La igualdad en la universidad
Fecha: 08/03/2018
Fuente: Nueva Tribuna
A primera vista, la Universidad Pública debiera ser un espacio igualitario ya que la carrera del personal tanto de administración y servicios (PAS) y como del personal docente e investigador (PDI) están claramente definidas: los modos de acceso, los salarios, las condiciones de trabajo… son públicos y conocidos. Precisamente por eso es un buen laboratorio para analizar aquellas variables no externas que pueden incidir en la igualdad real, como la (in)adecuación de los mecanismos de evaluación para el acceso y promoción a los puestos a la realidad de la mujer o los condicionantes invisibles que aun pudieran condicionar a quienes realizan dichas evaluaciones.
Comencemos diciendo que, afortunadamente, hoy día, el número global de hombres y mujeres en la comunidad universitaria globalmente se ha equilibrado, cuando no inclinado hacia el lado de la mujer. Tomemos como ejemplo la Universidad Complutense de Madrid, la mayor de España, y veamos algunos datos en los diferentes colectivos: en el estudiantado, en el presente curso 2017-18, las mujeres suponen el 61,9% frente al 38,1% de estudiantes varones. En el Personal de Administración y Servicios, las mujeres componen el 75% del cuerpo funcionarial y el 40% del laboral. Y en el profesorado, las mujeres representan ahora mismo el 47% a nivel global, un porcentaje que ha ido mejorando con los años.
También hay cada vez más mujeres ocupando cargos de alta gestión en nuestros campus: gerentes, vicerrectoras, decanas, etc.. Y también hay profesoras que lideran grandes proyectos de investigación con equipos multidisciplinares, como María Goicochea, de la Facultad de Filología, que dirige el proyecto eLite-CM enfocado al tránsito del mundo del libro del formato impreso al digital y la formación de e-lectores y e-escritores o como María Vallet, catedrática de Química Inorgánica que ha conseguido una prestigiosa Advanced Grant del European Research Council, con el proyecto VERDI dirigido al estudio de tratamientos de enfermedades óseas (infecciones, cáncer, osteoporosis) basados e nanopartículas y biomateriales.
Sin embargo, un análisis más fino nos revela más cosas de las que observamos a primera vista. Para empezar, la mucho mayor proporción de mujeres entre el PAS que entre el PDI de la universidad. Por otra parte, las estudiantes no se reparten, ni mucho menos, de forma equilibrada entre los diversos estudios, encontrándonos con carreras casi totalmente feminizadas, mientras que el número de mujeres estudiantes es mucho más bajo que el de los varones en otras como Informática o Física. También hay muchas más profesoras en facultades como Farmacia, Trabajo Social, Enfermería, Psicología, Educación… En el profesorado menor de 35 años, las mujeres suponen un 56% de la plantilla, y el 51% de los docentes hasta los 45 años. Sin embargo el número de mujeres catedráticas se mantiene en el 30%, aunque debemos señalar, también, que este dato era mucho peor hace tan sólo unos años. Todo esto son, sin duda, restos de una desigualdad pasada que va corrigiéndose paulatinamente, pero también pueden ser señales de que, todavía hoy, las mujeres no acceden a los puestos más altos de la carrera académica, la famosa gráfica de tijera.
Aunque afortunadamente los estereotipos van desapareciendo, algunos continúan firmemente arraigados en el imaginario colectivo, formando parte de las barreras “invisibles” para la igualdad plena. Hasta hace poco, muchos hombres eran coartados de poder estudiar titulaciones de humanidades o asistenciales, por estar asociadas con un rol netamente femenino. Las mujeres siguen representando socialmente la estabilidad, «el ancla» de la familia. Siempre han tenido que ser las que se hicieran cargo de los cuidados, de los enfermos, de los mayores, de los niños, de todo lo que tuviera que ver con los sentimientos. Las mujeres han tenido que ser las que se ocuparan de todos los demás a su alrededor…
Esto está directamente relacionado con la dificultad de conciliar para una persona en formación, o para una persona que intenta acceder a una plaza con contrato indefinido, su vida personal con su vida laboral. ¿Cuántas mujeres deciden no incorporarse al mundo universitario una vez finalizada su tesis doctoral? ¿Cuántas mujeres tienen que elegir entre poder tener una familia o su carrera docente e investigadora o estudiar una oposición? Las profesoras nos comentan que, en las Facultades, apenas hay mujeres menores de 45 años que tengan hijos. A las dificultades ordinarias para «luchar» por una plaza en la universidad pública, derivadas por ejemplo de la infrafinanciación estructural, las mujeres añaden la dificultad de que a menudo les supone la renuncia a facetas muy importantes de su vida personal. Cada vez cobra más importancia el curriculum inmediato, lo que cada vez hace más difícil cualquier paréntesis en el mismo.
Es cierto que no podemos decir que hay brecha salarial entre hombres y mujeres en la universidad, pero también es verdad que no podemos decir tampoco que haya igualdad. La celebración del 8 de marzo es una ocasión única para visibilizar todos estos problemas y luchar para corregirlos. Para comprometernos en hacer de nuestros campus un espacio de respeto y libre de acoso por razón de género u opción sexual. Todavía queda mucho por hacer y el rol de la Universidad es fundamental. El primer paso es tomar conciencia de ello y en eso vamos por el buen camino como indica el elevado grado de implicación de estudiantes y trabajadoras este año. Celebremos el 8 de marzo desde el respeto, la convivencia y la libertad. La causa lo merece.
Carlos Andradas | Rector de la Universidad Complutense