La situación insostenible de la educación especial
El País.- Las autonomías han optado por no abrir los centros por inseguridad, mientras crece la ansiedad entre unos alumnos muy apegados a sus profesores en las terapias
La semana en la que empezó el confinamiento, la gran preocupación de Carlos fue que todos sus alumnos tuvieran equipos para seguir las clases online. Es profesor de un grupo de adolescentes de educación especial en un programa de transición a la vida profesional. “Mis familias están en situaciones muy desfavorecidas y recurren a mí cuando no saben a qué puerta llamar. Una madre desesperada me pidió ayuda. Tenía 80 euros y necesitaba un ordenador. Le encontré uno de segunda mano. Otra alumna se lo compró por Amazon y tuve que instalarle el Windows”, recuerda.
Al principio, las clases a distancia fueron suficientes, pero la situación ahora es extrema. “Tengo que intervenir por teléfono para calmarles. Duermen y comen mucho, se pasan horas delante de la tele, se ponen violentos… Las madres, sobre todo, están desesperadas. Así que las familias tiran mucho de medicación. Y para algunos el tránsito a la vida profesional que hacían en el centro era su única oportunidad. Dura un año y medio, y ya casi han perdido medio. Yo sería partidario de que se reincorporen. Al menos a realizar alguna actividad, al aire libre, deportiva… La situación es desesperada e insostenible”, concluye. La dirección y algunos compañeros no ven claro este retorno por inseguro, y por eso este profesor prefiere no dar su nombre.
Aunque el Gobierno anunció que los alumnos de educación especial estarían entre los primeros en incorporarse a las aulas en la fase 2 de la desescalada, los consejeros de Educación decidieron el jueves, tras reunirse con la ministra Isabel Celáa, no reanudar las clases por la imposibilidad de garantizar la seguridad.
Las familias recibieron la noticia con una mezcla de agotamiento, decepción y resignación: “Si no se pueden asegurar las condiciones adecuadas es lógico que no abran los colegios, pero deberían pensar en alternativas de conciliación, permisos y flexibilidad horaria para padres o incluso servicios de cuidadores en algunos casos, en especial los de los niños con alta afectación y dependencia”, explica Mentxu Otxoa, vicepresidenta de la Asociación Navarra de Autismo (ANA).
Para los directores de los colegios la noticia fue un alivio. En Madrid los centros públicos y concertados de educación especial, y sindicatos como Comisiones Obreras o la Unión Sindical Obrera, habían escrito al consejero de Educación alertándole de que no estaban preparados para la reapertura. “Queremos volver y entendemos las necesidades, pero no podemos ofrecer una vuelta segura. Nuestros alumnos son población de riesgo con patologías asociadas y necesitan estar pegados a nosotros como parte de su terapia. Tenemos ratios bajos, pero también espacios más limitados”, explica Belén Royuela, directora del colegio Atenpanace en Madrid.
“El deterioro cognitivo hace que sea muy difícil mantener distancias, o que sigan protocolos. Muchos vienen con silla de ruedas al colegio, que hay que desinfectar… El sentido común diría que deberían ser los últimos en incorporarse, no los primeros», añade Adriana, directora de otro centro, que está indignada y pide también ocultar su identidad. «Ni siquiera hay protocolos de seguridad. Y la única notificación de la Consejería de Educación de Madrid que hemos recibido es una convocatoria para ir el lunes a recoger una bolsa del súper con guantes, mascarillas y gel. Nos sentimos desamparados”, añade.
El drama se acentúa en los más pequeños. “Con cinco años puedes trabajar cosas que con ocho es imposible, por eso la pérdida de estos meses puede repercutir muchísimo en la evolución”, explica Mentxu Ochoa. Propone por ello “recuperar al menos las terapias individuales”. Para los niños autistas incluso el verano es perjudicial: «El parón es dramático, en ANA tenemos escuela de verano para que sigan con ciertas rutinas, pero no todo el mundo tiene tanta suerte”, explica.
David, de seis años, tiene trastorno del espectro autista (TEA), al igual que 50.000 escolares, y su padre lamenta que esta situación se alargue. Han tenido que volver a medicarle, tras tres meses sin hacerlo. “Es un retroceso enorme. Un niño neurotípico [sin patología] sigue aprendiendo en casa, solo, jugando. Pero un niño autista no aprende solo. Necesita refuerzo de fisioterapia, logopeda…”, explica. Él se ha convertido en hombre orquesta. “Soy policía y con las divisiones y la lectura le puedo ayudar, pero los ejercicios de logopedia o fisio…”. Además, David no entiende “qué está pasando”, así que más de una tarde ha tenido que llevarle a su colegio para que viera que no había desaparecido, explica este pamplonés que también prefiere no dar su nombre.
En la nevera de Laura, de 41 años, hay un horario con las clases de cuatro niños y un padre. El cuadro establece a quién le toca dispositivo ese día y a qué hora. Tienen dos móviles y un portátil para cinco. “Priorizamos las clases del padre y las del mayor, de 12 años, que tiene discapacidad, y el resto recuperan las clases grabadas”, explica esta madre de cinco niños (la más pequeña tiene 18 meses), que prefiere no dar su nombre. Su centro es convencional, y por eso “el esfuerzo es doble para que esté a la altura de los demás”, dice. El mayor sufre TEA y tiene necesidades educativas especiales. “Pierde sus rutinas, y lleva dos meses sin recibir terapias”. En su caso, el padre es profesor e imparte clases a distancia todo el día, así que Laura se hace cargo de “casi todo”: supervisar al mayor constantemente, atender las tareas de otros tres, la casa, la comida y cuidar de una bebé de 18 meses. “Le busco la parte positiva, y estoy aprendiendo y disfrutando de mis hijos más que nunca”, concluye.