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Diversidad y xenofobia en Alemania

La Vanguardia.- “Hay personas que ni siquiera se dan cuenta de que son racistas y eso es lo peor, porque entonces creen que es que no tienen que cambiar nada de su comportamiento”

Lo que los españoles vivimos en el extranjero puede enseñar muchas cosas sobre el racismo. Cuando eres tú el emigrante en un país desconocido, como en mi caso, Alemania, es cuando verdaderamente te das cuenta de en qué consiste el fenómeno racista.

Expresiones como “los emigrantes solo vienen aquí a robar y violar”, “nos quitan el trabajo”, “el gobierno se gasta mucho dinero en mantener a los refugiados” son algunas de las perlitas que se pueden escuchar últimamente entre los sectores más radicales de la población de nuestro propio país y de Europa (y más, en Alemania).

 Aunque a algunos nos pueda horrorizar oír estos argumentos deplorables y nos parezcan espantosamente racistas, no todos deberíamos ir presumiendo de nuestra tolerancia, ya que, tanto el racismo como la xenofobia pueden adoptar formas y aspectos muy distintos. Y, aunque no nos demos cuenta, todos caemos en comportamientos que destilan cierto tufillo intolerante.

Ya llevo unos cuantos años viviendo en Alemania con mi familia y he tenido que enfrentarme a todo tipo de discriminaciones en mi vida, aunque el peor tipo de racismo es el invisible.

Pero, ¿qué ocurre cuando somos nosotros mismos los que nos vemos obligados a emigrar a otro país en busca de un futuro mejor? ¿Estaremos entonces expuestos a las mismas situaciones de discriminación e incomprensión que los inmigrantes en España?

Podríamos pensar que no, que quién nos iba a discriminar si la mayoría de españoles somos blancos europeos, pero la realidad es bien distinta.

Llevo siete años viviendo en Alemania , también he experimentado este tipo de rechazo. He conocido a algunos alemanes que piensan seriamente que los españoles somos más ignorantes y menos trabajadores, más vagos, analfabetos y, en definitiva, inferiores a ellos.

Nos intentan estafar, nos dan trabajos que no quiere nadie. Incluso en más de una ocasión he sentido que mis opiniones en el trabajo han sido ignoradas deliberadamente.

Muy triste, pero es lo que conlleva llevar la etiqueta de extranjero en la frente, un recuerdo de mis primeros meses en Alemania que me indigna.

Los primeros días no son nada fáciles. No entiendes bien el idioma y la gente de tu alrededor se frustra. Mis compañeros de trabajo prácticamente no me hablaban porque no entendía nada. Y claro, te sientes solo.

Además, los españoles también nos vemos obligados a lidiar con los típicos clichés en el extranjero. En cuanto les digo que soy español, hacen referencia a los toros. Que dormimos la siesta. También me preguntan que si en Navidades bailamos flamenco. En fin, da qué pensar.

Hay distintas caras del racismo y la xenofobia. Aunque la esencia de estos dos términos sea la misma —la exclusión o rechazo a un colectivo—, la principal diferencia está en que el racismo odia a la persona por su grupo étnico, mientras que la xenofobia odia a cualquier extranjero simplemente por el hecho de pertenecer a otro país.

Hay una idea muy extendida de que los españoles estamos invadiendo a los alemanes, muchos opinan que venimos a quitarles el trabajo. De hecho, se estima que en Alemania viven y trabajan alrededor de 156.000 españoles, siendo la tercera comunidad extranjera más numerosa por detrás de Polonia y Turquia.

Si volviera a España cambiaría muchos de mis comportamientos por lo que respecta a los extranjeros. Mi experiencia como expatriado me ha ayudado a vivir en mis propias carnes lo que es sentirse solo en otro país y que, además, te infravaloren por el simple hecho de ser de fuera.

Yo creía que era muy inclusivo y para nada racista, pero ahora me doy cuenta de que la discriminación puede esconderse en los detalles más insignificantes.

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