«En los institutos solo se hablaba de homosexualidad cuando surgía Lorca»

El Comercio.- Una mañana, mientras daba clase, Marian Moreno se encontró en su aula convertida en una profesora ‘fuera del armario’. Ocurrió hace más de veinte años y no fue premeditado. Leían ‘La metamorfosis’ de Kafka y la docente preguntó si alguien se había sentido alguna vez como su protagonista, una especie de bicho raro. Empezaron a surgir experiencias, hasta que una estudiante preguntó: «¿Y tú, profe?». «Yo soy la cucaracha. Soy lesbiana y mi familia es muy tradicional, lo que me supuso vivir en la invisibilidad mucho tiempo», contestó.

La respuesta suscitó entonces, como ahora, cierta sorpresa. Pero sobre todo despertó la curiosidad de los jóvenes. Marian se convirtió en un referente «en positivo», frente a los que provienen de los medios y la televisión. «Para que se normalice la diversidad de orientaciones sexuales el alumnado necesita personas reales, felices, de carne y hueso», defiende esta profesora de Secundaria del IES Emilio Alarcos, una de las pocas en Asturias que hablan abiertamente de su orientación sexual, con un propósito didáctico.

«Las dudas que más se plantean son a nivel sexual. Aun hoy en día se cuestionan cómo son dos mujeres en la cama, porque confunden la sexualidad con el coito y no tienen claro que hay muchísimos tipos de sexualidad». «¿Siempre fuiste lesbiana?» es otro de los temas que salen a relucir, a lo que la docente responde que «la orientación sexual no es una gripe, no se pasa». También le preguntan si eso le ha supuesto algún problema. «Les digo que sí, claro. Que cuando eres niña y vas con otra chica de tu edad por el Muro un hombre diciéndote de todo es una agresión, o que tener que esconder tu sexualidad y tu forma de vivir tampoco es agradable». Ella misma lo hizo durante sus primeros años de docencia, por miedo a reacciones negativas dentro del claustro o entre las familias: «Tenía miedo de salir denunciada en los periódicos».

Todos los cursos, dice, hay un momento en el que su homosexualidad sale a la luz de manera natural, igual que surge la heterosexualidad. «Por lo que estamos hablando, por lo que estudiamos o porque oigo como insulto la palabra ‘maricón’». Y entonces hace una defensa de la libertad de las orientaciones sexuales y comienza el debate. «Creo que hay todavía alumnado homófobo, pero por ignorancia. Tienen miedo a lo que consideran diferente y hay que tener en cuenta que tienen la edad que tienen, están formándose y nuestra labor es enseñarles lo que es democracia y libertad», considera. Los alumnos «vienen con muchos estereotipos, traen ideas y prejuicios, y poca reflexión respecto a la empatía que ha de tenerse con personas que han sufrido discriminación». No obstante, al visibilizar la cuestión «incluso entre ese tipo de alumnado se produce cierto cambio, se abre un proceso de reflexión porque de repente se dan cuenta de que una profesora que les cae bien es lesbiana. Se les produce una especie de cortocircuito y comienzan a reflexionar».

También da una oportunidad didáctica, para investigar, buscar referentes LGTBI, clarificar conceptos como ‘sexo’, ‘género’, ‘intersexualidad’ o ‘identidad sexual’… Y desde el punto de vista lingüístico les sirve para comprender cosas que han leído. «No se puede entender ‘Poeta en Nueva York’ si no lo enfocas desde la homosexualidad, igual que tratar de orientaciones sexuales diversas nos ayuda a darnos cuenta de las leyes que existen en nuestro país». No es una educación de libro de texto, «pero ayuda».

Y ayuda aún más a cierto sector del alumnado que se siente identificado. A menudo hay alguien que, en voz baja al terminar la clase, le pide «te espero fuera». Que piensan «al fin una persona de carne y hueso que me demuestra que no soy el único». «He tenido casos de homosexualidad, bisexualidad, transexualidad… y muchas, muchas dudas». Recuerda con especial cariño a un alumno que hace 22 años, después de que ella dijera en clase que es lesbiana, la esperó, llorando, en el pasillo. «Tenía diecisiete años. Estuvimos hablando muchísimo y le dije que llamara a la asociación Xente Gay Astur (XEGA), porque ahí le escucharían y le podrían ayudar», rememora conmovida. Lo hizo, y después de unos cuantos años se lo encontró en un bar de ambiente de Gijón. «Fue un abrazo precioso. Me dijo que le había ayudado muchísimo verme feliz como mujer lesbiana, que siempre le había quedado ese recuerdo de que alguien, en un momento de mucho sufrimiento, le escuchó y le abrió una puerta para escapar del maltrato machista que supone la homofobia».

Acabar con el tabú

Por eso, ella lo habla con naturalidad. Para acabar con «la inexistencia absoluta, el tabú» que suponía antes la homosexualidad en los centros educativos. A pesar de que «las personas homosexuales somos un diez por ciento de la sociedad, en las aulas solo existía cuando se estudiaba Federico García Lorca, como si solo él hubiera sido homosexual en la historia de España», ejemplifica. Ahora, dice con una sonrisa, aprecia «una manera mucho más natural de tratar las orientaciones sexuales». El alumnado tiene también más información, «pero aún hay una falta enorme de formación y una necesidad, menor que hace años, pero todavía evidente, de educación sexual».

El camino, asegura, es la coeducación. Es decir, «tener planes obligatorios de educación para la igualdad que incluyan la lucha contra la LGTBfobia». El pasado fin de semana defendió estas ideas en Madrid, el I Congreso Nacional de Coeducación que ella misma organiza, ya que «de esta manera educaremos a la generación que viene para que hagan una sociedad mucho más libre que la que ha podido hacer nuestra generación». Entretanto, a Marian -que comprende los miedos que impiden a muchos salir del armario- no le importa convertirse en «una especie de consultorio». «Un alumno al que ni siquiera daba clase me dijo una vez, ‘me dijeron que contigo se puede hablar’. Esa es una de las mayores satisfacciones».

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