Franco fue cómplice del expolio artístico de los nazis
El Norte de Castilla.- La España de Franco fue cómplice en el expolio artístico del Tercer Reich». Así lo mantiene Miguel Martorell (Madrid, 1963), catedrático de Historia en la UNED y autor de ‘El expolio nazi’ (Galaxia Gutenberg), un exhaustivo ensayo sobre la rapiña global de Hitler y sus lugartenientes y que analiza en detalle la conexión española del latrocinio. «Fue una partida en la que ganaron los malos; muchos de los cuadros y obras de arte robadas volvieron a las tinieblas y ahí siguen», resume Martorell, que da cuenta del alto grado de violencia y corrupción de los nazis para saquear a particulares, museos y estados.
Para el catedrático, el expolio «fue la antesala del holocausto». Comenzó «robando a gitanos y judíos todo cuanto tenían: de los juguetes a la ropa interior, pasando por joyas, tapices, alfombras, libros, cuadros, dinero y todo tipo de bienes, como los instrumentos de los zíngaros», y mucho antes de la execrable ‘solución final’. «El arte es lo más glamuroso de ese sistemático expolio vinculado a una política racial y realizado con la depredadora maquinaria creada por Hitler y Goering», sostiene Martorell, que ha investigado durante una década estos robos.
Aquelarres
Mield es así el hilo conductor del ensayo y a través de él Martorell ofrece las claves del expolio. Casado con una judía, estuvo en todos los aquelarres artísticos, «desde las purgas del arte degenerado hasta la confección de la colección de Goering en Holanda, y desde luego en la compra irregular de obras a los judíos que huían del terror nazi». A pesar de robarles «salvó a algunos judíos», destaca Martorell, autor también de otros ensayos como ‘Historia de la peseta. La España contemporánea a través de su moneda’ (2001).
Mield acabó recalando en la España de Franco, cuya neutralidad «no le impidió ser cómplice del Tercer Reich». «El régimen suministraba bienes y soldados a Hitler, su red diplomática estaba al servicio del Berlín, la mayor red de espías nazis estaba aquí, y España contribuía a abastecer a los barcos y submarinos alemanes», enumera Martorell.
«La tolerancia del franquismo con el nazismo fue absoluta en todos los sentidos, y desde luego con el expolio, permitiendo la entrada en España de obras mediante contrabando puro y duro», precisa. Un contrabando «difícil de cuantificar» pero que «confirman los servicios secretos aliados, que dan cuenta de la entrada de obras de arte por las fronteras de Francia y mediante vuelos llegados de Alemania», explica el catedrático. Esta colaboración se extendió casi hasta el final del Reich. «La capitulación alemana es del ocho de mayo 1945, y España no rompe con ellos hasta el 5 de mayo», apunta.
Martorell recrea un llamativo episodio, cuando a Mield le intervienen en el puerto franco de Bilbao los cuadros –entre 60 y 80–, que había transportado desde Holanda hasta Hendaya en dos viajes, con un coche y un remolque repleto de de pinturas. En ese cargamento había obras de Van Dyck o Corot, cuatro lienzos atribuidos a El Greco y un Franz Haalls «cuyo destino final es hoy desconocido».
Tras un litigio de cinco años, «el Gobierno español entendió que no se trataba de obras procedentes de un saqueo y se las devolvió a Mield en lugar de al Gobierno holandés. Desaparecieron en las tinieblas del mercado del arte y solo ha aparecido hace poco una ‘Magdalena’ pintada por Van Dyck», señala Martorell. Entre los españoles que se prestaron a este tejemaneje cita Martorell a Arturo Linares, a la galería Vilches y al joyero Eutiquiano García Calle.
Uno de los personajes más siniestros de la trama española que desvela Martorell es César González Ruano, brillante articulista y señalado antisemita. «Está probado que traficaba con obras de arte, antigüedades y libros, y que se dedicaba a estafar a judíos», dice citando trabajos como ‘El marqués y la esvástica’ de Plàcid García-Planas y Rosa Sala.
Otro atrabiliario personaje es el de Pedro Urraca, policía agregado en la embajada española ante el gobierno de Vichy, agente de la Gestapo que detuvo a Lluís Companys y a Julián Zugazagoitia, «que cobraba a los judíos por facilitarles la huida de Francia para entregarlos en España a la Gestapo.