuestra peor historia. Cuando la última generación de supervivientes muera ya solo nos quedarán los millones de selfies grotescos de esta generación que menosprecia su propio pasado.

Lo primero que nos pidió el guía cuando entramos en el museo es que no sacáramos fotos del cabello humano o de los zapatos de los judíos asesinados por respeto. Nada más terminar la observación ya había varios turistas disparando con el móvil. No hice nada pero me entraron ganas de vomitar».Así relata su indignación en un vídeo viral Patrick Ney, un youtuber polaco que ha visitado varias veces Auschwitz y que se queja de la falta de empatía de muchos visitantes.

Las instalaciones del campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau, ubicado en Cracovia, reciben más de dos millones de turistas al año y cada año baten nuevos records. Unos 7.000 visitantes diarios de todas las nacionalidades. Muchos comentarios como el de Patrick inundan últimamente las redes como respuesta al comportamiento del turista grosero. Ese que tiene la necesidad imperiosa de posar delante de un crematorio, o de todo aquello que huela a muerte para dar fe de que estuvo allí. El resto poco importa.

Incluso la cuenta oficial del memorial denuncia una y otra vez en redes sociales y con escaso éxito este tipo de conductas irrespetuosas.

El campo ha dejado de ser un lugar de recogimiento y reflexión con propósitos pedagógicos para convertirse en un parque temático sobre el exterminio y la muerte. Es más importante estar en el hito que comprender porqué está allí el hito. La despersonalización del escenario tiene su fundamento.

Nada más llegar rebaños de turistas se inmortalizan bajo el mismo arco «Arbeit meit frei» donde miles de judíos entraron al patíbulo 60 años atrás. Unas foto imprescindible en el pasaporte del Instagramer que solo busca el sello en su colección de escenarios reconocibles. Normal para la generación selfie. El problema es que para otra gran mayoría la visita supone una experiencia emocional durísima e incompatible con la jarana ajena.

Eso solo en la entrada. Los comentarios del libro de visitas de muchos foros, medios y redes son muy del estilo. Las experiencias son brutales.

Uno de los motivos de esta despersonalización es el aumento de las visitas educativas obligatorias. En Alemania, por ejemplo, los alumnos de secundaria tienen la obligación de visitar un campo de concentración durante su escolarización para aprender in-situ sobre el Holocausto. Pero lo peor viene de Israel. Alrededor de 100.000 estudiantes de secundaria israelíes viajan también cada año a Polonia subvencionados por el gobierno y organizaciones nacionalistas.

Según sus detractores, este nacionalismo de garrafón confunde al adolescente esponja, que se toma la visita como un acto de reivindicación patriótica, envolviéndose en banderas y simbología de un país que, no olvidemos, se fundó mucho después de cerrarse Auschwitz. Israel se ha apropiado de un campo que nos pertenece a todos.

Todo esto provoca avalanchas de adolescentes en edades inmaduras arrasando emocionalmente los templos del exterminio. Jóvenes que todavía no calibran el respeto y la deferencia que tienen que cumplir una visita forzosa y adolecen de la suficiente cortesía. Se suben a las ventanas de los barracones, juegan en las vías, gritan, ondean sus banderas, o incluso roban objetos del museo…

Quizás el problema tenga también algo que ver con la gestión del Memorial. La masificación, el pésimo control y el escaso filtro en la admisión desencadenan esta ola de descrédito. No han sido pocas las voces que han pedido un cambio en la gestión. El escritor y guionista británico Anthony Horowitzpidió recientemente a la dirección del memorial en una columna en el diario Telegraph que se prohibieran los selfies en Auschwitz.

Otro ejemplo. Recientemente se hizo viral en Polonia la foto de estas estudiantes israelís con unas orejeras con la estrella de David dibujada paseando entre los barracones de Auschwitz. Como si fuera parte del merchandising de un parque de atracciones o una despedida de soltero. ‘Tome su entrada y sus orejeras, no olvide sonreír a nuestros animadores’.

El problema es que este proceso educativo de la visita debe incluir también el amastreamiento de la empatía. Los tutores de estas excursiones no profundizan en la lecciones más importante que deja el campo: el respeto. La generación selfie, por otra parte, tiene profundas carencias en el cultivo de la dignidad personal. Se construyen fotos falsas, de emociones falsas en escenarios falsos. Y si no pueden respetarse a sí mismos, ni a su dignidad jamás podrán respetar nada de los demás.

«El problema es que el visitante es ahora demasiado protagonista», dice otro comentarista en reddit. «Mientras el escenario no sea el centro, mientras los visitantes no sean fantasmas invisibles para el resto como pasa en otros museos de prestigio, Auschwitz habrá perdido el sentido.»

Esa es la clave. El memorial no es un museo, ni una exposición, es un monumento mayúsculo a la intolerancia y al odio humano en el mismo lugar donde ocurrieron los hechos. El olor a Zyklon B, a humedad, a hambre, a muerte,… lo tienes que trabajar con tu imaginación pero el respeto y la dignidad hay que traerla puesta de casa.

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