La niña de 10 años que descongeló la Guerra Fría
El Correo.- La estadounidense Samantha Smith escribió una carta al líder soviético y demostró que, más allá de los sistemas políticos, a ambos lados del Telón de Acero había personas con preocupaciones similares
A veces, la inocencia de los niños los lleva a acometer empresas que los adultos consideramos inviables e inútiles… y que en realidad no lo son. A principios de los años 80, aún en plena Guerra Fría, millones de personas a este lado del Telón de Acero (y también al otro) estaban preocupadas por la posibilidad de que se desencadenase un conflicto mundial, pero tuvo que ser una muchacha estadounidense de 10 años, Samantha Smith, la que asumiese la tarea de escribir una carta al líder soviético para aclarar las cosas. Las consecuencias de aquella misiva iban a transformar la vida de Samantha hasta convertirla durante algún tiempo en «la niña más famosa del mundo», tal como resume la web oficial consagrada a su memoria, y también habrían de cambiar la opinión de muchas personas sobre esos millones de seres humanos englobados vagamente como ‘el enemigo’.
«Todo empezó cuando le pregunté a mi madre si iba a haber una guerra. Siempre salían cosas en televisión sobre misiles y bombas nucleares. Una vez vi un programa de ciencia en la tele pública y los científicos decían que una guerra nuclear destrozaría la Tierra y destruiría la atmósfera. Nadie ganaría una guerra nuclear. Recuerdo que me desperté una mañana y me pregunté si iba a ser el último día de la Tierra. Le pregunté a mi madre quién empezaría una guerra y por qué. Ella me mostró una revista con una historia sobre América y Rusia, que tenía en la portada una imagen del nuevo líder ruso, Yuri Andrópov. La leímos juntas. Parecía que la gente, tanto en Rusia como en América, estaba preocupada de que el otro país empezase una guerra nuclear. Todo me parecía muy tonto. Había aprendido sobre las cosas terribles que habían ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, así que pensé que nadie querría nunca otra guerra. Le dije a mamá que debería escribir al señor Andrópov para averiguar quién estaba causando todos estos problemas. Ella me dijo: ‘¿Por qué no le escribes tú?’. Así que lo hice», relató en su momento la resuelta Samantha.
Aquel reportaje de la revista (concretamente, de ‘Time’) estaba muy lejos de ser una rareza, porque la llegada al poder de Andrópov (un hombre de perfil duro, propenso a la eliminación de disidentes y poco amigo de los derechos humanos) había acentuado las tensiones políticas de la época. La pequeña Samantha puso manos a la obra y en noviembre de 1982, desde su hogar de Maine, le remitió al líder comunista el siguiente texto: «Querido señor Andrópov. Me llamo Samantha Smith. Tengo 10 años. Enhorabuena por su nuevo cargo. Estoy preocupada por si Rusia y Estados Unidos van a empezar una guerra nuclear. ¿Usted va a votar a favor de tener una guerra o no? Si no va a hacerlo, por favor, dígame cómo va a ayudar a que no haya una guerra. No tiene por qué contestar a esta pregunta, pero me gustaría que lo hiciese. ¿Por qué quiere conquistar el mundo o, al menos, nuestro país? Dios hizo el mundo para que todos lo compartamos y lo cuidemos, no para luchar por él o para que un grupo de gente lo posea entero. Por favor, hagamos lo que él quería y logremos que todo el mundo sea feliz».
Como la amiga de Tom Sawyer
La carta apareció publicada en ‘Pravda’, el periódico oficial del Partido Comunista, con comentarios del propio Andrópov, pero a Samantha no le hizo nada de gracia que el líder soviético no hubiese respondido directamente, así que dirigió una nueva misiva al embajador soviético en Estados Unidos. Eso puso en marcha los engranajes correspondientes y, el 26 de abril de 1983, recibió por fin en casa la contestación de Andrópov, en ruso y acompañada por la traducción al inglés. «Me parece, puedo decirlo por tu carta, que eres una chica valiente y honesta, parecida a Becky, la amiga de Tom Sawyer en el famoso libro de tu compatriota Mark Twain», elogiaba el secretario general. «Los soviéticos -decía después, entrando ya en materia- sabemos bien lo terrible que es una guerra. Hace 42 años, la Alemania nazi, que pretendía la supremacía sobre el mundo entero, atacó nuestro país, quemó y destruyó muchos miles de nuestros pueblos y aldeas y mató a millones de hombres, mujeres y niños soviéticos. En aquella guerra, que acabó con nuestra victoria, fuimos aliados de Estados Unidos (…). Hoy deseamos vivir en paz, comerciar y cooperar con todos nuestros vecinos en esta tierra, con los que están lejos y los que están cerca, y ciertamente con un gran país como los Estados Unidos de América». Andrópov concluía su mensaje con una inesperada invitación a que Samantha («si tus padres te dejan») visitase la URSS.
