«La vida es bella» o cómo un juego de niños le ganó la batalla a los nazis
Fuente:ABC
Fecha: 20/12/2017
La película, dirigida y protagonizada por Roberto Benigni, conquistó al mundo a través de una ilusión, haciendo pasar el Holocausto por un reto infantil cuyo premio era un tanque
«Buenos días, princesa. He soñado toda la noche contigo. Íbamos al cine y tú llevabas aquel vestido rosa que me gusta tanto. Solo pienso en ti princesa… pienso siempre en ti». El alegato optimista del Guido de Roberto Benigni en «La vida es bella» inspiró en 1997 tanta ilusión en los adeptos al filme italiano como odio en sus detractores. El trato que hace la película de una época tan oscura fue entendido por muchos como una banalización del Holocausto, pero su acogida mundial, sus premios y su apabullante éxito en taquilla ensombrecieron las críticas y alimentaron su vigencia, inmune al paso del tiempo dos décadas después.
El humor vertebra «La vida es bella»; incluso después de que el Holocausto amagase con desestructurar a la familia protagonista, sus sueños y la historia de amor perduran. El realismo mágico con el que Roberto Benigni dirige y protagoniza la película camufla el oscuro drama de los judíos durante la ocupación nazi de Italia. Guido maquilla la trágica vida en el campo de concentración haciéndola pasar por un juego cuyo premio final es un tanque. Una ilusión que el hijo de Guido, Giosuè, narrador años más tarde de la historia, recuerda en su madurez y sirve de acicate para el relato del filme («Ese es el sacrificio que hizo mi padre. El regalo que tenía para mí», de cuyo estreno en Italia se cumplen hoy 20 años. Así lo resume el protagonista en la película: «Esta es una historia sencilla, pero no es fácil contarla. Como en una fábula, hay dolor. Y, como una fábula, está llena de maravillas y de felicidad».
El crudo pero a la vez bello retrato del martirio de los judíos en Italia provocó el rechazo inicial de la comunidad semita pero Roberto Benigni solventó las reticencias reuniéndose con supervivientes de Auschwitz para que asesorasen sobre el correcto tratamiento del Holocausto en «La vida es bella». Su bajo presupuesto no impidió una dilatada inversión internacional, con una campaña promocional que, además de costar más del doble de su presupuesto, contó con un exponente de lujo: el Papa Juan Pablo II pidió un pase privado para ver el filme, arrastrando a las salas a millones de católicos. A pesar de exportarla como un drama en lugar de una comedia, los esfuerzos económicos y de márketing no fueron en vano, recaudando la friolera de 220 millones y ganando tres Oscar, a la mejor película extranjera, al mejor actor y a la mejor banda sonora.