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Ceija Stojka, la gitana que sobrevivió y pintó el Holocausto nazi

El Periódico.- El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía continúa embarcado en la tarea de dar visibilidad a aquellos artistas que, por una u otra razón, se han visto obligados a reprimir su voz o no han sido considerados a lo largo de la historia por cuestiones de discriminación racial o de género.

Es el caso de Ceija Stojka, a quien, además del hecho de ser mujer, habría que añadir dos cuestiones fundamentales que marcaron y singularizaron su creación artística: era de etnia gitana y sobrevivió al Holocausto. Ahora, se le dedica su primera exposición monográfica en nuestro país con más de 100 de sus obras.

Durante la segunda guerra mundial Stojka pasó por tres campos de concentración: Auschwitz-Birkenau, Ravensbrück y Bergen-Belsen. Tenía solo 10 años cuando fue deportada de su Austria natal, donde se dedicaba junto a su familia a la venta ambulante de caballos, y esta terrible experiencia de muerte y sufrimiento quedó para siempre incrustada en su retina. Fue un milagro que sobreviviera, ya que el 90% de su pueblo fue exterminado.

En sus memorias, tituladas ‘¿Sueño que vivo?’, cuenta cómo de pequeña se encontraba confinada en una zona en la que se acumulaban los cadáveres y que los huesos le servían de juguete y también como protectores para acurrucarse entre ellos y no tener frío.

Memoria personal y colectiva

Todas esas imágenes aparecen representadas en unas pinturas en las que Stojka quiso liberarse de sus demonios muchos años después. La memoria personal y colectiva se unen así en una obra tan personal como impactante que supone un testimonio excepcional, tanto por su rareza como por su fuerza, sobre el ‘porrajmos’ (en romaní, la persecución y el genocidio de la comunidad gitana a manos de la Alemania nazi).

La exposición que ahora presenta el Reina Sofía, ‘Ceija Stojka. Esto ha pasado’, ofrece un recorrido por el corpus artístico de una mujer cuyo dolor despertó tras la muerte de uno de sus hijos por sobredosis. Desde 1988 hasta el 2012, un año antes de su fallecimiento, hizo sin descanso hasta más de mil dibujos y pinturas que no seguían un orden cronológico y que correspondían a sus recuerdos más felices y también a los más terribles.

Las obras se encuentran divididas en varios apartados que pertenecen a diferentes capítulos de su vida y que abarcan desde las estampas floridas y campestres antes de la guerra hasta imágenes devastadoras de los campos de concentración en las que encontramos toda clase de símbolos, desde las botas gigantescas de los soldados, los pájaros lúgubres y las alambradas, hasta ojos gigantes que todo lo ven y que por una parte representan la vigilancia a la que estaba sujeta y por otra su propia mirada a la hora de absorber el mundo cruel que le rodeaba. Pintaba como si fuera una niña, como si se pusiera en su propia piel 40 años atrás. Fue autodidacta, no siguió ninguna tendencia y siempre fue fiel a su instinto y su necesidad de exorcizar sus fantasmas a través de una enorme fuerza visual y poética.

La primera librería

También comenzó a escribir, aunque era analfabeta. La primera vez que pisó una librería, fue precisamente para firmar uno de sus libros. A pesar de que la cultura romaní a la que pertenecía siempre ha tenido un especial apego a la oralidad, ella quiso dejar plasmadas por escrito sus experiencias para que todo lo que había vivido no se perdiera. «Tengo miedo de que Auschwitz se olvide», dijo una vez. También integró la palabra a su obra pictórica para reforzar con mensajes sus dibujos. En 1999 colaboró con la directora Karin Berger para la composición de un documental sobre su vida en un testimonio cinematográfico único que también se proyecta en una de las salas de la muestra.

La exposición, comisariada por Paula Aisemberg, Noeling Le Roux y Xavier Marchand, podrá verse del 21 de noviembre al 23 de marzo en el Edificio Sabatini.

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