Cuando el confinado es migrante
El País.- La labor policial para garantizar la cuarentena divide a un barrio de Bilbao con fuerte presencia extranjera
La anormal normalidad del confinamiento se refleja en los balcones del barrio bilbaíno de San Francisco, una zona con alta tasa de inmigrantes y bajo nivel socioeconómico. Allí se mezclan banderas del Athletic, ikurriñas y enseñas a favor de los refugiados. Las patrullas policiales desfilan constantemente y unas ancianas observan desde su terraza cómo ocho agentes entran en un portal. Media hora después, un hombre abandona el inmueble con un aviso de sanción. Los uniformados lo acusan de quebrantar la cuarentena, algo que aseguran que ocurre bastante en esas calles. El confinamiento y las formas policiales para garantizarlo dividen al barrio.
El episodio que ha marcado la controversia vecinal ocurrió el pasado el 29 de marzo. Un vídeo, cuya autora fue multada por increpar a los agentes, muestra cómo dos ertzaintzas amonestan a un transeúnte inmigrante y, tras discutir, lo golpean y lo retienen. Una mujer se les enfrenta y asegura que el joven es su hijo y que padece problemas psicológicos. “Llevadme con él”, implora con un deje árabe. Es entonces cuando, mientras ella sigue gritando, recibe varios porrazos y cae al suelo. Con varios policías ya en la zona, la inmovilizan entre insultos de los testigos.
Lo que hizo la plataforma SOS Racismo fue publicar un comunicado, suscrito por 46 organizaciones, que condenaba “abusos y agresiones”. El colectivo denunciaba “paradas racistas por perfil étnico” y “multas injustificadas por falso incumplimiento del estado de alarma”. La respuesta se la dio San Fran Auzokideak, la asociación vecinal de San Francisco, harta de un “incumplimiento sistemático” del confinamiento que provoca que los residentes teman “salir a la calle para no toparse con grupos de personas”.
La calle reacciona dividida. Una estanquera molesta califica de “romería” que haya tanta gente por las aceras. Un hombre que viene de comprar con su hijo destaca que, al principio de la epidemia, los soportales de la plaza del Corazón de María estaban muy concurridos, pese a tener una comisaría cerca. Ahora ya no. Otra vecina, Cristina Álvarez, se indigna por algo que estima que ocurre mucho: “No hay criterio para pedir los salvoconductos”. A ella nunca se lo han solicitado, pero sí se lo reclamaron a un inmigrante que caminaba a su lado. Begoña, que espera ante una tienda, comenta que hace unos días “solo pararon a un negro” en una cola.
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