El drama de los niños esclavos de las escuelas coránicas
El Mundo.- Liberadas más de 300 personas encadenadas en una ‘daara’ en Nigeria, en su mayoría niños
Una de las escenas más repetidas en algunas capitales de África del Oeste, sobre todo en Senegal, es la que se da en los semáforos. Decenas de niños con la cara cubierta de polvo, descalzos, con las camisetas hechas jirones y cuerpos reventados por el hambre, se acercan a los coches para pedir una limosna con latas vacías y oxidadas en las manos. La mayoría no son vagabundos ni están solos. Todos tienen un techo donde dormir y un tutor que, se supone, debe ocuparse de ellos.
Son los llamados niños talib (estudiantes, en árabe), pequeños llegados de las zonas rurales a las ciudades cuyos padres no pueden alimentar ni educar en una escuela, que son enviados a las escuelas coránicas o daaras, donde quedan bajo las órdenes del marabú, esa especie de profesor y líder religioso del Islam tan común en estos países.
Es en estas escuelas donde cientos de esos talib (a veces, miles) duermen en el suelo, recitan a diario las tablillas del Corán y trabajan en las dependencias del marabú en labores de limpieza o cocina. Es una práctica de explotación infantil conocida y consentida, que mantiene a los niños como esclavos, no les forma adecuadamente y les obliga a mendigar de sol a sol para poder pagar por la comida (escasa), por el suelo en el que duermen y por la supuesta educación que reciben. Pero el dinero lo administra el marabú. Cuantos más niños tenga a su disposición, más beneficios obtiene. Es la industria de la pobreza. En Senegal reclaman 500 francos CFA (la antigua moneda colonial francesa) a cada niño al día, lo que equivale a 0,7 euros. Los que no consiguen aportar esa cantidad serán golpeados a su vuelta a la daara. La idea que se les inculca es que tienen que ganarse su comida.
El último episodio (y ejemplo extremo) de esta triste historia se vivió ayer en Nigeria, donde su policía liberó anoche a más de 300 menores, en su mayoría niños pequeños, maltratados y encadenados por los tobillos en una de esas escuelas coránica en el estado norteño de Kaduna, en la mitad musulmana del país.
«Recibimos información de que algo sucedía en este centro. Al llegar aquí descubrimos que no se trata de un centro de rehabilitación ni de una escuela islámica», confirmó a la prensa tras el rescate el jefe de Policía de Kaduna, Ali Janga. Muchos de los niños –en su mayoría procedentes de Burkina Faso, Mali y otros países africanos– además de llevar cadenas en los tobillos, declararon haber sido abusados sexualmente, según fuentes policiales, y torturados al tiempo que eran obligados a recitar el Corán. Este tipo de prácticas generan una trata de niños denunciada por organismos locales e internacionales desde hace años. Incluso algunos grupos terroristas han pagado por llevarse a estos niños de países como Guinea Bissau o Benin para reclutarlos como futuros yihadistas.
Por su parte, el propietario de esta supuesta escuela aseguró que su única actividad era la enseñanza del islam, y rechazó como falsas cualquier acusación de «tortura, deshumanización y homosexualidad«, según informa la agencia Efe. «Estas personas están siendo utilizadas, deshumanizadas. Podéis verlo por vosotros mismos», continuó el jefe policial Janga, quien añadió que «ningún padre razonable llevaría a sus hijos a un lugar como este».
Las autoridades intentan ahora contactar con los familiares de los menores liberados, que fueron trasladados anoche a un estadio de Kaduna, mientras que ocho personas permanecen arrestadas como sospechosos.
Los talib se levantan a las cinco de la madrugada y pueden mendigar hasta que el sol se pone, donde podrán comer todos de un mismo recipiente algo de arroz cocido y dormir sobre una mísera esterilla. La enseñanza nunca incluye idiomas como el inglés o el francés, lo que les desconecta de la educación que ofrece el estado y los lastra en su futuro.
En el norte de Nigeria, sobre todo en los estados donde la ley principal es la sharia (ley islámica) estas escuelas suelen estar rodeadas de pequeñas chozas de cañizo y barro, a veces tan míseras que sólo cabe un niño. Repiten su misma camiseta una y otra vez, no tienen donde lavarse y hacen sus necesidades en plena calle.