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El riesgo de ser mujer

El País.- Solo el 4,7% de la población piensa que el asesinato de 60 mujeres cada año y el maltrato de 600.000 es un problema grave

Dieciséis horas y media, ese es el tiempo que la sociedad ha invertido simbólicamente en las mujeres asesinadas por los hombres con quienes compartían una relación de pareja. Dieciséis horas y media, el resultado de sumar los 1.000 minutos de silencio guardados, uno a uno, tras cada mujer asesinada durante este tiempo. Todos los minutos de silencio juntos no suman ni un día. Sin embargo, llevamos 16 años llenos de palabras y justificaciones para hacer de la violencia de género algo normal, donde se convierte en “accidente” el homicidio y se trata de “gente normal y corriente” a los asesinos, hasta que los “enferman por matar” diciendo que eran locos, alcohólicos o drogadictos.

Medio día para las víctimas y 5.839 días y medio para los agresores, ese es el resultado de la división del tiempo y el silencio cuando se habla de violencia de género.

Las mujeres, al igual que los hombres, pueden ser víctimas de homicidios cometidos en un contexto relacionado con un robo, el narcotráfico, una reyerta, un atentado… Pero, además, son víctimas de la violencia machistaque ejercen los hombres contra ellas al amparo de unas referencias sociales y culturales que justifican su uso y minimizan su impacto y consecuencias. Y lo son en cualquier espacio de las relaciones y a lo largo de toda su vida.

Los informes del Observatorio Estatal de Violencia sobre la Mujer nos aportan los datos de las víctimas de la violencia de género desde el año 2003, cuando comenzaron las estadísticas oficiales. Son mujeres asesinadas desde la adolescencia (el 0,7% lo fueron con menos de 16 años), y continúan siéndolo hasta las edades más avanzadas de la vida (el 12,7% contaba más de 64 años en el momento de ser asesinadas), aunque la franja donde se concentra el mayor porcentaje de homicidios es de los 31 a los 40 años con un 27,8%.

Lo son al margen de su nacionalidad y origen (el 30,3% son extranjeras). Los hombres que las asesinan tienen una edad ligeramente superior a la suya, con una media de 44,4 años respecto a los 42,4 años en las víctimas. El 65% convivía con su asesino y el 73,4% no lo había denunciado nunca a lo largo de los años de convivencia y violencia junto a sus hijos e hijas (el 72% eran madres cuando acabaron con sus vidas).

Son mujeres asesinadas a cualquier edad, en cualquier lugar, en cualquier momento de la relación y la convivencia, lo único que las caracteriza es la relación de pareja con un hombre que llegó en nombre del amor y las mató en nombre propio. Pero ninguno de estos crímenes se podría haber producido sin esos 5.839 días de silencio y pasividad que envolvieron cada uno de los minutos que se guardaron por ellos. No es la pasividad ni la distancia quien se vuelve cómplice de los asesinos, es la normalidad activa y cercana de cada día capaz de callar un momento para luego llenar el aire de palabras que hablan de que “todas las violencias son iguales” o que “los hombres han perdido la presunción de inocencia” o sobre “denuncias falsas”… Y así desviar la atención y dirigir la confusión hacia la conciencia.

Es esta realidad la que lleva a que no se denuncie la violencia que sufren las mujeres en nombre de la normalidad, a que cuando se denuncia no se las crea del todo, y a que cuando las creen el cuestionamiento se dirija a la víctimapor lo que ha hecho o ha dejado de hacer, no al agresor por lo que hace. A que cuando piden medidas de protección un porcentaje significativo de ellas no se conceda, y a que la violencia continúe entre todo este entramado hasta llegar al homicidio con o sin denuncia previa.

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