Cuando el yihadismo llega a tu colegio
El Cofidencial.- Los yihadistas ponen en jaque a las escuelas del norte del país. Asesinatos y amenazas han hecho huir a los maestros. Detrás está el grupo Ansarul Islam, el Boko Haram de Burkina Faso
Salifou Badini tenía 28 años y tres años de experiencia como maestro. Acababa de ser ascendido a director en la escuela primaria de Kourfayel, un pueblito a tan solo una decena de kilómetros de Djibo, la capital de la provincia de Soum, en la región del Sahel burkinés. Había ascendido así de deprisa porque esta región de Burkina Faso es de las menos deseadas por los funcionarios. Una región pobre en el cuarto país más pobre del mundo, según el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, olvidada por el Gobierno y donde la gran ausencia de infraestructuras básicas hace que la vida sea dura y difícil. El pasado 3 de marzo, Salifou Badini era asesinado a tiros por los yihadistas en su propio colegio. Al miedo que ya tenían metido en el cuerpo los profesores de la provincia de Soum prosiguió el pánico. Cerraron las aulas y huyeron a otras regiones del país.
Los yihadistas ya lo habían advertido. A finales de febrero varios colegios de esta provincia recibieron la visita de hombres armados que amenazaron a los profesores en presencia de sus alumnos. Les daban dos opciones: o dar las clases en árabe, en lugar de en francés, y enseñar el Corán, o cerrar las aulas. Si no, sufrirían las consecuencias. “Les exigieron que se enseñara el árabe o el Corán”, explica un profesor burkinés que pide mantener el anonimato, “pero aquí hay mucha gente que no comprende el Islam, gente que se dice musulmán o cristiano y no han leído nunca el Corán o la Biblia. Y mucha gente confunde el árabe con el Islam, incluso quienes nos contaron las amenazas. ¿Es que la educación se limita a una lengua o una religión? ¿Cómo pueden pedir a profesores no formados para dar cursos de árabe o enseñar el Corán que lo hagan? No tenemos claro qué buscan los yihadistas, se nos escapa su motivación. Ellos son los únicos que saben lo que quieren”.
Tras las amenazas, algunos profesores dejaron de ir regularmente a clase, otros se negaron a dormir en las casas puestas a su disposición por la administración. Pero la gota que colmó el vaso y les llevó a hacer las maletas fue el asesinato de Salifou Badini. Aquel día también murió un joven comerciante que se encontraba en aquel momento con el director en la escuela. Según el diario ‘Le Monde’, 380 colegios fueron abandonados en marzo. El Ministerio de Educación indica que en la región de Oudalan, vecina a Soum y también de la región del Sahel, más del 60% de los maestros habría huido también. Pero no sólo se fueron los profesores, también profesionales del sector de la sanidad y de otros servicios públicos. “Todo se paralizó en la ciudad porque son los funcionarios quienes dan vida a los comercios aquí”, explica un profesor desde la región del Sahel burkinés.
En Burkina Faso, la situación de inseguridad que vive el norte del país es noticia de actualidad. No hay periódico que no le dedique unas líneas cada día, y ciudadanos y profesores resumen la situación en una palabra: psicosis. Conseguir hablar con maestros en esta región es complicado. Todos piden el anonimato y algunos tienen miedo de hablar tanto en persona como por teléfono. Temen que alguien grabe las conversaciones y puedan poner en peligro a sus familias.
De la sicosis a la rumorología. Un profesor cuenta que en el mes de febrero, en Ouahigouya, la capital de la región Norte, también vecina de Soum y a 116 km por carretera mal asfaltada, la policía local disparó al aire por la fiesta de condecoración de algún agente. Presas del pánico, pensando que eran los yihadistas que venían a atacar la ciudad, los ciudadanos huyeron a casa, el mercado se quedó vacío, la gente llamó a sus seres queridos advirtiéndoles y pidiéndoles que se refugiaran. Otro profesor cuenta que ha escuchado que en una localidad de la región Norte también hay profesores que han recibido amenazas y que, en la región Centro-Norte, un desconocido dijo a una niña que iba de camino a la escuela que la próxima vez se pusiera el velo. Rumores. “El pánico aviva los comentarios y la gente inventa cosas. Y cuando hay miedo, miedo a perder nuestra vida, estamos en alerta y listos a escuchar lo que sea”, justifica un maestro.
