La covid-19 y el incremento del antisemitismo
El País.- El extremismo reivindica teorías disparatadas en búsqueda de culpables por la crisis sanitaria
Como si no fueran suficientes las dramáticas dislocaciones y repercusiones políticas, socioeconómicas y sicológicas –a nivel colectivo e individual– causadas por la covid-19, los meses de aislamiento y de conexión obsesiva con los medios sociales han testimoniado el incremento de voces conspiratorias. Estos extremistas, en su discurso febril, reivindican teorías disparatadas de todo tipo tratando de identificar a los culpables de la crisis sanitaria y con ello una supuesta causalidad como bálsamo ante un clima de casi total incertidumbre, satisfaciendo a aquellos que se sienten victimizados de nueva cuenta, ahora por la pandemia.
El uso y abuso de estos argumentos van desde las acusaciones mutuas entre China y Estados Unidos por ser la fuente original del virus, buscando así socavar el poderío del otro, hasta los lamentables ataques verbales y físicos en contra de asiáticos, inmigrantes y todo aquel que dentro del imaginario de sus proponentes sea considerado el enemigo, el otro cuyo objetivo maligno es beneficiarse económica, política o incluso metafísicamente de la desgracia del mundo.
Las manifestaciones en diversas ciudades de Estados Unidos, en contra del mandato de gobernadores que buscan mantener vigente el aislamiento social y a favor de la reapertura precoz de la economía antes de que los indicadores reflejen sensatamente que el índice de infecciones y muertes por el coronavirus ha amainado, atrajeron entre sus adherentes a grupos extremistas con agendas cuestionables incluyendo a supremacistas blancos enarbolando banderas nazis.
El FBI ha advertido que grupos racistas en EE UU están efectivamente atizando las llamas del odio y del prejuicio urgiendo a sus seguidores –de ser infectados– a buscar judíos en sinagogas para contagiarlos con el virus. Esta incitación no ha quedado meramente en lo verbal sino que ya ha conducido a ataques vandálicos contra sinagogas en Alabama y en California, a un año, justamente, del atentado en contra de la sinagoga de Poway (California) que resultó en la muerte de una mujer de 61 años, Lori Gilbert-Kaye. Más allá de las fronteras de Estados Unidos, países como Turquía e Irán han reforzado sus posturas y actitudes permanentemente hostiles hacia los judíos e Israel, y se han sumado al coro de voces internacionales culpándolos por la pandemia.
En internet, este tipo de discurso tóxico se ha incrementado exponencialmente revelando formas novedosas para promoverse, incluyendo lo que hoy se conoce como zoombombing: programas virtuales llevados a cabo por grupos judíos, son interrumpidos por neonazis o supremacistas blancos quienes logran conectarse en forma subrepticia e introducen consignas violentas, pornografía e imágenes ofensivas en las pantallas de los participantes. Las distintas plataformas sociales están tomando ya medidas para combatir y neutralizar este tipo de incidentes peligrosos que atentan contra el derecho a la privacidad y que constituyen una incitación a la violencia, tipificado como un crimen por muchos marcos legales, incluso en EE UU, como en otras partes del mundo.
Todo esto nos remite irremediablemente a sendos capítulos en la historia del mundo en los que la patología social del antisemitismo se avivó significativamente como consecuencia directa de epidemias que resultaran no solo en millones de muertes por infecciones, sino en pogromos en contra de comunidades judías. Ecos de alegatos medievales proliferan en línea: que los judíos enveneraon los pozos de agua, que bregan –en sociedad con Israel– por el control de la economía mundial durante la crisis, que los israelíes ya han producido la vacuna y buscan lucrar con su venta, que el virus es, en efecto, un castigo divino contra los judíos por rechazar a Jesucristo, o que Israel creó el virus como un arma contra los musulmanes e Irán. Mientras más grande la mentira…
No cabe duda de que los paralelos no aplican en cuanto a las respuestas actuales a este tipo de cargos delirantes. En la última década, muchas naciones a lo largo y ancho del planeta –sus Gobiernos y sus sociedades civiles– han tomado al virus del antisemitismo y otros prejuicios con la seriedad que corresponde, implementado acciones para limitar su capacidad de infección. Entre ellos, programas educativos hacia la aceptación del otro, legislación doméstica o regional que identifica al antisemitismo como un crimen que debe de ser abordado con todo el rigor de la ley, el escarnio público a través de contundentes declaraciones de rechazo a todos los niveles, instrumentos multilaterales como la Definición de Antisemitismo del International Holocaust Remembrance Alliance que identifica claramente todas sus fuentes ideológicas y que está siendo adoptada por cada vez más países, o el nombramiento de representantes especiales para monitorear y combatir el antisemitismo en Estados Unidos, Alemania, Francia, y las Naciones Unidas.
Aún nos queda mucho por definir cómo será el mundo una vez que logremos sobrepasar esta crisis global de salud pública y los muchos retos que de ella se han derivado. Entre las lecciones asimiladas debe de seguro contarse con el rechazo absoluto, en toda sociedad y plataforma social y de una vez por todas, a cualquier intento de manipulación del miedo y la incertidumbre por extremistas ideológicos y su búsqueda obsesiva e injustificada de chivos expiatorios que irremediablemente pueden conducir a capítulos de violencia contra minorías y grupos vulnerables.