Ir a la facultad en silla de ruedas: ¿está la universidad preparada?
Vanguardia.- Dos hermanas con la misma discapacidad nos cuentan su experiencia
El primer día de universidad nunca es fácil. ¿Me haré un lío con los horarios? ¿Solucionaré el problema con la matrícula? Si a ello le sumamos que vas en silla de ruedas y necesitas ayuda para quitarte la chaqueta y sacar el portátil de la mochila, todo se complica. “Iba con miedo, no sabía cómo reaccionaría la gente al pedirle que me echara una mano. Pero mis compañeros de clase se portaron de 10 desde el primer momento; luego ya me ayudaban por inercia”. Bea Calvo tiene 23 años y una miopatía congénita, una enfermedad rara que le roba la fuerza de los músculos hasta el 94 % de discapacidad. La fuerza de voluntad la tiene intacta.
Encontrar universidad no fue fácil. Al final dio con la Universidad Pompeu Fabra por recomendación de un familiar. Pero estaba a 60 km de casa. Tampoco eso era un problema: buscó un piso de estudiantes y se marchó a Barcelona con su asistenta personal, que la acompaña siempre, a empezar una nueva aventura como futura bióloga. “En la facultad descubrí que había un departamento de inclusión para los estudiantes con discapacidad. Me reuní con Mireia Oliver, su responsable, antes de empezar el curso, para transmitirle mis necesidades: una mesa adaptada, un ordenador y más tiempo para los exámenes, o elementos de adaptación para el cuarto de baño”.
“El caso de Bea supuso un reto porque no era nada fácil; su predisposición para sugerirnos cambios hasta nos hizo mejorar el servicio que ofrece el departamento tras su paso por la universidad”, explica Mireia. Gracias a Bea, hoy la facultad ofrece la figura del asistente para alumnos con necesidades. Un estudiante contratado que los atiende en momentos puntuales, como al llegar a clase para que estén cómodos; les calienta la comida en el microondas o los acompaña a la biblioteca para alcanzarles los libros de los estantes.
Quien sí se benefició de un asistente fue Isa, hermana menor de Bea: “Me hubiera sentido culpable pidiendo favores constantemente a mis compañeros. La experiencia con los asistentes fue tan buena que incluso yo acabé dando ese apoyo a un estudiante con discapacidad cognitiva”. Isa nació un año y medio después que Bea, con su misma discapacidad, con algunas variaciones. También quiso estudiar una carrera presencial. La mejor opción la encontró en la Universidad de Girona, también lejos de casa. También por eso se instaló en un piso de estudiantes para materializar su sueño: estudiar Psicología. “Con la barrera de ‘esto es imposible’, no haríamos nada”.
Quien sí se benefició de un asistente fue Isa, hermana menor de Bea: “Me hubiera sentido culpable pidiendo favores constantemente a mis compañeros. La experiencia con los asistentes fue tan buena que incluso yo acabé dando ese apoyo a un estudiante con discapacidad cognitiva”. Isa nació un año y medio después que Bea, con su misma discapacidad, con algunas variaciones. También quiso estudiar una carrera presencial. La mejor opción la encontró en la Universidad de Girona, también lejos de casa. También por eso se instaló en un piso de estudiantes para materializar su sueño: estudiar Psicología. “Con la barrera de ‘esto es imposible’, no haríamos nada”.
Las becas a la discapacidad pueden cubrir material, transporte, matrícula y tasas universitarias, incluso la estancia. Pero depende de cada comunidad autónoma y, a su vez, de cada centro. También hay becas otorgadas que dependen del Ministerio de Educación y Cultura y otras sufragadas por instituciones privadas. Bea e Isa se han beneficiado de este último tipo de becas privadas.
Según el Libro Blanco de la Universidad y Discapacidad del Ministerio de Trabajo, los servicios de apoyo e inclusión son algo heterogéneos en cada universidad. Algunas los tienen ya consolidados; otras, incipientes. Así, las competencias y peso del guía (u orientador), como Mireia, dependen de cada centro. Igual que las del tutor académico, que asesora al estudiante en cuestiones docentes. Y el asistente no existe en todas partes por una cuestión de recursos.
¿Está la universidad preparada para la inclusión?
Entre 2007 y 2014 el número total de universitarios con discapacidad se triplicó, pero ahora está estancado. Este alumnado supone un 1,5 % del total de estudiantes. Más de la mitad estudia presencialmente. La valoración del servicio al discapacitado es “buena” o “muy buena”, según un estudio de Fundación Universia. El problema está en la permanencia en el campus, que disminuye según aumenta el nivel de estudios: hay más estudiantes en el grado, menos en los posgrados y menos aún en el doctorado (IV estudio Universidad y Discapacidad de Fundación Universia, con la colaboración del Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI), Fundación ONCE, el Real Patronato sobre Discapacidad y la colaboración de la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE).
Los estudiantes reivindican mejores instalaciones, más flexibilidad en las prácticas en empresas y más información para facilitar su entrada al mercado laboral, según el estudio de Fundación Universia, fundación impulsada por Banco Santander que colabora con las universidades desde 2007 para promover la inclusión académica y laboral de los alumnos con discapacidad. Acaba de poner en marcha la campaña #SOMOS para concienciar de la necesidad de una educación superior inclusiva.
Hoy Bea ya es bióloga (se sacó la carrera con muy buenas notas) y está estudiando un máster. Su próximo objetivo es hacer el Doctorado en Biomedicina para investigar enfermedades genéticas como la suya y de su hermana. Isa acaba este año Psicología y también quiere hacer un máster. Luego, seguramente, montar una consulta propia. Los fines de semana vuelven a Calella, donde viven con sus padres. Orgullosos es poco. “Las cosas difíciles requieren un largo tiempo; las imposibles, un poco más”. (André A. Jackson).