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Historia de los zoológicos humanos: horror racista en la Europa de finales del siglo XIX

El Confidencial.- Hubo un tiempo no muy lejano en que las principales potencias occidentales organizaban espectáculos en los que presentaban a indígenas como si fueran criaturas no humanas. Hoy, repasamos esta horripilante práctica

Noviembre de 2014, barrio de Saint Dennis, París. Una turba de gente protesta a las puertas del teatro municipal. En sus interiores, se alberga una colección artística un tanto peculiar, difícil de asimilar desde el punto de vista humano. Hombres y mujeres de distintas etnias, algunos totalmente desnudos, posan como si fueran piezas de un museo. Muchos van amordazados y atados, como si fueran criaturas salvajes. A la hora de hacer la vistia, se exige una entrada escalonada de uno en uno y en riguroso silencio. No es para menos, esta polémica exposición que ya fue censurada y cancelada en Londres el año anterior, traía de vuelta al siglo XXI uno de los mayores horrores de la historia reciente: los zoológicos humanos, presentes en las principales capitales europeas hace no tanto tiempo.

Su autor, Brett Bailey, blanco de origen sudafricano, no buscaba la apología de esta práctica inhumana, sino la denuncia a través de la representación fidedigna de tan crueles espectáculos. «La exposición iba dirigida a los antiguos pueblos colonizadores que perpetúan la dominación y la violencia en la era poscolonial, y ponía de manifiesto la pervivencia de las estructuras mentales y sociales heredadas del colonialismo», escribe Gisèle Sapiro, en su libro ¿Se puede separar la obra del autor? Censura, cancelación y derecho al error (Clave Intelectual, 2021). «Las protestas permitieron, sin embargo, reformular el punto de vista de los grupos racializados, objetualizados por esa reconstrucción que en realidad se vive como una reificación y la experiencia negativa de la puesta en escena, que recuerda las condiciones sociales de desigualdad en el acceso al discurso público y a la escena artística».

En efecto, muchas veces no hace falta calcar ni reproducir una crueldad para denunciarla. Sin embargo, la exposición de Bailey sirvió para recordar a una sociedad occidental dormida que hasta hace no mucho tiempo había una industria cultural dominante que llenaba sus teatros y museos de personas traídas de países exóticos de todas las partes del globo para que el público las contemplara como si fueran animales. Hablamos de finales del siglo XIX y principios del XX. Una práctica que, por fortuna, terminó cerca de la Primera Guerra Mundial, pero que por desgracia todavía resuena en la memoria colectiva olvidada de todos estas minorías étnicas. No es casualidad que una de las salas de tan polémica exposición se llamara «objetos perdidos» y la protagonizaran personas demandantes de asilo, una cruel estampa de la inmigración ilegal que tanto abunda en nuestros tiempos.

¿Qué eran esos zoológicos humanos? ¿Cuánto tiempo estuvieron abiertos? Como decíamos, tienen su apogeo en la época colonial de las potencias europeas al inicio de la Edad Contemporánea, pero su origen viene de muy lejos. Se cuenta, por ejemplo, que el cardenal florentino Hipólito de Médicis tenía una ‘colección’ de personas de diferentes etnias. En sus dependencias, decían que se hablaba hasta más de 20 lenguas, entre ellas las de los tártaros, indios, turcos o africanos. La captura de seres humanos para su exhibición pública, sin embargo, tendría su cénit con una mujer llamada Sara Baartman.

La Venus de Hotentote

Era 1810 y, en el escenario del Egyptian Hall de la emblemática plaza londinense de Picadilly Circus, una mujer negra prácticamente desnuda aguantaba las miradas irrepestuosas de una gran multitud de blancos. Algunos de ellos pagaban más para tocar sus piernas, catalogadas como «nalgas de mandril» por los gerentes de la exposición. Nació en 1789, en Cabo Oriental, una provincia de Sudáfrica (que por aquel entonces no existía) y pertenecía a la tribu de los Khoikhoi, dedicada al pastorero. Los colonos holandeses la secuestraron después de asesinar a su marido cuando tan solo tenía 16 años y fue vendida a un comerciante que se la llevó a la Ciudad del Cabo.

