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El complicado (pero posible) feminismo indígena

Fuente: El País
Fecha: 11/05/2018

Alcira Villafaña es lideresa del pueblo originario colombiano arhuaco. Aquí narra cómo las mujeres deben tener dignidad y fortaleza para lograr sobresalir en un mundo de hombres

Una ola de dos metros golpea contra la arena ocre de la playa que bordea la costa de Katanzama —uno de los resguardos del pueblo arhuaco, en el departamento colombiano de Magdalena— y, en ese vaivén estrepitoso, quedaron al descubierto cardúmenes de pequeños cangrejos que corrieron a esconderse entre la espuma marina. A dos metros, sentada en un tronco, Alcira Villafaña observa el espectáculo, mientras analiza cómo los movimientos cíclicos de las aguas caribeñas se asemejan al orden natural del cosmos: “Todo lo que va, algún día vuelve, porque el universo se encarga de regresarlo a la posición que le corresponde”, afirma con su voz serena y silenciosa, casi como si hablara consigo misma.

Hace siglos sus ancestros habitaron ese territorio, antes de ser desterrados a sangre y fuego durante la conquista hispánica. Producto de ese desplazamiento histórico, los arhuacos se asentaron en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta —el centro del universo arhuaco— y, paulatinamente, con la llegada de colonos en las épocas colonial y republicana, se vieron obligados a habitar las cumbres, donde el clima glacial los resguardó de los embates de la civilización occidental. Allí establecieron sus caseríos, a los que solo se podía llegar emprendiendo travesías titánicas de varias horas, o de días enteros a lomo de mula. Igual que hoy.

Cuando evoca a don Adalberto Villafaña —su padre—, la mirada de Alcira se torna brillante y acuosa. Hace 21 años, antes de morir, le volvió a repetir la misma enseñanza que le recalcó desde su más tierna edad: “Las mujeres deben ser respetadas y valoradas”, le decía, y hasta el final de sus días le hizo prometer a ella que se convertiría en líder del pueblo arhuaco. Si don Adalberto viviera, estaría orgulloso de su hija porque, además de ser reconocida por su liderazgo, se destaca en un mundo de patriarcas.

“No es fácil ser mujer, líder, indígena y, además, madre cabeza de hogar: tengo tres hijos. Se requiere tener dignidad y fortaleza para sobresalir en un mundo de hombres como el de mi pueblo. Los hermanos blancos (las personas que no son indígenas) piensan que en las comunidades indígenas los hombres son los únicos que ostentan el poder”, replica. No obstante, esto es una verdad a medias, pues muchas mujeres arhuaco optan por dedicarse en exclusiva al cuidado del esposo y los hijos.

No al machismo

En el hogar de Alcira nunca hubo actos de discriminación de género: tanto sus cuatro hermanos varones, como ella —la única hija—, debían ayudar en las labores domésticas; también tenían voz y voto a la hora de tomar decisiones en el seno familiar. Entre los recuerdos más entrañables que atesora en el cajón de su memoria, están las reuniones a las que su padre la llevaba en Bunkwimake, aldea enclavada en las cumbres de la Sierra Nevada. Allí, todos los mamos —caciques o líderes indígenas— se congregaban para tratar diversos asuntos mientras ella, sentada a la diestra de su padre, escuchaba los detalles de aquellos asuntos relacionados con el devenir arhuaco.

Uno de los proyectos es Duni, a través del cual se inauguró un centro de salud en Bunkwimake, con la adecuación de su planta física y la instalación de paneles solares para el funcionamiento de los equipos médicos y odontológicos. Para garantizar la visita de sanitarios, organizan jornadas con especialistas (como pediatras), odontólogos y enfermeras, quienes donan su trabajo. “En el futuro tendremos nuestros propios doctores, gracias a la formación de jóvenes de la comunidad que estudiaron gratuitamente carreras en diversas áreas de la salud, con el compromiso de regresar a trabajar por la comunidad”, indica.

Diarreas, enfermedades respiratorias, muertes neonatales y alteraciones de los fetos son algunas de las problemáticas de salud más recurrentes entre la población arhuaca. Todo eso lo ha visto Alcira, en su papel de promotora de salud, en decenas de poblados de la sierra que ha visitado para enseñar a padres de familia, niños y jóvenes que estas afecciones se pueden prevenir con buenos hábitos de higiene. También ha llegado a instituciones etnoeducativas de la región para adelantar campañas de aseo.

Es sábado por la noche, y la penumbra se apodera de Katanzama. En la plaza central, a un costado del enorme árbol moro que conquista un terreno bordeado por decenas de cultivos de plátano, malanga, papaya y coca, los indígenas preparan un pagamento de sanación espiritual. El mamo Camilo Izquierdo, y Danilo Villafaña, hermano de Alcira —más conocido como El embajador del pueblo Arhuaco, por representar a la comunidad en el extranjero­—, encienden una fogata para conjurar las malas energías y los pensamientos insidiosos. Un grupo musical con flautas de millo y tamboras ameniza la velada que, en medio de danzas y cánticos ininteligibles, le sube la temperatura a la gélida noche. Mientras bebe infusión de coca, Alcira explica que la misión de su tribu será siempre preservar la Sierra Nevada de Santa Marta. Les dice a los presentes que el mejor legado que se puede dejar a los hijos no es el oro ni el petróleo, sino los mares y ríos, y el poder infinito que se refugia en la espesura de esas montañas. “Son tesoros de la madre Tierra que no vamos a cambiar ni por todo el dinero del mundo”, asegura, y se sienta a un costado de la fogata a observar a los jóvenes del clan que a esa hora siguen bailando y entonando sus cantos.

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