Cuando pasar por la misma puerta es un avance para la mujer
El País.- La supresión de las entradas segregadas por sexo obligatorias en cafeterías y restaurantes es la última de las tímidas reformas en Arabia Saudí
Arabia Saudí ha suprimido la obligación de que cafeterías y restaurantes tengan entradas separadas para hombres y mujeres. Las autoridades han presentado la medida como una actualización de normas municipales que hará las cosas más sencillas para inversores, ciudadanos y emprendedores. De hecho, en las grandes ciudades ya había establecimientos que se la saltaban. Aunque el decreto no menciona la segregación en el interior de los locales, supone otro pequeño avance para las saudíes en la vida pública.
Ni el Accoustic de Riad ni el Overdose de Yedda tienen entradas separadas. En los últimos años, algunos de los nuevos cafés y restaurantes han obviado ese requisito ante la aparente vista gorda de las autoridades. Pero incluso los clientes más jóvenes recuerdan haber sido desviados a la “entrada de familias” cuando acompañaban a sus madres y hermanas a los locales de toda la vida. Porque en Arabia Saudí, hasta hace poco uno de los países más segregados del mundo, los hombres accedían por la puerta principal y las mujeres por una lateral o secundaria. Y no solo en las cafeterías, sino también en bancos, hospitales y oficinas públicas.
“Me ha alegrado mucho, aunque sé que hay otras cosas más importantes. Es un cambio que indica una nueva mentalidad, una nueva sociedad, una nueva Arabia Saudí”, afirma Abeer, una joven de 25 años en Yedda, la segunda ciudad del país, a orillas del mar Rojo.
La decisión es fruto de las reformas económicas y sociales emprendidas por el príncipe heredero, Mohamed Bin Salmán, con el objetivo de modernizar el país y hacerlo más atractivo a los inversores, y llega en un momento crítico para la imagen del régimen, que acaba de condenar a muerte a cinco hombres por el asesinato de Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul en octubre de 2018, tras un proceso muy cuestionado. Para gran parte de las nuevas generaciones (un 75% de los 24 millones de saudíes tiene menos de 35 años), las reformas eran algo largamente debido y que les ha hecho albergar esperanzas en el futuro. Abeer incluso está reconsiderando los planes de irse del país con los que fantaseaba en la universidad. “Ahora creo que voy a poder vivir la vida que quiero aquí”, confía.
A ello ha contribuido no solo que el Reino del Desierto haya permitido, por fin, que las mujeres conduzcan, sino cambios menos sonados pero tanto o más relevantes como su pleno acceso al mercado de trabajo, que tenían muy limitado. Además, el divorcio y la custodia de los hijos se han hecho más equitativos y se han eliminado restricciones al movimiento de las féminas. Desde hace cuatro meses, las mayores de edad pueden obtener el pasaporte y viajar al extranjero sin permiso del varón cabeza de familia, otro paso en el desmantelamiento del sistema de tutela. Abeer hubiera preferido que se aboliera del todo (necesita el permiso de su padre para casarse, por ejemplo). Pero ve este avance gradual como una forma de no enfadar a los más conservadores.
De ahí tal vez que el Ministerio de Asuntos Municipales y Rurales haya incluido el anuncio que acaba con la exigencia de entradas segregadas en establecimientos de restauración entre 103 normas que incluyen la distancia mínima entre escuelas privadas. Además, la nueva ordenanza no es obligatoria, lo que significa que los locales pueden mantener la doble entrada si sus dueños así lo desean. El texto tampoco aclara si dentro de los mismos se autoriza a que hombres y mujeres (que no sean familia) puedan sentarse sin separación; lo habitual hasta ahora era que hubiera una sala para hombres y otra para familias, aunque al hilo de la liberalización de los últimos años han empezado a surgir espacios mixtos.
“No es suficiente. Seguimos presas de la inseguridad jurídica porque solo se hacen cambios superficiales y limitados que no van al centro del problema: la visión patriarcal de la mujer como un ser inferior al que hay que proteger que predomina en nuestra sociedad”, lamenta Maha, una ejecutiva que trabaja en Riad.
Críticas en redes sociales
De hecho, pese a lo limitado de la reforma, que no alcanza ni a hospitales ni centros de trabajo, solo hay que asomarse a las redes sociales para encontrar a quienes expresan su oposición al cambio. “Sí, esto es el desarrollo… la abdicación de nuestros principios y nuestra religión. (…) Solíamos decir que nuestra religión y nuestra agua eran la línea roja…”, escribe en Twitter un usuario, que se identifica como @enginaar_12 y se presenta como un amante de los caballos. A otro le preocupa “ir a comer con su esposa y que alguien conocido pueda verles”, es decir, que pueda ver la cara de su mujer. La mayoría de las saudíes se cubren con el niqab, el velo que tapa el rostro con una rendija para los ojos.
“No nos ven como seres humanos, solo como esclavas. No sé qué les pasa”, asegura Abeer. “Muchos se han enfadado porque lo perciben como una amenaza; son personas que viven una vida muy tradicional y no quieren cambiar”, añade sin perder la esperanza de que con el tiempo acepten que la sociedad evoluciona.
Es difícil saber cómo de representativas son esas quejas amparadas en el anonimato de las redes sociales, ya que en paralelo a la apertura social se ha intensificado la represión de los críticos. Decenas de intelectuales, clérigos y activistas han sido detenidos desde 2017, no solo entre quienes rechazan las reformas, sino incluso entre quienes hicieron campaña por algunas como el derecho de las mujeres a conducir.
ANTIECONÓMICO ADEMÁS DE DISCRIMINATORIO
La doble entrada en cafeterías, restaurantes y otros establecimientos públicos es fruto de la segregación sexual que ha imperado en Arabia Saudí desde el boom del petróleo de los años setenta. Más allá de las justificaciones religioso-culturales, solo la riqueza ha permitido duplicar oficinas y servicios para atender de forma separada a hombres y mujeres. Se trata de una medida antieconómica que los hospitales, a pesar de tener alas separadas para internar a los pacientes de uno y otro sexo, rechazaron en quirófanos y consultas, así que los profesionales sanitarios llevan décadas trabajando juntos.
“A veces uso la entrada de los hombres”, me confió Sommaya Jabarti cuando la entrevisté tras ser nombrada directora de Saudi Gazette en 2014, la primera saudí en dirigir un periódico. Pero lo más sorprendente, explicaba, es que la segregación se mantenía debido a las mujeres. “Muchas quieren su propia entrada, trabajar separadas”, aseguraba a pesar de que ella siempre ha defendido que hombres y mujeres trabajen juntos.
Otras muchas, sin embargo, han vivido ese apartamiento como una discriminación. Y no todas han sido tan fuertes como Jabarti, hoy directora adjunta del Arab News. Tal es el caso de Iman al Qahtani, una joven periodista a la que indignaba verse obligada a usar la puerta trasera para llegar a su oficina en el diario económico Al Eqtesadiah. “¿Por qué no podemos trabajar codo con codo con nuestros compañeros?”, se preguntaba una y otra vez sin obtener ninguna respuesta convincente. Su lucha contra la injusticia terminó pasándole factura y su salud se resintió.