Autismo en primera persona: “La calle es para mi hijo como la insulina para un diabético”
La Vanguardia.- Autismo en primera persona: “La calle es para mi hijo como la insulina para un diabético”
Javi tiene 4 años y es un niño alegre, feliz y tremendamente enérgico. Su madre lo define como “puro movimiento”. El pequeño y sus padres llevan confinados en su casa de Santa Coloma de Cervelló (Barcelona) desde hace 20 días, como millones de personas en nuestro país para reducir el número de contagios y acabar con el coronavirus. La diferencia es que Javi es autista, no puede comunicarse verbalmente y necesita salir a la calle. “La calle, para mi hijo, es como la insulina para un diabético”, explica para La Vanguardia Cristina Plaza, su madre.
En concreto, la familia de Javi –como tantas otras– dispone del certificado de discapacidad de su hijo, además de un permiso explicito por parte del ayuntamiento de su ciudad, cuya Policía Local está informada de su excepcional situación.
Desde la Confederación Autismo España , denuncian las situaciones que se están dando entre los vecinos que increpan a algunos padres y no recomiendan que las personas con TEA tengan que identificarse “para ejercer los derechos que le son inherentes y reconocidos” y “que pueden llegar incluso a generar estigmas por ejercer sus derechos”. Además, esta asociación considera que establecer una práctica de identificación visual podría llevar incluso a un mal uso por parte de personas que quieran aprovecharse de la situación.
Muy distinta de la situación de Javi es la realidad de Enzo y Mikel. Estos dos gemelos con asperger, de 12 años, viven con sus padres en Santa Margarida de Montbuí, en la Conca d’Òdena (Barcelona), uno de los principales foco de coronavirus de toda España.
Los habitantes de esta zona llevan confinados más tiempo que los ciudadanos del resto del país, es decir, desde el pasado 12 de marzo, ante la elevada mortalidad que el coronavirus está provocando en esta área. Según el conseller de Interior, Miquel Buch, la cifra de defunciones alcanza los 63,1 por cada 100.000 habitantes, frente a la media del conjunto de España que se sitúa en 7,4 personas o la de la región italiana de Lombardía –la más perjudicada del país– que es de 41,6.
Cuando los padres de Enzo y Mikel les comunicaron que no podían salir de casa ni ir al colegio se pusieron muy contentos. Es su primer año en el instituto, una época de cambios y adaptaciones que supone mucha dificultad para cualquier adolescente. En su caso, por su trastorno, todavía es mayor.
Tal y como cuenta Marcela Pérez, su madre, Mikel es un niño lleno de chispa y enérgico, que se esfuerza constantemente para agradar a los demás. El otro día confesaba a su madre que estar confinado era como tener domingos cada día. “Ya le va bien que todos los días sean domingos”, confiesa la mujer entre risas.
Ambos niños tienden al aislamiento social, están a gusto consigo mismo y con sus respectivos mundos interiores. “Ellos están bien en casa y no necesitan salir porque están en un ambiente seguro, tranquilo y apoyado por nosotros”. Sin embargo, Marcela confiesa con preocupación que todo lo que han avanzado sus hijos a lo largo de este tiempo lo vayan a perder y, añade, que más lo perderán cuanto más tiempo pase. “Esto no es la vida real. Su vida cotidiana no es lo que estamos viviendo ahora y este confinamiento no va a durar siempre”.
Estos dos hermanos sobrellevan la situación lo mejor que pueden y todavía no han reclamado a sus padres salir de casa. Su madre cuenta para este diario que la situación les ha venido hasta bien en un aspecto. “El otro día me decían que estaban contentos porque no podían ir a cortarse el pelo y eso les hace muy felices. Ambos odian ir a la peluquería”, comenta Marcela quitando hierro a la situación.