HACIA UN “TSUNAMI” DE INTOLERANCIA
Diarío Vasco. No necesitamos una bola de cristal para adivinar en el horizonte el despliegue de un gran tsunami mundializado de intolerancias que ya alcanza a muchos países, evidenciándose en Europa y con una posible concreción episódica en las próximas elecciones europeas. La globalización sin derechos humanos, una política migratoria que no ha contemplado elementos como el desarrollo social de los países de origen, la explotación colonial y sus guerras, el control de flujos migratorios y vías seguras, ordenadas e integración con medidas contra la xenofobia, la corrupción en la gestión institucional, unas redes sociales e internet que acumulan basura y odio, como así denunció la Comisaria de Justicia de la Unión, la debilidad de la sociedad civil y la manipulación populista por nacionalismos y extremismos de diverso tipo, parecen a la espera de un contexto de crisis o “turbulencias” económicas para destrozar lo conseguido, cuando celebramos los 70 años de Derechos Humanos y 40 de Constitución.
La intensificación de actos de intolerancia junto a la emergencia de discursos de odio lo evidencia. No van a desaparecer los crímenes de odio, actos de terrorismo, xenofobia, provocaciones del nacionalismo agresivo, hechos de racismo, antisemitismo, islamofobia e intolerancia religiosa, fanatismos integristas e identitarios, actos de exclusión y discriminación perpetrados contra minorías nacionales, étnicas y lingüísticas o contra personas por su orientación sexual e identidad de género, violencia hacia mujeres, discapacitados o personas de más edad, hacia grupos vulnerables de la sociedad, hacia “los otros” construidos en chivos expiatorios, personas diferentes a estigmatizar, incluso hacia quienes ejercen su derecho de libre opinión y expresión o defienden la universalidad de los derechos humanos, en un contexto de polarización y radicalización extremista que amenaza la convivencia en paz y la democracia, en el plano nacional e internacional. Estamos ante la mundialización de la intolerancia evidenciada por sus frutos. Y en España, el secesionismo en Cataluña o los problemas de gestión de fronteras con la inmigración irregular, entre otros factores, están posibilitando esos procesos de radicalización extremista desde diferentes vectores, a derecha e izquierda o desde nacionalismos agresivos, que proyectan horizontes inciertos, enfrentados y excluyentes..
¿Y qué debemos hacer? Ni vale la indiferencia hacia los hechos de intolerancia, ni ahondar en actitudes de radicalización que los precipiten. Es momento de reformas y honesta gestión de problemas, de construcción de diques y antivirus frente a todo populismo y nacionalismo que atente a las libertades y derechos universales. Si ha de reformarse la Constitución hágase respetando la legalidad democrática y los valores constitucionales, con consenso y sin unilateralismo secesionista, lo que exige firmeza democrática. En inmigración, hay que ir al Pacto de Marrakech recién firmado, donde no cabe ni la xenofobia, ni la insensatez de acciones que llaman a “minar fronteras” obviando apuntar a los problemas en origen donde muchos son guerras por intereses económicos. En cuanto a diques, hay que impedir el discurso de odio que nos enfrenta y su corolario, los delitos de odio, y hay que hacerlo desde un triple reproche, el social evitando seguidismos de intolerancia, el administrativo como ya sea hace en el futbol, con sanciones económicas a las ofensas y el penal, universalizando el castigo a los delitos de odio. Y como medida imprescindible, educar para la Tolerancia y los derechos humanos, acorde con el art. 10 de la constitución. Son condiciones necesarias, no suficientes, sobre las que construir un pacto de estado, dejando el resto al aporte de cada perspectiva política.
Otro apunte para un debate que debe de preocuparnos: la “libertad de expresión no ha de ser confundida con la libertad de agresión” y menos invocarla, sin límites, desde los derechos humanos que precisamente niegan esa ausencia de límites. El discurso de odio es habitual en tiempos de turbación, lo que lleva a preguntarse si hay quien quiere ubicarnos en un “todos contra todos” para asegurar su poder oligárquico; si hay quien quiere instalar un “vale todo” que concreta la ruptura ética por alcanzar poder; si hay quien quiere alimentar un clima del “miedo al otro”, al diferente, el miedo a la agresión imaginaria, el miedo a la libertad, a la igual dignidad y derechos de las personas, a quien no queremos conocer porque ello nos reclama responsabilidad y fraternidad. Es ahí donde crece el odio y si se le añade un quantum de estigma, un poco de ideología y un mucho de fanatismo exacerbado con propaganda, tenemos una bomba más potente que la nuclear como nos recuerdan el Holocausto y otros genocidios cometidos por los “humanos”.No permitamos falsear la realidad, no banalicemos el mal, no consintamos el abuso de derecho que viene a considerar que “nada es para tanto” o que es “censura” limitar el discurso de odio que se socava y barre la democracia, mata la concordia, la tolerancia y destruye la convivencia y la paz.