Inti Watana: un grupo de artesanas se une contra el machismo y la pobreza de su comunidad en Argentina
En el norte argentino, un grupo de mujeres tejedoras se ha organizado para salir adelante y convertirse en una red de apoyo para sus vecinas contra la violencia machista o la falta de educación sexual
«Nos sentamos a cocinar, empezamos a hablar de las verduras y terminamos hablando de nosotras, de los anticonceptivos y de la violencia», dice una de ellas
Las mujeres han recibido formación en los últimos meses y ahora buscan llegar a más compañeras y poder impulsar políticas locales por la igualdad de género
En Huacalera, un pueblo de Jujuy, provincia de Argentina que hace frontera con Bolivia, viven 767 personas. Sus calles no están asfaltadas, pero está comunicado por la ruta 40, que cruza el país y sus lugares más turísticos. Pasan autobuses cada dos horas, el pasaje cuesta 20 pesos (unos 50 céntimos de euro) y está al lado de Tilcara, centro del turismo mochilero de la Quebrada de Humahuaca.
Solo hay una diferencia de 15 minutos entre Tilcara y Huacalera, pero al bajar del colectivo [autobús], lo primero que desaparece es la señal del móvil. Lejos del wifi, los restaurantes veganos y los bares de fiesta, la conexión, la electricidad y el agua corriente llegaron hace pocos meses a algunas de las zonas del pueblo.
Inti Watana es un pequeño barrio de Huacalera. Es, también, el nombre que adoptó un grupo de mujeres que se reúne tres veces a la semana para recuperar la tradición que sus antepasados transmitieron de generación en generación. Aprenden a tejer junto a Verónica Cruz, la más mayor de todas y la que mejor conoce las técnicas. Lo hacen en telar de pedales, una técnica muy antigua en la que parte del telar se ata a la cintura y la otra, al suelo con un clavo. Con la lana de llama y oveja que compran en los pueblos de alrededor tejen juntas mantas, ponchos, polainas y calcetines gruesos.
Ahora se reúnen en la casa de una de ellas, un pequeño espacio que hace de taller, almacén y tienda. Conforme van llegando, cada una se sienta en su lugar, unas se encargan del hilado, otras tejen a dos agujas, otras hacen los motivos en los bastidores para luego juntarlas para los tradicionales ponchos. Tejer les permite salir adelante y ser económicamente independientes, pero también genera la situación de confianza que muchas necesitan. Con el tiempo, las artesanas han decidido convertirse en un grupo de apoyo para otras mujeres del barrio.
«El grupo salió de nuestra propia iniciativa, no contábamos con el apoyo de nadie», comenta Estela, una enfermera de 32 años. Asegura que cuando terminó los estudios, no logró encontrar trabajo. Decidió unirse a las vecinas del barrio para aprender las técnicas y poder trabajar. «Aquí no solo nos juntamos a tejer, entre nosotras hemos creado una red de apoyo para las mujeres del barrio, hemos aprendido mucho juntas», explica.
De tejedoras a activistas contra la violencia machista
Estela es madre de dos niñas, la primera la tuvo con 19 años. En la región, muchas mujeres se quedan embarazadas siendo adolescentes y la gran mayoría no están casadas. Su solución es esconderse, muchas se fajan para que no se les note y otras se quedan en casa para evitar ser vistas. «Mi primer embarazo lo viví avergonzada, sin saber mucho sobre lo que estaba pasando, después de los cursos a los que asistimos aprendimos que el embarazo no es algo malo», afirma la joven jujeña. Tampoco pueden planificar sus embarazos por la falta de acceso a métodos anticonceptivos. «El problema es la falta de educación sexual», cuenta Estela. «Acá estos temas no se tratan, el machismo, la violencia de género, son naturales».
Hace unos meses, las mujeres de Inti Watana, que significa ‘atada al sol’, acudieron a un taller contra la violencia de género que organiza la Secretaria de Paridad y Género del gobierno de la provincia. «Al principio nadie hablaba en el curso, acá si te pegan te escondes o no denuncias, es ‘lo normal», comenta Elena, una de las más jóvenes del grupo.
«En el curso teníamos miedo a hablar. Muchas lloraban, otras se soltaban y empezaban. Nosotras tratábamos de acompañar», cuenta María, hermana mayor de Estela. A partir de ese día ha intentado hablar con las mujeres del barrio. Pero no es fácil. Los maridos, dice, no le dejan entrar en las casas. Si las mujeres salen mucho tiempo empiezan los celos y las preguntas, según explica. Para evitarlo, su estrategia pasa por hablar con ellas a través de actividades cotidianas, como cocinar juntas.
