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Familias que se rebelan contra el sistema y educan a sus hijos en casa

Fuente: El País
Fecha: 11/10/2017

 

Adriana y Antonio son homeschoolers. Educan a su hijo Diógenes, de ocho años, en casa. Creen que la educación no es una ciencia exacta. “No está claro si se aprende mejor con disciplina o con flexibilidad, los griegos ya debatían sobre ello y han pasado más de 2.000 años y no se ha llegado a ninguna conclusión”, opina el padre del niño, Antonio Soria, de 43 años y ex profesor de Filosofía de Secundaria. Viven en el centro de Madrid y su hijo no aprende matemáticas con libros de texto. No siguen ninguna metodología específica. Dejan que sea Dío, como al chico le gusta que le llamen, quien se interese por los temas y pregunte. Entonces ellos se documentan para contestar, le llevan a museos, leen libros o ven documentales. Internet es su mayor fuente de conocimiento.

En España todas las familias están obligadas por ley a escolarizar a sus hijos desde los seis hasta los 16 años. Educar en casa es una opción que no está regulada y que puede ser motivo de denuncia. Por eso, no existe un registro oficial de homeschoolers, pero los expertos calculan que hay unas 4.000 familas. «Hay pocos casos de familias a las que un tribunal haya obligado a escolarizar a sus hijos. La mayoría de denuncias se archivan una vez que la Fiscalía comprueba que no hay abandono», señala Carlos Cabo, profesor de la Universidad de Oviedoy autor de la primera tesis doctoral sobre homeschooling en España.

Según la investigación publicada en 2012 por Cabo, la mayoría de familias viven en la clandestinidad por miedo a posibles denuncias. En 2010 el Tribunal Constitucional se posicionó a favor de una sentencia que obligaba a dos familias de Málaga a escolarizar a sus hijos y resolvió que «la facultad de los padres de elegir para sus hijos una educación ajena al sistema de escolarización obligatoria por motivos de orden pedagógico no está comprendida en ninguna de las libertades constitucionales».

Los procesos judiciales, señala Cabo en su tesis, suelen comenzar con una denuncia de los centros educativos -en el caso de que el menor haya sido desescolarizado-, de los servicios sociales, de vecinos o incluso de familiares cercanos. «Cuando se comprueba que los menores no están desatendidos, el caso se suele archivar. Hay ocasiones en las que la Fiscalía entiende que hay infracción de ley y el caso paso a los Tribunales, que suelen fallar a favor de quienes educan en casa», señala Cabo. En países como Reino Unido, Francia, Noruega, Estados Unidos o Canadá es legal educar en casa.

Con ese escenario, hay familias como la de Adriana y Antonio que no quieren esconderse. «La escuela atrofia los intereses que surgen durante la infancia, se pierden las ganas de aprender porque no hay factor sorpresa», cuenta Adriana, de 41 años. Ella no terminó la carrera de Psicología y desde hace años se dedica, junto a Antonio, a la venta de productos por internet. Son autónomos y trabajan en casa.

Es una mañana de jueves, es festivo, pero no para ellos. Dío lee sus cómics de Tintín y avanza en su nuevo proyecto: un videojuego hecho de papel. Dice que de mayor quiere montar una empresa de videojuegos. A sus padres no les preocupa su futuro laboral, tienen  «plena confianza» en las capacidades de su hijo y creen que si quiere acceder a la Universidad sabrá cómo hacerlo. Dío toca el piano, va a clases de teatro y se reúne con otros niños homeschoolers en pueblos de la sierra de Madrid. «Seguir horarios y cumplir mandatos no te prepara mejor para la vida», apunta Antonio. «La responsabilidad se adquiere con la libertad», añade. Su hijo decidió voluntariamente dejar de ver la televisión porque le aburría. Durante un año y medio, sus padres le dejaron verla tantas horas como quiso.

