La odisea por los campos de exterminio nazis de los otros ‘escondidos’ con Ana Frank
El Español.- Otto Frank fue uno de los ocho mil prisioneros que quedaban en Auschwitz el 27 de enero de 1945, cuando las tropas soviéticas liberaron el campo de exterminio nazi. Su empeño en permanecer en la enfermería le salvó de las marchas de la muerte. También «un milagro» inexplicable: el día anterior, una cuadrilla de las SS entró en los barracones e hizo formar a los prisioneros con la intención de ejecutarlos. Pero antes de que vaciasen sus fusiles apareció un coche que les gritó algo. Los soldados alemanes se apresuraron a huir ante el imparable avance del Ejército ruso, que amenazaba con cortarles la retirada.
En una pequeña libreta y de forma anárquica, todavía condicionado por el shock de sobrevivir al infierno, Otto fue anotando una serie de acontecimientos y nombres de compañeros de los que desconocía su paradero. Pero lo que más le atormentaba era la incertidumbre sobre la suerte que habían corrido su mujer y sus hijas, Margot y Ana Frank, esta última la autora de los diarios más famosos de la historia.
El 23 de febrero escribió una carta a su madre Alice, que vivía en Suiza desde antes de la guerra, manifestándole este sentimiento de angustia: «Espero que te lleguen estas líneas, que te llevan, a ti y a todos mis seres queridos, la noticia de que me han salvado los rusos. No sé dónde están Edith y las niñas; llevamos separados desde el 5 de septiembre de 1944. Solo me enteré de que las trasladaron a Alemania. Es de esperar que volveré a verlas sanas«. No sería así.
Un mes después, Otto se enteró de que su esposa había muerto en Auschwitz-Birkenau a consecuencia de la desnutrición y una infección intestinal. Edith cayó gravemente enferma poco después de que sus hijas fuesen trasladadas al campo de Bergen-Belsen. «El señor Frank ya no se movió cuando se lo conté. Quise mirarlo; él había desviado la cara. Y entonces hizo un movimiento, no recuerdo exactamente cuál, pero creo que posó su cabeza sobre la mesa», recordaría Rosa de Winter-Levy, deportada en el mismo tren que la familia Frank.
Ya de regreso en Ámsterdam, Otto tuvo que enfrentarse a otro demoledor golpe: Margot y Ana también estaban muertas. Lo descubrió el 18 de julio al pasar revista de una lista de la Cruz Roja que incluía los nombres de sus dos hijas seguidos de una cruz. De hecho, él fue el único superviviente del Holocausto de las ocho personas de origen judío que desde julio de 1942, y hasta que fueron descubiertas por la Policía de Seguridad alemana el 4 de agosto de 1944, permanecieron escondidas en la parte trasera de un inmueble de oficinas situado en la calle Prinsengracht 263, la célebre Casa de atrás.
Nuevos hallazgos
La figura de Ana Frank, como protagonista de una de las historias más famosas de la II Guerra Mundial, ha suscitado numerosas obras de investigación. Los historiadores, por ejemplo, todavía no han sido capaces de determinar de forma categórica quién fue el traidor que delató su escondite —un libro publicado este año señalaba a un notario judío, aunque su edición ha sido frenada al contener errores de bulto—. Este interrogante tampoco se resuelve en Después del diario de Anne Frank (Kalandraka), pero se trata de un trabajo de gran interés al constituir el estudio más completo sobre el periplo de las ocho víctimas —además de los Frank, el matrimonio de Hermann y Auguste van Pels y su hijo Peter, y el dentista Fritz Pfeffer— por los campos de exterminio de Hitler.
El libro de Bas von Benda-Beckmann, investigador de la Fundación Anne Frank, resultado de una investigación colectiva de casi una década, es una suerte de continuación de la búsqueda que Otto Frank emprendió en enero de 1945 para averiguar el paradero de su mujer y sus hijas. Es riguroso, evidencia la importancia de la historia oral para tratar de hacerse una idea sobre la escalofriante experiencia de las víctimas del Holocausto y contiene nuevos hallazgos sobre el destino de los «escondidos» de la Casa de atás.
El historiador enumera pruebas y cábalas personales para asegurar que Ana y Margot Frank, enfermas de tifus exantemático epidémico en Bergen-Belsen, tuvieron que fallecer a mediados de febrero de 1945, más de un mes antes de lo que siempre se ha creído. Según varios testimonios se encontraban en tan mal estado a principios del citado mes que es imposible que aguantasen mucho más que un par de semanas.
Benda-Beckmann, asimismo, precisa en su trabajo la fecha de la llegada de Fritz Pfeffer al campo de Neuengamme, que tuvo que producirse entre el 10 y el 18 de noviembre de 1944, y que fue casi con toda seguridad, al formar parte de un traslado de médicos, un buen grupo de ellos procedente de Auschwitz. También han salido a la luz más detalles sobre la muerte de Hermann van Pels: lo más probable es que fuese asesinado el 3 de octubre de 1944 en una cámara de gas de Auschwitz, a donde había ido a parar tras lesionarse haciendo trabajo forzados. El papel que jugó su hijo Peter en la paquetería del epicentro del exterminio nazi, consiguiendo alimento, fue fundamental para la salvación de Otto Frank.
«Debemos aceptar que hay ciertas cosas que nunca llegaremos a saber: qué vivieron exactamente Ana y Margot en sus últimos días, cómo intentaban apoyarse la una en la otra o cuándo sucumbieron definitivamente a la enfermedad y el agotamiento», reflexiona el investigador, que trata de suplir estas lagunas en base a conocimiento científico y los testimonios de los testigos. Porque en el fondo, tratar de comprender el Holocausto es una quimera cuando no hay un solo relato, un superviviente, de lo que realmente significó entrar en una cámara de gas y ser exterminado.