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La Universidad suspende en igualdad de género

Público.- Las juntas directivas y la carrera académica siguen sin atajar las dinámicas de exclusión contra las mujeres. El incumplimiento de la Ley de Igualdad 3/2007 es sistemático, según las expertas.

El último trimestre del año 2020 fue periodo electoral para dos de las principales universidades catalanas, la Universitat de Barcelona y la Universitat Autònoma de Barcelona. También lo será este 2021, año en el que varios centros deberán escoger quién ocupará el cargo de mayor rango en el mundo universitario. Los procesos electorales en las universidades evidencian lo que desde hace años apuntan las académicas feministas: la tónica general es el incumplimiento de las normas más elementales de la paridad de género.

Las mujeres también acusan el techo de cristal, la brecha salarial, la división sexual del trabajo y la invisibilidad en la carrera académica. Nada nuevo bajo el sol, pero con unas dinámicas singulares en la universidad. «En los órganos de dirección de la institución, la mayoría son hombres. Tan solo hay una sobrerrepresentación de mujeres en un caso, el de las secretarias generales», explica Inma Pastor, directora del Observatori d’Igualtat de la Universitat Rovira i Virgili (URV).

Es precisamente este cargo el que se ocupa de las funciones administrativas que sostienen la dirección, lo que vendría siendo el equivalente al trabajo de cuidados en una junta directiva. «Las leyes de igualdad de género son leyes, no recomendaciones, pero las universidades acostumbran a incumplirlas», apunta la directora de la Unidad de Igualdad de la Universitat Pompeu Fabra (UPF), Tània Verge, quien cree que necesario que se apliquen auditorías externas.

La meritocracia no es neutral

En lo que atañe al personal de investigación, la dinámica se repite. Si visualizamos la carrera académica como una pirámide donde en la base hay profesionales como docentes asociados, investigadores en formación, lectores, ayudantes de doctorado o colaboradores, la relación entre mujeres y hombres está alrededor del 45% y el 55%, según los datos del informe de la Xarxa Vives.

No obstante, cuando se trata de los últimos eslabones de la carrera académica, formados por titulares y catedráticos de escuela universitaria, catedráticos de universidad o profesores eméritos, las relaciones incumplen la Ley de Igualdad 3/2007, según que la representación de mujeres y hombres debe estar por debajo del 60%. La presencia masculina sobrepasa este límite con creces, llegando al 78% en el caso de los catedráticos y al 76% en el de los profesores eméritos.

«Las mujeres investigadoras están haciendo más horas de clase, y por lo tanto tienen menos tiempo para investigar porque tienen más carga docente», certifica Pastor. Apunta a que, de nuevo, hay una división sexual del trabajo que acaba poniéndolas a ellas a hacer funcionar el sostén de la Universidad, las clases, mientras que ellos se centran en aquello que les otorga méritos personales.

La consecuencia de ello es clara: por cada mujer catedrática hay cuatro hombres en la misma categoría. «En algunas disciplinas esto es casi inexplicable, puesto que son ramas muy feminizadas. No se explica que tan solo haya un 12% de mujeres catedráticas en ciencias políticas y de la administración, por ejemplo, o que no haya ni una sola mujer de medicina obstetricia», añade Verge.

Esto también tiene consecuencias en la publicación de artículos y de libros. Los porcentajes del estudio vuelven a torcer la balanza hacia los hombres: ellos publican una media de 0,33 libros más que ellas, según datos del Libro Blanco de la situación de las mujeres en la ciencia, mientras que esta diferencia crece si tan solo se pone el foco en el ámbito de los catedráticos, donde los hombres publican una media de 2,2 libros más que las mujeres.

También se nota en la dirección de las investigaciones, donde la presencia femenina está infrarrepresentada: un 31% de los proyectos tienen a mujeres como investigadoras principales, y el porcentaje baja al 24% si se trata de proyectos europeos. Lo mismo ocurre con los tramos, los eslabones de la carrera académica que indican la progresión vertical de un investigador, o los premios, que cuanta más alta es la cuantía, más beneficiarios hombres tienen. «Los méritos universitarios se percibe como neutrales cuando en realidad están muy sesgados. La Universidad tiene una autopercepción de ser igualitaria, pero la meritocracia tan solo refleja el grupo privilegiado», dice Verge.

A pesar del enorme motor de desigualdad que genera la carga de la docencia en las mujeres, Pastor también indica que lo que les pasa a las mujeres dentro de las universidades es producto de «una acumulación de una carrera académica de entre 30 y 40 años»: «Día a día, las redes de hombres, a veces de manera involuntaria o inconsciente, hacen que las mujeres estén menos invitadas de participar en equipos, congresos, a publicar… Y quedan excluidas de los grupos donde se generan los méritos».

Verge va más allá y recuerda el efecto que tiene el hecho de que muchos procesos de evaluación los ocupen hombres: «Tenemos estudios que demuestran que por cada hombre de más en un tribunal, se reducen las posibilidades en un 10% a que una mujer acceda a ser catedrática».

La función pública, una preferencia

Si bien el personal investigador y el equipo directivo de las universidades está claramente masculinizado, el caso del personal de administración es diferente, ya que está eminentemente feminizado con un 63% de mujeres trabajando en él: «El hecho de que un 40% de las investigadoras sean mujeres es algo muy reciente. En cambio, la feminización de la administración es mucho más numerosa y viene de más lejos», dice Pastor. Esto hace que el contraste con los cargos directivos, con un 72% de hombres gerentes, sea aún más flagrante: «La presencia de hombres no se corresponde por nada a su presencia en la base», explica.

Además, la investigadora de la URV añade que uno de los motivos por los que el personal administrativo está tan feminizado, además de porque se trata de puestos muy vinculados al trabajo de cuidados, es porque la mayoría son plazas públicas: «La opción de las mujeres por puestos funcionariales no es cosa de la Universidad. Las mujeres optan por la función pública porque hay una protección de derechos sociales mayor».

Pastor añade que esto también tiene que ver con la elección de la carrera universitaria en las estudiantes. Por una parte, la mayor feminización de algunas carreras como son las especialidades sanitarias y las ciencias sociales y jurídicas tienen también que ver con la asociación de que las mujeres deben trabajar cuidando, es decir, otra vez con la división sexual del trabajo.

No obstante, la investigadora también apunta al hecho de que son trabajos que también están vinculados mayoritariamente con la función pública: «No solo escogen ser profesoras por el rol de cuidados, también porque está más protegido laboralmente que ser ingeniero, donde después en el mercado de trabajo se debe competir sobre todo con hombres».

A pesar de que el mundo laboral en la Universidad esté masculinizado en las posiciones de más éxito social y económico, son ellas las que tienen más éxitos estudiando. La tasa de abandono es mayor entre los hombres, también en aquellas disciplinas masculinizadas como las ingenierías o la arquitectura, y son ellas las que aprueban más: «Las mujeres apuestan claramente por formarse, y lo consideran un elemento base para protegerse en el mercado de trabajo, donde pueden encontrar otras dificultades», sentencia Pastor.

 

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