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El Gobierno deja de pagar el tratamiento a adolescentes con anorexia por el Covid-19

El Mundo.- Con el estado de alarma suspendió el Seguro Escolar, al que asocia al cierre de colegios, y las privó de terapeutas, nutricionistas y psiquiatras. Las familias denuncian abandono

A C., de 17 años y con anorexia nerviosa desde hace tres, el Gobierno la abandonó el 14 de marzo. Y como a ella, a otras muchas jóvenes y adolescentes del país con trastornos de la alimentación. A C. la enfermedad la tuvo 22 meses ingresada en un centro de día del que sólo salía para ir a dormir a casa. Su tratamiento, como el de todas las jóvenes españolas entre 14 y 28 años en formación académica, lo cubría el Seguro Escolar, que depende del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS). Pero con la llegada del cornonavirus, la partida dejó de abonarse al asociarse al cierre de centros educativos. Y de ahí al caos.

El caso de C. es agudo pero Laria Latorre, su madre, siempre le ha plantado cara. El año pasado hizo una enérgica ponencia para concienciar sobre los trastornos alimenticios porque en ese momento tenía tiempo para otras cosas que no fuera entregarse al cien por cien a la enfermedad de C. El bono escolar que se hacía cargo de los gastos de terapia de la adolescente, que entonces ya había vuelto a casa, funcionaba y su hija estaba sostenida por los terapeutas, nutricionistas y psiquiatras así que Laria podía coger un poco de oxígeno

El Centro de Recuperación Emocional y Alimentaria (CREA) de Elche, adjudicatario del servicio y el único organismo que funciona como hospital de día en la provincia de Alicante, ayudaba a C. a transitar por el difícil camino de la recuperación. Ahora se ha quedado sin este respaldo.

El Gobierno suprimió el seguro en toda España cuando comenzó el estado de alarma. «El 14 de marzo», apunta Laria con la precisión y la conciencia de quien ha perdido una piedra angular en su cotidianidad. Ese día, las adolescentes y sus familias se quedaron en la estacada. Se acabaron los pagos a los profesionales que las atendían. El servicio -como si en estos temas se pudiera hablar de manera tan fría- quedó suspendido. Las pacientes empezaron el confinamiento amarradas a su obsesión por las calorías y la distorsión de su imagen, fantasmas a los que les es difícil medirse aún con la ayuda de los profesionales.

Cuando comenzó el confinamiento, CREA -y otros muchos centros del país- tuvo que suspender la atención presencial pero mantuvo la telemática así que todas las pacientes quedaron vinculadas a sus terapias. Las sesiones continuaron aún sabiendo que el Gobierno no iba a abonar los servicios. La empresa adelantó la financiación necesaria hasta que los recursos se agotaron y la situación se volvió inviable. Desde el 9 de mayo todas las chicas están sin terapia. Sin terapia pero con su enfermedad presente. En casa. «Dándole a la cabeza».

La interrupción de las sesiones telemáticas terminó de romper a C. «Para ella está siendo muy difícil. También para nosotros. Ver a su terapeuta, aunque sea por videoconferencia, es su medicación. Se enchufa de nuevo. A mi hija, y a las demás, les falta esa ayuda de los profesionales en los que se apoyan y les dan herramientas para hacer más llevadera la situación tan terrible que vivimos y que viven las niñas», cuenta Laria.

Ahora Laria ve todos los días cómo C. se rodea las muñecas, y las rodillas con las manos y se toca las clavículas y los huesos de manera casi compulsiva para asegurarse de que no engorda porque la báscula está prohibida en casa. Ahora asiste a cómo C. se enfrenta a seis comidas diarias cuando cada una de ellas es una batalla porque C. tiene un mantra: «Si no voy a quemar, no voy a comer». Ahora vigila que no haga más sentadillas de la cuenta en su habitación – «porque hace deporte de manera obsesiva»- y, sobre todo, sus entradas y salidas del baño. Ahora está atenta a que no suba y baje escaleras. Ahora Laria, que tiene dos hijos más, está entregada a C., que se ha quedado sin apoyo profesional y sin otro referente que su familia. Y como Laria, las demás madres porque su caso no es único. No lo entiende. No lo entiende ninguna.

«LA ENFERMEDAD NO CONFINA»

«Nosotros nos podemos confinar, pero las enfermedades no se confinan y por tanto las ayudas tampoco deberían hacerlo. Igual que a un diabético no se le niega la insulina a las personas que necesitan tratamiento psicológico no se les puede negar a los terapeutas. Se trata de una enfermedad mental que necesita seguimiento», argumenta.

«Vuelvo a ver a mi hija más retraída y más delgada. La enfermedad ha repuntado, sin duda. Ha perdido peso aunque no sé cuánto. Yo creo que tres kilos aunque mi marido me dice que seguro que es menos. Ella no deja de comer, deja de vivir», añade con entereza y preocupación. C. es una adolescente madura que sabe que está enferma. «Ella dice que quiere curarse y sacarse el monstruo que tiene dentro y el malestar que no la deja vivir pero para eso necesita ayuda profesional. Las familias, de hecho, también la necesitamos porque este problema nos afecta a todos. Es global. No es exclusivo de los pacientes». «Antes del tratamiento decía que no tenía ganas de vivir. Siempre ha sido muy clara con sus sentimientos».

Después de esta reflexión Laria se detiene en un punto lógico que la enerva dentro de la calma con la que explica la situación y que nadie le ha sabido justificar. Se pregunta por qué el Gobierno ha decidido dejar de pagar estos servicios durante el confinamiento y nunca lo había hecho, por ejemplo, durante las vacaciones de verano, cuando las clases también se interrumpen. «Es otra de las cosas que no comprendo».

«Es realmente necesario crear centros de día públicos en las provincias en los que no hay. Ahora la solución que están dando a las familias tras la anulación del seguro escolar es que acudan a pedir citas a los centros de salud con los psiquiatras o que, en casos más graves, vayan al hospital. Y eso no es viable», reivindica Mercedes Marco, presidenta de la Asociación de Trastornos de Conducta Alimentaria de Alicante.

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