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Herederos de la violencia en la universidad vasca

Fuente: El País
Fecha: 03/04/2017

Jóvenes antisistema, con actuaciones similiares a la kale borroka, han sometido a la UPV a una sucesión de sabotajes y ataques en los últimos meses

«Pensamos de manera gratuita que cuando el comandante manda parar, la gente para. Pero no es así». Antonio Rivera, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU), opina que aún perviven «tics de antaño» que explican la sucesión de sabotajes y ataques perpetrados contra la universidad pública vasca. Son ramalazos, sostiene el profesor, de «la vieja tradición abertzale del rompecascos» que se resiste a pasar página y se empecina en «seguir jugueteando con la violencia». ETA (el comandante) mandó parar hace cinco años y medio, pero un grupúsculo estudiantil ha mantenido encendida la llama violenta todo este tiempo, sin reparar en que su estrategia de «quemar y romper» está obsoleta. Es el Erasmus revolucionario de la UPV.

Los que camuflan su rostro con capuchas y bragas de cuello para asaltar el orden universitario, al estilo de la kale borroka del pasado, han destrozado contenedores de basura, quemado un autobús urbano, increpado y lanzado piedras, botellas y cohetes a la policía vasca… Por lo general, quienes encabezan las algaradas son jóvenes que no han vivido la cultura de la violencia, pues la mayoría tenía menos de 15 años cuando ETA puso fin a su actividad armada. Enarbolan causas antisistema, en defensa de la clase obrera o contra la burguesía capitalista para comportarse de un modo semejante a cuando la kale borroka se justificaba con «el manto sagrado de la patria», dice Rivera. Y sentencia: «El problema es que quien mandó parar no tiene la intención de cuestionar estas prácticas violentas».

A finales de febrero, unos 200 alumnos se atrincheraron en el tejado de la Escuela de Ingenieros de Bilbao, poniendo en riesgo sus vidas; hace 15 días, en Vitoria, encapuchados lanzaron pintura, excrementos y orines en el decanato de la Facultad de Letras, y otro grupo de radicales arrojó un artefacto incendiario cuya deflagración provocó daños en el tímpano a una trabajadora de la universidad. Son algunas de las escenas violentas que vienen alterando la actividad académica.

Son un grupo muy reducido de personas que tienen establecida su base de operaciones en la Facultad de Letras de Vitoria y en el campus de Leioa (Bizkaia), según fuentes del Departamento de Seguridad. Son pocos pero muy activos, en opinión de la institución académica. Estos beligerantes estudiantes le colocaron la mordaza a la actual rectora de la UPV, Nekane Balluerka, e impidieron en noviembre pasado que presentase en una sede universitaria su plan de actuación. Pudo hacerlo pocos días después en el paraninfo de Leioa pero protegida por tres furgonetas y varias patrullas de a Ertzaintza.

El día de las elecciones a rector, el boicot a Balluerka, única candidata al cargo, fue a más cuando grupos de violentos trataron de tomar al asalto la sede del rectorado, en Leioa. Aquel 25 de noviembre, tres autobuses llegados de Gernika con estudiantes de secundaria, menores de edad, se sumaron a la jornada de lucha y actuaron como refuerzo de los universitarios protestantes que querían dinamitar las votaciones. En las urnas, Balluerka obtuvo el respaldo de la mayoría de los alumnos. Sin embargo, el problema sigue sin estar desactivado.

«El halo y el mito de la violencia no se ha desmontado todavía. Los autores de esos comportamientos aún siguen pensando que se puede hacer daño por un ideal que lo justifica», afirma Rivera. Cuando este historiador ejerció como vicerrector del campus de Álava entre 1997 y 2004 se dio la consigna de «retirar a diario todas las pancartas que se colocaban en la verja de la universidad», porque «el escenario público es de todos». «Aquel combate diario desapareció y, cuando se baja la guardia, aparece de nuevo el problema», añade.

Profesorado

Los profesores de la UPV que en los tiempos más crueles del terrorismo de ETA fueron señalados, algunos atacados, por la banda y sus seguidores se vieron forzados a dejar de impartir clases en la universidad vasca. Eso ya es historia, pero el filósofo Fernando Savater sostiene que todavía no se ha reparado aquella injusticia: «Aún estamos esperando que se les rinda oficialmente el reconocimiento debido, no por lo que padecieron sino por lo que lucharon». Reclama una reparación para «profesores decentes que salvaron el honor universitario de un centro de estudios sumiso ante los matones del separatismo».

Los docentes han dejado de estar en el punto de mira de los violentos. No son un objetivo directo, pero siguen sufriendo las consecuencias del rebrote violento instalado al lado de las aulas. «La capacidad de hacer comunidad defensiva frente a estos actos es muy difícil», reconoce Rivera, quien echa en falta «un mayor grado de convicción democrática», o citando al fallecido Mario Onaindía: «No tenemos que recuperar la paz, sino la libertad».

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