El perfil mayoritario de las familias homeschoolers tiene estudios superiores. En la investigación de Cabo, en la que entrevistó a 114 familias, el 56% de ellas aseguraron tener estudios universitarios. «Lo hacen por razones pedagógicas. Apuestan por una educación personalizada, aunque es cierto que no todo el mundo está dispuesto a dedicar tanto tiempo a sus hijos o simplemente no se lo puede permitir», indica Cabo. El 23% de los padres aseguraron ser autónomos, el 13% funcionarios y un 7% asalariados.

«Antes era un tipo de vida que escogían los hippies, pero ahora está mucho más extendido, en parte, como consecuencia de los problemas a los que la escuela no sabe responder como el bulling», opinia Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense y autor del libro La educación en la Encrucijada. Aún así, defiende que el colegio es «la mejor opción» para un niño puesto que enseña a vivir en sociedad y supera las limitaciones de la familia. Crea personas autónomas. «Una escuela es más pública que una familia. Si algo funciona mal se detecta antes. Los malos tratos familiares se suelen conocer a través del colegio», añade.

Maite, que prefiere no dar su nombre real, educa a sus dos hijos en su casa en un pueblo de 7.000 habitantes del País Vasco. Crítica que la escuela pública no respeta los diferentes ritmos de los niños, ni sus inquietudes, y que «todos aprenden lo mismo al mismo tiempo». Ella y su marido tienen un negocio de venta de antigüedades, son autónomos. «En el sistema educativo siempre se puede entrar, lo complicado es salir», apunta. Un niño que no ha acudido a la escuela puede presentarse por libre a las pruebas de la ESO cuando cumple 18 años y con 21 a las de Bachillerato. A partir de ahí, puede realizar la selectividad y acceder a la Universidad.

«El mercado laboral no me preocupa, está en permanente cambio. A los de mi generación (tiene 41 años) la carrera nos iba a salvar la vida, y yo jamás he ejercido», cuenta. En su casa tampoco se usan libros de texto, pero ella sí sigue una guía de contenidos para que sus hijos aprendan lo mismo que los otros chicos de su edad. Además de acudir a la biblioteca y utilizar contenidos de internet, especialmente de YouTube, el recurso «más importante» es la gente de alrededor. «Conocimos a un astrónomo retirado y se ha convertido en una fuente de conocimiento inigualable para mis hijos», cuenta. En el pueblo, los vecinos ya no les juzgan ni les miran con extrañeza, pero prefieren mantenerse en el anonimato para evitar posibles problemas con la justicia.

Otra de las máximas expertas en España sobre homeschooling es Madalen Goiria, autora de la tesis doctoral La opción de educar en casa (Tirant, 2014) y profesora de Derecho Civil en la Universidad del País Vasco. «Lo que más les preocupa a los padres es la socialización de sus hijos, la reincorporación a la escuela, el acceso a los estudios superiores o los pasos que deban dar si reciben una notificasión de los servicios sociales», explica.

En su investigación deja claro entre las cerca de 4.000 familias que educan a sus hijos en casa, destacan dos motivos fundamentales. La inadaptación de los niños a la escuela y los problemas de bulling y la disconformidad con las pedagogías. «Muchos lo hacen para evitar que sus hijos sufran, los ven infelices. Otros ven el sistema público demasiado centrado en la memorística y la autoridad, se sienten excluídos del proceso de aprendizaje», detalla Goiria, que cree que se trata de un modelo caduco.

«El sistema no responde a las necesidades del 100% de los alumnos y no existen mecanismos eficaces para salvar a los que se quedan colgados», dice en referencia al 19% de jóvenes entre 18 y 24 años que abandonaron prematuramente el sistema educativo habiendo completado como mucho el primer ciclo de la ESO, según datos de Eurostat de 2017, y que sitúan a España como el segundo país en fracaso escolar por detrás de Malta.

Goiria hace una reflexión: si el Estado no interfiere en el control de la alimentación en los hogares, ¿por qué debe hacerlo con la educación? «El Gobierno no controla la planificación nutritiva de la familia, da por hecho que lo harán bien, y muchas enfermedades derivan de una mala alimentación», apunta. «¿Por qué no nos parece normal que los progenitores quieran dedicar gran parte de su tiempo a enseñar y educar a sus hijos?», lanza. «España ya no es una sociedad analfabeta», zanja.

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