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La verdadera lucha de las bandas callejeras: integrarse en el mercado laboral como solución a la violencia

Público.- Los expertos recomiendan un acompañamiento a largo plazo, mayor inversión y terminar con la estigmatización de una juventud sin futuro. Encontrar un empleo es la mejor forma de que los chavales abandonen las actitudes más violentas que tienen dentro de estos grupos urbanos.

Algo pasa en la calle. En la tuya. Hay gritos, parece que tensión, hasta que alguno de los presentes saca una pistola o un machete, sin dudar en utilizarlo. Un ávido vecino graba la escena y se viraliza rápidamente. Los medios de comunicación publicarán el vídeo, sembrando la alarma. Se trata, dicen, de otro ajuste de cuentas entre bandas latinas. A los pocos días, la Policía Nacional detendrá a alguno de los chavales que ya tenía fichado y que podría haber participado en la algarada citando grupos como los ÑetasDominican Don’t Play (DDP), Latin Kings o Trinitarios, y proporcionará imágenes de ello. Pero, ¿qué hay detrás de estos jóvenes? ¿Por qué creen que la mejor forma de resolver un conflicto es disparando en medio de la calle y a plena luz del día? ¿Qué se debe hacer para que no se vuelva a producir?

Katia Núñez es antropóloga e investigadora en el proyecto Transgang, donde un equipo internacional compara diferentes modelos de respuesta estatal a estos grupos callejeros. Especializada en los Trinitarios, aduce que los inicios estuvieron marcados por el rechazo que sintieron los jóvenes dominicanos al llegar a España: «Todo para ellos era un choque tremendo. No se sentían aceptados en el centro educativo, además de que venían con cierto desfase curricular y les hacían bullying, así que buscaron el apoyo de unos con otros al mismo estilo de gangs de Estados Unidos».

Según incide esta investigadora, los Trinitarios españoles se crearon en la cárcel de Alcalá-Meco y los DDP en la calle. «Cada territorio está definido por un grupo que lo ocupa. Por ejemplo, en Villaverde Bajo están los DDP, pero en Villaverde Alto los Trinitarios, así que, como solo les separaba una calle, podían darse enfrentamientos al querer defender cada uno sus puntos de ventas de droga, que no deja de ser menudeo». Preguntada por qué estos jóvenes terminan llevando a cabo tales acciones, Núñez reflexiona: «Lo único que se ve es que estos chicos son capaces de dispararse o matarse con un machete contra otro grupo, lo que es condenable, pero no se ve la falta de espacios para la juventud en los barrios».

Se refiere a la «violencia estructural invisible», pues solo se termina viendo y mediatizando la que los jóvenes reproducen. «Están en barrios estigmatizados, considerados como peligrosos, donde se relaciona la migración con la violencia y muchos de ellos no han terminado la ESO. Se dan ciertas situaciones que o las cambiamos o ellos seguirán percibiendo como único modo de ganarse el respeto entrar en las pandillas, donde sí les aceptan y se defienden unos a otros», concreta la antropóloga.

¿Quiénes son?

El perfil del joven que accede a este tipo de grupos callejeros, «que siempre los ha habido, como los skins en los 90″, remarca la experta, son chavales nacidos en España y mayoritariamente de familias migrantes, aunque también hay muchos menores y autóctonos. «Les hace falta un educador de calle, esa figura que hemos perdido en Madrid y que en Barcelona funcionó tan bien. Este trabajo no es solo ir al parque con ellos durante seis meses, sino un seguimiento a largo plazo», determina Núñez.

Similar es la opinión de su compañera de proyecto María Oliver, especialista en mediación y resolución de conflictos. Ella ha estudiado, sobre todo, a los Latin Kings: «Si queremos hablar del perfil medio del joven que participa en estos grupos tenemos que abandonar la concepción tan trillada de que viven en un ambiente desestructurado y de riesgo de exclusión social. Ahora ya lo forman personas nacidas en España, del este de Europa, del sur, que vienen de América Latina. Sí es cierto que el perfil que sobresale es el de clase obrera, con una familia trabajadora cuyos padres pasan muchas horas fuera del hogar y unos jóvenes que están mucho tiempo solos y sin recursos de ocio».

Tal y como establece Oliver, una de las cosas que deberían preocupar a la sociedad es que los menores no acompañados han pasado a formar parte de estos grupos, «lo que les proporciona una pertenencia a una familia en un entorno que es hostil para ellos mismos», en sus propios términos. «Y yo me pregunto cómo llega un chaval a pensar que la única forma que tiene de ganarse el respeto es empuñando un arma. Lo que encontramos en esos casos son personas que no tienen ninguna expectativa vital, jóvenes que llevan tiempo entrando y saliendo de centros, que han sido detenidos en alguna ocasión. Son chavales que piensan que no tienen nada en la vida, sin visión de progreso. Sienten un abandono absoluto y todo ello es el resultado de las políticas de educación e integración».

