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Cómo una comedia chorra con drag queens puede ser una serie protesta contra la ultraderecha

La Vanguardia.- En Brasil tienen a Jair Bolsonaro y también las ‘Super Drags’

Hay series que nacen en el momento inoportuno. O quizás el más oportuno. Cuando Netflix empezó a promocionar Super Dragsel terremoto de Jair Bolsonaro estaba en el horizonte pero estaba lejos de ser una realidad. Era como el caso de Donald Trump: un político tan repleto de odio y detestable que parecía imposible que los ciudadanos lo eligieran las urnas. Pero sucedió. La ultraderecha más machista, racista y homófoba está instalada en el poder en Brasil. ¿Y quiénes están para combatirle? Pues tres drag queens con lentejuelas.

Es imposible no darle esta lectura a la gamberra serie de Netflix, más que nada porque no tenemos cada día series creadas en Brasil en boca del resto del mundo (como mínimo desde 3%) y porque su mensaje (que lo tiene) es idóneo para estos tiempos. En Brasil tienen un presidente que preferiría que su hijo muriera antes de que fuera homosexual y, en el lado correcto, los creadores Anderson Mahanski y Paulo Lescaut utilizan una serie de animación para predicar el amor libre y el derecho a vivir la sexualidad y el género como uno quiera. Supieron leer los tiempos.

Que conste que estoy no comporta que Super Drags sea arte y ensayo y que tenga un guión de James Ivory. Estamos hablando de una serie tremendamente absurda, inverosímil y directamente chorra sobre tres chicos que trabajan en un centro comercial y que salvan al mundo como superhéroes drags. Y no, no es una serie a la que mirar las aventuras con lupa porque lo único importante es el humor.

Son unas Supernenas pasadas por el filtro del MDMA y de MDNA, perfectas para ese multimillonario e internacional fandom de RuPaul’s Drag Race (el reality de drags de RuPaul) y con cinco chistes de penes por minutos. Esto es literal. Cuando no dicen “choto” están soltando eruptos fálicos, confunden líquidos corrosivos con esperma, mueven los testículos o luchan contra un monstruo tamaño Godzilla formado por hombres y mujeres practicando una super-orgía a la fuerza. Este es el nivel.

Sin embargo, el contexto histórico de Super Drags la convierte en una serie rebelde, denuncia, protesta contra un político que recuerda a uno de los villanos de la serie. Es inevitable ver a Sandoval, un predicador que odia la homosexualidad y que parece salido de Intereconomía o de una concentración filo-nazi (o sea, primos hermanos incestuosos), y no pensar en Bolsonaro.

Y, claro, mientras que la serie tiene problemas de timing cómico y dista mucho de ser la chorrada perfecta, uno se encuentra pidiendo dos, tres y cuatro temporadas más a Netflix. Ellas combaten el mal con desfachatez y brilli-brilli sin pedir perdón por ser super-gays y uno siente la necesidad de atar ciertos políticos llenos de bilis y prejuicios, colocarles un sujeta-párpados al estilo de La Naranja Mecánica y ponerles los cinco episodios de Super Drags en bucle. No sería tanto una cuestión de reformarles sino simplemente de tocarles las narices.

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