Según este profesor, “pocos meses antes no podíamos imaginar tal violencia en Soum”. Y, sin embargo, el yihadismo no es una novedad en Burkina Faso. Su primera manifestación en este país de África occidental fue el 4 de abril de 2015. Aquel día un ciudadano rumano fue raptado en una mina de manganeso de Tambao, en la región del Sahel burkinés. A este suceso le siguieron diversos ataques contra las fuerzas de seguridad a lo largo de 2015 y 2016 y el atentado del 15 de enero de 2016 contra el restaurante Cappuccino y el hotel Splendid, en pleno centro de la capital, Uagadugú, en el que murieron 30 personas, incluidos occidentales. Este ataque fue reivindicado por Al-Murabitun, una rama de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). Y horas después de este ataque, en Baraboulé, a una treintena de kilómetros de Djibo, una pareja de australianos que vivía allí desde hace más de 40 años, era secuestrada. Sólo la esposa fue liberada un mes después.
Según indicó en rueda de prensa el pasado 24 de marzo el ministro de Seguridad, Simon Compaoré, entre 2015 y 2016 en Burkina Faso se han registrado una veintena de agresiones terroristas, en las que han sido asesinadas 70 personas; 70 sospechosos han sido detenidos y los secuestrados siguen retenidos. Además, según la prensa local, a principios de abril se arrestó a unos 80 sospechosos, de los cuales 50 siguen en la cárcel.
A diferencia de sus países vecinos, Mali y Níger, con los que comparte frontera, Burkina Faso nunca había sufrido en el pasado ataques yihadistas. La explicación se encuentra en un cambio político. Burkina Faso ha estado gobernada durante 27 años por Blaise Compaoré, quien llegó al poder a través de un golpe de estado. Su Gobierno tenía un pacto de no injerencia con los grupos yihadistas y era, además, quien mediaba con ellos en la liberación de los rehenes occidentales. A cambio, Compaoré hacía la vista gorda. Cuando en octubre de 2014 fue derrocado este sistema que protegía al país de los ataques se desmanteló.
Ansarul Islam, el Boko Haram burkinés
Hasta hace poco los ataques en Burkina Faso han sido reivindicados por Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Al Mourabitoun, Ansar Dine y Frente de Liberación de Macina (FLM) e incluso el Estado Islámico a través de su rama Estado Islámico en el Gran Sáhara. Empero, el golpe más duro que han recibido las fuerzas armadas burkinesas de parte de los yihadistas no fue reivindicado por ninguno de estos grupos. Fue el pasado 16 de diciembre, cuando 12 militares fueron asesinados en Nassoumbou, al norte de la provincia de Soum. Burkina Faso se conmocionaba. Diez días más tarde un nuevo grupo yihadista reivindicaba la autoría. Su nombre: Ansarul Islam (Defensores del Islam). Su líder: Ibrahim Malam Dicko, un viejo conocido de las fuerzas de seguridad.
“Por lo que sabemos de Boko Haram y visto lo que está pasando aquí, los profesores tenemos motivos para tener miedo»
Llamado popularmente Malam (que procedería del árabe Mu’alam, que quiere decir maestro), se trata de un imán radical burkinés nativo de Soboule, un pueblo cercano a Djibo, conocido ya por las autoridades en tiempos de Blaise Compaoré. Bajo el mandato de este presidente, Malam Dicko declaró públicamente su asociación islámica, Al-Irchad. Reconocida oficialmente por el Gobierno en 2012, los objetivos expuestos de la organización son “difundir los preceptos de tolerancia y amistad del Islam, cultivar el entendimiento y la paz entre hermanos musulmanes y entre fieles musulmanes y de otras religiones, promover el desarrollo socioeconómico y cultura de Burkina Faso y asistir a los necesitados (viudas, huérfanos, personas mayores con discapacidad, etc.)”.