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Ilustración de Sara Baartman, la Venus de Hotentote. (Wikimedia Commons)

A los pocos años, y después de maltratarla y obligarla a realizar trabajos domésticos, un cirujano inglés llamado William Dunlop hizo un trato con su inicial captor con el objetivo de exhibirla en Londres. Baartman llegó a la capital británica y se hizo muy famosa, siendo presentada entre animales exóticos, enanos y hombres esqueleto, como relata el diario argentino ClarínDe esta forma se ganó el mote de la Venus de Hotentote, que usaban los colonos holandeses para llamar a su tribu, los Khoikhoi. Para entonces, en Inglaterra ya se había abolido el tráfico de esclavos, pero no la propia esclavitud.

Debido a la presión social que comenzaba a despuntar contra esta práctica en Gran Bretaña, Baartman fue trasladada a París, donde empezó a ser el divertimento de la alta sociedad burguesa de la época. Es en este punto cuando por primera vez en la historia se habla de racismo científico. Un hombre de ciencias, llamado George Cuvier, famoso por ser el cirujano de Napoleón, convenció a sus colegas de distintas disciplinas (anatomistas, fisiólogos y zoólogos) para estudiar su cuerpo. La obligaban a desnudarse por completo y oscultaban cada centímetro de su piel en nombre de la ciencia. La conclusión de Cuvier fue que Baartman era un cruce entre un animal y un ser humano.

Su historia, desgraciadamente, se suma a la de muchos otros que fueron torturados objetivizados, esclavizados y, en resumen, analizados como si no fueran seres humanos. En 1994, la Sudáfrica de Nelson Mandela pidió que sus restos fueran traídos de vuelta a Sudáfrica, un proceso que se demoró hasta ocho años más. Finalmente, en 2002, el gobierno francés permitió que lo que quedaba de Baartman regresara a Cabo Oriental, su lugar de origen, y en una colina la enterró junto a un monumento en su recuerdo.

Los zoológicos de Carl Hagenbeck

Pasaron los años, y la historia de los zoológicos humanos nos lleva esta vez a un nombre propio: Carl Hagenbeck, un zoólogo y director de circo alemán que explotó a lo largo de toda Europa a un sinfín de personas de distintas etnias para gusto de los occidentales. Es en 1874 cuando comienza a exponer seres humanos de Laponia y Samoa, a quienes vestía según los códigos de su tribu y colocaba junto a arpones y trineos.

Este personaje encomendaba la misión a distintos colaboradores de secuestrar a personas de zonas remotas del mundo, desde esquimales a africanos de la nación de Nuba, hoy conocida como Sudán del Sur. Según un artículo de la BBC, la audiencia a sus espectáculos en 1877 llegaba al millón. En el Jardin zooligue d’aclimatation, presentó a 30 etnias distintas y, al año siguiente, en la Exposición Universal de París dirigió la exhibición de seres humanos traídos de las colonias de Senegal, Tonkin y Tahití. En 1989, con motivo de la Feria Mundial, expuso a 400 indígenas javaneses a los que obligaba a interpretar sus músicas tradicionales. Un espectáculo al que acudiría el célebre músico Claude Debussy, que quedaría impresionado. Ese mismo año, otros once nativos del pueblo Selk’nam u Oma fueron traídos a Europa para ser también exhibidos. La mayoría de ellos morían antes de llegar a su destino.

El declive de los zoológicos humanos

A comienzos del siglo XX, las exposiciones de seres humanos llenaban los museos y teatros de París, Varsovia, Milán o Barcelona. Estaba tan aceptado que había indígenas en cualquier museo o institución cultural, normalmente encarcelados y desnudos. En la Exposición Colonial de París de 1931 asistieron 34 millones de personas en solo seis meses. Por estas fechas, la Liga Contra el Imperialismo, una filial de la Internacional Comunista, empezó a organizar charlas en las que denunciaba los horribles crímenes humanos que se producían en las colonias europeas, por lo que la sociedad empieza a ser consciente de las crueldades que se estaban cometiendo contra estos pueblos indígenas, ya no solo en las propias expediciones, sino ante el aparentemente inocente hecho de pagar una entrada para asistir a uno de estos horripilantes espectáculos.

Se calcula que unas 35.000 personas fueron exhibidas a lo largo de todos estos años. El último zoológico de seres humanos tuvo lugar en Bruselas, durante la Exposición Internacional y Universal de 1958. Finalmente, las razones que llevaron a su desaparición no fueron éticas, como apunta el diario británico, sino porque «aparecieron nuevas formas de entretenimiento y la gente sencillamente dejó de interesarse». A día de hoy, sería imposible explicar el racismo que todavía impera en la sociedad sin repasar estos episodios negros de la historia. Y, en todo caso, celebrar que una exposición como la de Bailey ya no tiene cabida en nuestro mundo.

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