Ese verano, la niña voló a Moscú con sus padres y pasó dos semanas en la URSS como invitada de Andrópov, aunque la enfermedad del secretario general (que moriría medio año después) impidió que se llegasen a conocer en persona: solo pudieron hablar por teléfono. Además de la capital, la familia Smith visitó San Petersburgo (entonces Leningrado) y el campamento juvenil de Artek, en Crimea, donde compartió estancia con decenas de niños soviéticos. «Los rusos son iguales que nosotros», resumió Samantha en una rueda de prensa en Moscú. A su regreso a Estados Unidos, la niña fue nombrada ‘la embajadora más joven de América’ (un ‘cargo’ que la llevó también a Japón) y escribió un libro sobre su experiencia, ‘Viaje a la Unión Soviética’. Por supuesto, la peripecia de Samantha fue criticada por muchos analistas como una burda maniobra propagandística de los soviéticos, pero sus consecuencias positivas no tuvieron tanto que ver con la aceptación mayor o menor de un sistema político, sino con un cambio en la percepción de la ciudadanía del otro bando. Frente a las abstracciones sobre el bloque capitalista o el bloque comunista y el juego de ajedrez de la estrategia geopolítica, el trato directo de Samantha con niños soviéticos introdujo en los medios la idea de que en ambos lados había millones de personas normales y corrientes, que solo aspiraban a vivir tranquilas.
Lena Nelson, una historiadora y escritora afincada en California que creció en la URSS, lo explicaba así hace un par de años en la ‘Smithsonian Magazine’: «Para mi generación de niños soviéticos, la palabra ‘americano’ significaba solo una cosa: un enemigo, similar al nazi alemán de la Segunda Guerra Mundial. Ver a Samantha y sus padres aquel verano en televisión y darme cuenta de que tenían la misma pinta y actuaban igual que nosotros fue una experiencia que me abrió los ojos. A partir de ahí se hacía difícil pensar en los americanos como enemigos», evocó Nelson, que ha dedicado un libro a aquella pecosa extranjera que supuso un ‘shock’ en su propia infancia. El propio Mijaíl Gorbachov, el último jefe de Estado de la URSS, ha reflexionado en alguna ocasión sobre el impacto de la carta y la visita de Samantha: «Comprendimos que la gente a ambos lados del océano estaba muy preocupada y que querían asegurarse de que los líderes de la URSS y EE UU sentían su inquietud. Una niña americana fue capaz de expresarlo en una carta».
Samantha presentó algunos programas de televisión e hizo de hija mayor de Robert Wagner en la serie ‘Lime Street’. El 25 de agosto de 1985, cuando tenía 13 años, volvía de rodar un episodio cuando la avioneta en la que viajaba se estrelló en un aeropuerto de Maine. No sobrevivió ninguno de los seis ocupantes de la aeronave, entre los que también estaba el padre de Samantha. Gorbachov, que estaba en los primeros meses de su histórico liderazgo, envió un mensaje de condolencia que fue leído en el funeral: «Todo el mundo en la Unión Soviética que ha conocido a Samantha Smith recordará para siempre la imagen de la niña americana que, como millones de jóvenes soviéticos, soñaba con la paz y con la amistad entre los pueblos de Estados Unidos y la Unión Soviética». Así lo escribió la propia Samantha tras regresar de su histórico viaje: «Si podemos ser amigos simplemente conociéndonos mejor, ¿sobre qué están discutiendo nuestros países? Nada puede ser más importante que no tener una guerra, porque una guerra lo mataría todo».