Pero Malam se movía libremente entre Mali y Burkina Faso y había sido descrito por los servicios de información internos en tiempos de Compaoré como “radicalizado y peligroso”. Sospechoso de querer unirse al grupo yihadista maliense Ansar Dine, en septiembre de 2013 fue arrestado por los militares franceses en el extremo norte de Mali y estuvo detenido en Bamako, la capital, durante dos años hasta que, en 2015, miembros de su asociación y de su familia, fueron a Bamako para negociar su liberación. Fue entonces cuando regresó a su tierra natal y creó Ansarul Islam, el Boko Haram burkinés que ha intimidado a los maestros para que cierren las escuelas.
“Por lo que sabemos de Boko Haram, cómo nació y evolucionó, y visto lo que está pasando aquí, los profesores tenemos realmente motivos para tener miedo. La zona del Sahel ha estado mucho tiempo ‘huérfana’… la carretera está defectuosa hasta el punto de que hoy el propio ejército tiene problemas para socorrer a la población”, explica un profesor.
Para detener a los yihadistas, a finales de marzo se puso en marcha una operación militar bautizada ‘OperacióPanga’ (que quiere decir ‘fuerza’ en moré, la principal lengua local en Burkina). Con efectivos procedentes de la armada burkinesa, de la maliense y de la operación francesa Barkhane, la maniobra busca desmantelar las bases de los yihadistas del grupo Ansarul Islam que se encontrarían en los bosques fronterizos de la zona de Mondoro, entre Burkina Faso y Mali, y donde estaría escondido, del lado maliense, Malam.
“La reacción estará a la altura de la provocación de esas gentes”, declaró el ministro de seguridad burkinés al poco de hacerse públicas las primeras amenazas a los profesores. Pero semanas después asesinaron a Salifou Badini. Desde entonces, y a causa del pánico general, las autoridades no dejan de repetir que se han tomado medidas de seguridad. A principios de abril el Gobierno pidió a todos los funcionarios volver a sus puestos. “Estamos acostumbrados a este tipo de declaraciones por parte de las autoridades, se les da bien hacer discursos, pero no significa que luego los cumplan. Además, más allá de las medidas de seguridad hay que tener en cuenta las condiciones que han permitido a los yihadistas convencer a la población para infiltrarse en ella, hay que trabajar un cambio sociopolítico en la región del Sahel, como ofrecer trabajo o terminar con la analfabetización, invertir en infraestructuras y poner en valor su potencial, la ganadería”, explica a este diario Mamadou Barro, secretario general de la Federación de Sindicatos Nacionales de los Trabajadores de la Educación y la Investigación de Burkina, señalando además que su inquietud está en la duración de las medidas tomadas.
Con el miedo aún en el cuerpo y tras cuatro semanas de haber ‘desertado’, los profesores están regresando a la región del Sahel para volver a abrir las aulas. Manteniendo el teléfono encendido todo el tiempo, por si ocurre algo. Por su parte, la población ha sido invitada a colaborar con las fuerzas armadas e informar de cualquier situación sospechosa que vean. “Puedo asegurar que serán tomadas medidas para garantizar su anonimato y su seguridad”, dijo el ministro de seguridad. Pero la gente tiene miedo y Ansarul Islam ya ha comenzado a amenazar y asesinar a aquellos que han dado información a las fuerzas de seguridad.
“Mucha gente ya ha partido para retomar el curso académico pero, ¿cómo podemos enseñar y mantenernos autoritarios delante de los niños cuando tenemos tanto miedo? Aunque, si no regresamos a nuestros puestos, ¿qué garantía tenemos de mantener nuestro trabajo? Al final nuestro primer interés es la vida”, dice un profesor. “Los profesores están volviendo como les han pedido las autoridades, pero si vuelven a asesinar a otro la gente se irá para no volver”, asegura otro maestro.