La epopeya de ser lesbiana en la India
El Mundo.- Ser gay o lesbiana en la India nunca ha sido fácil, a pesar de que referencias mitológicas de la importancia del dios Visnú hayan adoptado forma masculina o femenina según conviniera a cada época. Anahita Sarabhai, fundadora de QueerAbad, una comunidad virtual LGTBQI, dice que no es sencillo vivir al margen de la heterosexualidad en la India, y que es incluso peor para las mujeres. »Las redes sociales y otras plataformas han proporcionado a la comunidad un espacio de debate. Pero eso no quita para que las mujeres tengan que seguir librando batallas a diario», explica.
‘Kyare malishu, have kyare malishu, aavta janmare have pacha malishu» [cuándo nos veremos, cuándo nos volveremos a ver, nos uniremos cuando volvamos a nacer]. A principios de este año, y tras garabatear estas palabras con pintalabios rojo en un plato de poliestireno, Asha Thakor y Bhavna Thakor (aunque compartían apellido no eran familia) saltaron al río Sabarmati en Ahmedabad, en el estado de Gujarat. Entre sus cuerpos, encontrados al día siguiente, se halló también el de la hija de Asha, de tres años. Asha, 30, y Bhavna, 32, se habían conocido hacía menos de un año en la planta de procesado de contrachapado donde trabajaban. Ambas llevaban más de 10 años casadas y cada una tenía dos hijos. ¿Encontraron el amor y la compañía lejos de sus familias? Si bien lo que sucedió es una incógnita, parece claro que, tras dos días de huida, sintieron que el mundo ya no era un lugar seguro para ellas.
El Tribunal Supremo indio anula una ley de época colonial
El doble suicidio de Ahmedabad es un ejemplo del sufrimiento de la comunidad LGTBQI a causa de, entre otras cosas, la sección 377 del código penal indio que hasta ahora criminalizaba los actos homosexuales. La misma que fue tumbada por cinco miembros de la corte suprema el 6 de septiembre. Tras anular esta ley de 160 años de antigüedad, el ministro de Justicia del país, Dipak Misra, afirmó que »la exclusión social y el aislamiento por parte del resto de la población son la dura realidad a la que se enfrentan hoy determinadas personas. Solo el día en que cada una de ellas esté libre de esos grilletes podremos decir que somos una sociedad verdaderamente libre». Otro juez del tribunal, Indu Malhotra, afirmó que «la historia debe una disculpa a los miembros de la comunidad [LGTBQI] por el retraso en garantizar sus derechos».
Tras el anuncio de estas medidas, los activistas se abrazaron y lloraron, y se vivieron escenas de júbilo y alegría junto al edificio del tribunal. Igual que en The Lalit, un hotel de lujo de Delhi cuyo propietario, Keshav Suri, fue uno de los promotores de la demanda contra el Estado por esta ley injusta.
Ashok Row Kavi, activista LGTBQI y fundador del Fondo Humsafar, afirmó que »finalmente se ha hecho justicia. Por fin somos azaad [libres] en la Indostán azaad». Y Ritu Dalmia, famoso chef y otro de los cinco promotores LGTBQI de la campaña, aseguró que la derogación de la ley le había devuelto la esperanza. »Esto ha demostrado que somos una democracia que funciona, donde la libertad de elección, expresión y derechos todavía existe», dijo.
Mientras el partido de la oposición en el Congreso aplaudía la decisión, que considera una victoria para los derechos humanos, el BJP, la formación de centro derecha en el poder, ha guardado un llamativo silencio. Y lo cierto es que, aunque muchas empresas privadas han expresado su solidaridad, la sociedad en su conjunto todavía tardará en aceptar a la comunidad LGTBQI.
Recientemente se vivió una excepción, un extraño caso de justicia pública cuando un homosexual decidió denunciar abiertamente a un ejecutivo senior de una de las empresas más importantes del país, Tech Mahindra. El primero ya había dejado su trabajo, pero utilizó Twitter para dar a conocer el comportamiento homofóbico de su jefe. Reaccionando de manera inusualmente rápida, la compañía lo despidió.
Fin al acoso policial
La decisión del tribunal supremo representa también el fin del acoso policial y de grupos de vigilancia, que afecta especialmente a los miembros de la comunidad LGTBQI que se identifican como mujeres lesbianas o trans. En una sociedad patriarcal donde el control sobre la sexualidad de la mujer es la norma, que una lesbiana reivindique su cuerpo es doblemente difícil, y potencialmente peligroso.
