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Combatir el terrorismo sin caer en la islamofobia

La respuesta al terrorismo no puede ser la emergencia de agresiones islamófobas, ataques a personas, mezquitas y centros musulmanes

La masacre terrorista en Barcelona y Cambrils emplaza a nuestro país a replantearse ciertas miradas insuficientemente  ajustadas a la gravedad de los hechos y a enfrentar la evidencia de lo  anunciado por la organización criminal DAESH que habla de persistir en sus  matanzas de odio hasta conquistar Al-Andalus, siguiendo la senda sangrienta  que aplica en otras ciudades europeas y  a nivel mundial en su arqueo-utopia resultante de su  perversa interpretación religiosa.

Este replanteamiento requiere asumir, con independencia de la causalidad múltiple del problema y las circunstancias que incidan en cada coyuntura, que será la ciudadanía, “los infieles”,  su objetivo principal de esta criminalidad de odio a la que hay que proteger ante acciones ejecutadas por gentes muy jóvenes fanatizadas, crecidas e insertadas en el propio país donde cometen sus horrores así estimen nuestra vulnerabilidad, por lo que “nuestro autodescarte” como posible objetivo de su terror es un frívolo infantilismo con consecuencias dramáticas.

Sin despreciar aspectos relativos a la integración de los musulmanes en nuestro país u otros en cuanto a la desigualdad social, hay que señalar que esta fanatización terrorista no está en clave de pobreza y exclusión, aunque sin duda contribuyen. La recluta del fanático pseudoimán, apostata yihadista, la amplitud y juventud de la célula y sus conexiones internacionales, aparte de las insuficiencias en seguridad global, revelan que el factor ideológico y la victimización identitaria juegan un papel central en el proceso de radicalización que conduce a este extremismo terrorista.

La  respuesta no puede ser la emergencia de agresiones islamófobas,  ataques a personas,  mezquitas y centros musulmanes,  incluida la islamofobia de género, los actos de incitación al odio en  redes sociales e internet, el agi-pro de autores clandestinizados y estructura sumergidas de  ultras y neonazis que buscan canalizar la  ira ciudadana y confundir islam y musulmanes con terrorismo;  es más, no solo realimentan al salafismo yihadista sino que   deben interpretarse como discurso y delitos de odio ante los que debemos reclamar la intervención de las fuerzas de seguridad, de la judicatura y autoridades, así como mostrar nuestra solidaridad  con estas víctimas de la  reacción antidemocrática.

Combatir la intolerancia pseudoreligiosa y su radicalización desde la que se construye el fanatismo que produce resultados escalofriantes, nos debe llevar a neutralizar anticipadamente la predisposición que permite no solo acabar con la vida del “infiel”, sino a despreciar la suya propia asumiendo la muerte como servicio religioso, con  esperanza de recompensa en vida futura. Ese desprecio a la vida “del otro” nos recuerda al genocidio nazi, aunque en esta ocasión va acompañada de una enajenación de la  vida propia que ya admiraba Heinrich Himmler, cuando valoraba la potencia criminal de esta intolerancia fanática de aquel tiempo.

La potencia de su factor ideológico, hasta ahora despreciada  con eufemismos banalizadores acerca de “su ignorancia”, “su locura” u otros, y  la permisividad con los discursos y delitos de odio islamófobos, conducen a no intervenir eficazmente  reduciendo el espacio social para el reclutamiento criminal del Daesh. Mientras cambiamos y lo conseguimos, en defensa de la dignidad de la persona, los derechos humanos y la convivencia democrática en sociedades tolerantes, de acogida e inclusivas, no dejemos de honrar ni un segundo a las víctimas, de construir solidaridad y memoria democrática  interpretando, como dijo Tomas y Valiente, que con sus asesinatos nos matan a todos un poco.

 Esteban Ibarra es presidente de Movimiento contra la Intolerancia y coordinador de la Plataforma Ciudadana contra la Islamofobia

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