El final de Rosa Parks: con demencia, una mísera pensión, problemas en la vista y a punto de ser desahuciada con 90 años

El Mundo.- Su negativa a cederle el asiento del autobús a una persona blanca desató el movimiento por los derechos de los negros en EEUU. Fue una de las personas más relevantes del siglo XX pero murió en la pobreza.

Hay mujeres y mujeres, pero luego está Rosa Parks. Gracias a ella, los negros en Estados Unidos tuvieron visibilidad. Tras salir el 1 de diciembre de 1955 (se cumplieron este martes 65 años) de su jornada laboral como costurera en un centro comercial en Montgomery, en el estado de Alabama, subió al autobús que le llevaría a casa. Durante el trayecto, se negó a cederle el asiento a una persona blanca, por lo que fue detenida y sancionada.

La famosa foto policial de Rosa Parks mientras sujetaba el número 7053 el día de su arresto fue el detonante para que Edgar Nixon y un desconocido pastor bautista llamado Martin Luther King organizaran uno de los boicots más importantes de la historia reciente del país. Lo que iba a ser un lunes de huelga se convirtió en una revuelta de 381 días, lo que supuso casi la ruina económica para la compañía de autobuses de Montgomery. De los 105.000 habitantes de Montgomery, unos 42.000 eran negros, que decidieron ir al trabajo en camionetas, bicicletas, caminando o compartiendo coches.

Como nieta de esclavos, Rosa estaba cansada de que a los negros se les siguiera considerando ciudadanos de segunda. Su abuelo siempre tenía a mano una escopeta porque los miembros del Ku Klux Klan acechaban por los alrededores y acudía al colegio andando mientras los blancos iban en autobús hacia otro edificio construido especialmente. Dejó de estudiar siendo una adolescente para cuidar de su madre y su abuela enfermas.

Pocas veces un «no» había significado tanto. En noviembre de 1956, el Tribunal Supremo declaró inconstitucional la segregación racial en los autobuses. Tras aquel logro pagó un alto precio. Rosa y su marido, Raymond, recibieron amenazas, les insultaban, los compañeros de trabajo negros dejaron de hablar a Rosa y se quedó en el paro; a su marido le despidieron porque hablaba de Rosa a pesar de la prohibición explícita de hacerlo; ella no encontraba empleo como asistenta de hogar y a él le rechazaban como conserje y empezaron a acumular tantas deudas que no podían pagar los medicamentos para tratar las úlceras de estómago de la heroína de esta historia.

En 1957 decidió mudarse a Detroit junto a su madre y su marido. Allí Rosa continuó su lucha por los derechos civiles nacionales a pesar de su gran precariedad económica. Al principio, encontró trabajos esporádicos en un hotel o como costurera en una fábrica, pero después de un sinfín de penurias, en 1965 encontró trabajo como secretaria y recepcionista del congresista demócrata John Conyer, en cuyo despacho trabajó hasta su jubilación en 1988.

A pesar de figurar en los libros de Historia como uno de los personajes más importantes del siglo XX, su vida personal dejaba mucho que desear. Se había quedado viuda, no tenía hijos, el desgaste psicológico por conseguir la igualdad había hecho mella en su ya delicado cuerpo y cobraba una mísera pensión que a duras penas le daba para pagar un alquiler.

AYUDADA POR LA COMUNIDAD

Afortunadamente, su gesto histórico no pasó desapercibido para las altas esferas de Washington que la honraron en vida tal y como se merecía. En 1996 Bill Clinton le entregó la Medalla Presidencia de la Libertad y, poco después, recibió la Medalla de Oro del Congreso, considerada el más alto honor civil en Estados Unidos

 Tras sufrir un robo y agresión en su apartamento, decidió mudarse a otro más seguro. El multimillonario fundador de la cadena de pizzerías Little Caesars, Mike Ilitch, se hizo cargo de los gastos, pero algo misterioso pasó cuando los dueños del edificio intentaron desahuciarla. Aquejada de una progresiva demencia, prácticamente sin movilidad y con deficiencia visual estaba a punto de quedarse en la calle. Vecinos, feligreses y otros miembros de la comunidad empezaron a ayudarla y, cuando se hizo público su caso, los propietarios del edificio optaron por pagarle todas las facturas en un acto de limpieza de imagen.

Tras su fallecimiento en 2005 a los 92 años, velaron su cuerpo en el Capitolio de Washington. Se convirtió en la primera mujer y en la segunda persona afroamericana en protagonizar este histórico reconocimiento. La actuación de Rosa Parks oscurece, en cierto sentido, la famosa frase de Neil Armstrong después de que el ser humano pisara por primera vez la Luna en 1969: «Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la Humanidad».

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