Un proyecto de la ONG India HIV/AIDS Alliance, que atiende a 6.000 transgénero desde seis ubicaciones, ha documentado cerca de 450 casos de violencia y discriminación en dos años. Solo en los que incluían brutalidad física extrema la policía abrió una investigación. En las muchas ocasiones en que estas personas fueron insultadas, objeto de violencia por parte de acosadores, familia o compañeros sentimentales, la policía no actuó porque consideró que se trataba de cosas de la vida.
Sonia, de 33 años, sabe que es lesbiana desde que cumplió los 13. Sus padres no cejaron en llevarla a una doctora tántrica para curarla, explica. Al ver que la terapia no tenía efecto alguno, la encerraron en casa y solo la dejaban salir en compañía de un familiar. Sonia cayó en una depresión y sufrió ataques de pánico. Esto provocó que pasara años yendo de un psicólogo a otro, medicándose, encerrada e incluso maltratada por miembros de su familia.
Cuando finalmente encontró el valor para escapar, llevó el caso a los tribunales con ayuda de Sangini, un grupo de apoyo de Dheli. »Mi familia quería que se me declarara enferma de depresión e incapaz de cuidar de mí misma, pero el tribunal les denegó la custodia», recuerda. Si bien ahora está libre de esa presión, Sonia ha tenido problemas para mantener su trabajo y gestionar sus relaciones. Hoy vive de nuevo con su familia, pero su padre sigue sin dirigirle la palabra.
Un estudio llevado a cabo en 2005 por el Instituto Tata de Ciencias Sociales (TISS) reveló que, cuando las lesbianas expresaban abiertamente su orientación sexual, a menudo eran objeto de reacciones violentas, especialmente por parte de su familia. Incluso en los casos en los que no había violencia, se enfrentaban a la presión del matrimonio, eran obligadas a separarse de sus parejas o a vivir una vida de mentiras y subterfugio.
Desde Mubai, Namrata, activista LGTBQI, siente que incluso en la propia comunidad las mujeres son menos visibles que los hombres. »Para ellos es más fácil salir del armario y expresarse, sea en manifestaciones de protesta o en fiestas gays», afirma esta mujer de 32 años. El pasado abril, un post publicado en Gaysi -punto de encuentro y debate online para homosexuales- por una mujer lesbiana apuntaba que a un hombre gay, aunque a veces se lo vea como ese afeminado estereotipo que la comunidad hetero no toma en serio, sigue siendo «un hombre. Puede elegir y trabajar en lo que quiera para ser económicamente independiente, y acaba saliéndose con la suya solo por ser varón. Para la mayoría de las mujeres de la India, en cambio, esta opción no existe. Desde muy jóvenes se nos dice que el matrimonio y la maternidad serán la cúspide de nuestras vidas. Salir del armario como lesbiana es tremendo para cualquier india; no solo te arriesgas a que tu familia te rechace, sino que también pones en peligro tu seguridad personal», escribe.
Anjali Gopalan, activista por los derechos LGTBQI, señala que «no hay nada que desafíe el patriarcado más que el lesbianismo. Estás diciendo que no necesitas a un hombre. Esto no encaja bien con ellos ni con las mujeres heterosexuales». Y añade que incluso en ese mundo las lesbianas tienen que luchar para ocupar espacios o ser escuchadas.
Dolly Koshy, una profesional del sector de la tecnología informática de Bangalore que se identifica como lesbiana, explica que solo un pequeño porcentaje de las personas gays son capaces de aguantar la presión para casarse que ejerce su entorno. «Aunque los hombres soportan la carga de tener que hacerse cargo de la familia, pueden llegar a llevar una doble vida. Aunque se casen, sus privilegios les permiten tener otras relaciones», afirma. Koshy salió del armario cuando tenía 13 años y sus padres le hicieron leer pasajes de la Biblia para convencerla de que era una pecadora. Con el paso de los años, sin embargo, han cambiado de opinión.
Cuando no existe alternativa, o las que hay son insoportables, el suicidio se convierte en el último recurso. Sonia recuerda los terribles momentos en los que intentó quitarse la vida con una sobredosis de pastillas. »Fue el apoyo de mis amigos lo que me ayudó a no darme por vencida», afirma.
A pesar de su soledad, mantiene la esperanza en una nueva actitud. »La ley ha cambiado. Ahora que la sección 377 ya no existe, la sociedad también cambiará», concluye.