El papel de las mujeres

Continúa Oliver: «Consideramos a las pandillas como una enfermedad, pero no como un síntoma de una enfermedad mayor como la pobreza, el racismo y la falta de expectativas, y eso continuará siendo así mientras exista la violencia estructural y social que lleva a esas situaciones. Podemos poner parches pero siempre hay que señalar a las causas reales que llevan a un chaval a pegar tiros en mitad de la calle». Esta investigadora también es experta en género. En cuanto a la situación de las mujeres en los grupos callejeros, agrega que «existen aquellas con membresía plena, como sucede en los Latin Kings, y aquellas que tienen una participación secundaria, como un grupo satélite de la pandilla de los hombres», aunque a nivel general el esquema heteropatriarcal está muy marcado y asentado.

«En muchos casos encontramos a una chica que está tratando de escapar de un entorno de violencia no necesariamente física, sino simbólica, de un nivel económico bajo en casa y de un hogar del que huyen en muchas ocasiones. Eso es lo que tenemos que valorar, que están saliendo de una situación complicada y el grupo les acepta», relata Oliver.

Las dos expertas coinciden en que un apoyo continuado, la inversión en educadores de calle e intentar acabar con la estigmatización de los chavales podría ser la clave para revertir la situación, tal y como ha ocurrido, en cierta forma, en Barcelona. Vladimir Paspuel es el presidente de la Asociación Rumiñahui, desde donde trabajan con chicos que estaban y aún pertenecen a estos grupos callejeros. Desde su punto de vista, el acceso a un empleo para estos jóvenes supone un punto de inflexión en sus actitudes violentas dentro de las bandas, por lo que su entidad se esmera en formarles y facilitarles el acceso al mundo laboral.

Juventud sin futuro

«Hemos demostrado que la forma de parar este tipo de conductas no es la persecución ni el punitivismo, como se hace en España en general y Madrid en particular, sino desde su incorporación al mercado de trabajo. La sociedad ha descuidado a la juventud, no solo a estos chicos, y es un tema muy muy peligroso, pues estamos preparando una sociedad sin futuro para unos jóvenes sin horizonte», agrega el presidente de Rumiñahui. La trayectoria de Paspuel se materializa en años de trabajo con jóvenes que pertenecen a grupos callejeros: «Son jóvenes que gritan a la sociedad que están en una mala situación, además de que cada vez más integrantes de estos grupos son autóctonos que proceden de familias donde los progenitores se dedican plenamente a trabajar porque los recursos económicos no les alcanzan».

Pese a que multitud de jóvenes de las mal llamadas «segundas generaciones» han accedido a estudios universitarios, a algunos de ellos se les sigue derivando a Formación Profesional porque, en ocasiones, el profesorado no les da ningún tipo de incentivo, parafraseando a Paspuel, quien afirma que «no creen en sus capacidades y desde algunas instituciones se les termina marginando». Según sus términos, «el problema en las bandas no es de los migrantes, sino el abandono de las políticas públicas a favor de la juventud. Sus frustraciones las llevan hacia fuera, de no ser escuchados, y su forma de visibilizarlo son las bandas».

El presidente de Rumiñahui atiende a Público desde una de las mesas en las que los chavales inmersos en grupos callejeros se forman, en el local de la asociación: «Nos reunimos muchísimo con ellos y cuando comentan actuaciones al margen de la ley, todos sin excepción se arrepienten de forma increíble y ven el mal que han hecho, y lo trasladan a sus compañeros más pequeños». La formación en peluquería y hostelería, por ejemplo, les ha servido para poder acceder a un empleo a muchos de ellos que ya no integran estos grupos. En este sentido, Paspuel advierte de que «los chavales también están cansados de charlas baratas en las que les dicen que se porten bien y sean buenos. Hay que llegar a que ellos se convenzan de que la calle les hace daño y que hay otras formas mucho más sanas de pasar el tiempo».

Sensacionalismo en la información

El tratamiento de estos hechos por parte de los medios de comunicación también preocupa al presidente de Rumiñahui. Según dice, únicamente son noticias sensacionalistas que te encaminan hacia el racismo y la discriminación, sin llegar a ver el fondo del problema: una juventud olvidada. Tal es así, que varios colectivos antifascistas y antirracistas de la capital publicaron un comunicado conjunto en el que se referían al tiroteo que se produjo en el distrito de Ciudad Lineal de la capital. Tras criticar la forma en que los medios de comunicación cubrían los hechos, recordaron que en la década de los 2000 ya «se exageraba el número de conflictos entre las llamadas bandas latinas, y (…) no se explicaba el trasfondo, ni qué llevaba a los jóvenes a delinquir. Se atribuía la violencia a la cultura de sus países de origen y solo se planteaba una solución: más policía y más cárcel».

Así pues, estos seis colectivos, en sintonía con las investigadoras entrevistadas, aducían que «la violencia siempre ha sido el síntoma de la desigualdad, la pobreza y el racismo. Lo que se llama bandas o pandillas muchas veces son la única salida y lugar de acogida para jóvenes migrantes o hijos de migrantes que ven negada su ciudadanía y el acceso a recursos básicos en una España racista». De esta forma, expertos y movimientos sociales señalan las raíces de un problema que va mucho más allá de un vídeo entre varios jóvenes en un «ajuste de cuentas» y que se podría empezar a solucionar con más diálogo y menos punitivismo.

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