«Nos sentamos a cocinar en su casa y poco a poco empezamos a hablar de las verduras y terminamos hablando de nosotras, de los embarazos, de los anticonceptivos y, sobre todo, de la violencia», comenta María. También es enfermera y utiliza esos conocimientos en las charlas cotidianas con las mujeres del barrio de Inti Watana. También, intentan que vengan a tejer con ellas. «Hay que llegar a ellas poco a poco, que hagan cosas, que no se queden en casa. Aprovechamos las fiestas para juntarnos todas y charlar».
Aunque Jujuy es la provincia con más Centros de Atención de la Violencia de Género, para las mujeres de Huacalera el más cercano está en Humahuaca, a unos 28 kilómetros de distancia. Pero la dificultad no está solo la distancia. Las mujeres de Inti Watana saben que la violencia de género existe en el barrio pero las complicaciones para denunciar son múltiples. «Lo primero es que si te golpean no avisas. La solución es esconderse y taparse los moretones. A veces cuando avisas la Policía te dice que ‘algo habrás hecho», comenta Estela.
Desde la Secretaría de Paridad y Género de la provincia explican que han desarrollado un plan de prevención de la violencia que incluye capacitaciones dirigidas a agentes de la Policía que trabajan en la calle. «Es muy complejo porque hay que trabajar una estructura que viene de hace muchos años, de disciplina y autoridad, entonces lo que intentamos es desnaturalizar lo que han aprendido y buscamos la sensibilización con las víctimas», apunta Soledad Sapag, directora de la secretaría.
Las Inti Watana han creado un movimiento comunitario que busca llegar a más mujeres y convertirse en impulsoras de políticas y ayudas locales contra la violencia machista. «El trabajo consiste en este proceso de acercarse, ver cómo se visualiza la situación de igualdad género en los diferentes municipios de la provincia y desde ahí crear estrategias de trabajo conjunto porque no nos sirven políticas ‘enlatadas’ debido a la diversidad cultural de la provincia», sostiene, por su parte, Sapag.
«Vinieron a por mí y ahora mi vida es mucho más fácil»
El grupo se ha ido ampliando con los meses y las artesanas han construido un centro justo enfrente de su taller para poder realizar allí actividades culturales. El centro lo han construido ellas, porque, dicen, «los hombres que trabajan en la construcción no han querido participar». Las mujeres del pueblo se encargan principalmente de las labores de cuidados. Pocas trabajan fuera de casa, como ellas. La mano de obra es masculina, trabajan en invierno en la construcción y en verano en la cosecha. «No ven bien que las mujeres trabajemos», comenta María Cruz, hermana mayor de Estela.
Aseguran que están solas en aquella región alejada de los focos de atención de Buenos Aires, donde las noticias no llegan. «No tenemos casi información, los anticonceptivos raramente llegan, los adolescentes no saben nada sobre ellos y los hombres no forman parte de lo que hacemos, no vienen a nada ni lo aprueban», reitera María. ¿Cómo se vivió aquí el movimiento por la despenalización del aborto? Ellas responden con contundencia: «Acá ni se sintió el movimiento porque la gente está preocupada por comer».
Luchan contra el machismo que las rodea, pero reconocen los obstáculos que tienen en contra: las mujeres en el pueblo tienen pocas salidas, hay muy poco trabajo y, por tanto, poca libertad para decidir. Muchas tienen familias numerosas y una situación económica muy precaria. Las pocas que encuentran trabajo es en la venta ambulante en los centros turísticos, pero Huacalera no lo es, así que tienen que desplazarse a los pueblos de los alrededores.
«Tejer es algo innato», dicen. Y los hijos de algunas corretean por el taller mientras ellas beben apí caliente (elaborado con maíz), que ayuda a sobrellevar la caída del sol y el frío desértico que llega a la habitación. «Fue lindo, porque, como dicen acá, te abren la cabeza. Yo estaba encerrada con los chicos en casa antes de conocerlas. Ellas vinieron a por mí y ahora mi vida es mucho más fácil», comenta Elena.
Esta periodista les muestra un artículo en Internet que cuenta sus actividades. Ven su fotografía y el titular: «Mujeres emprendedoras». No dejan de repetirlo, entre ellas se miran y sonríen. Se vuelve a oír la frase entre susurros y medias sonrisas: «Mujeres emprendedoras».